Para
reflexionar es bueno volver a
Don
Antonio Machado el bueno.
Juan de Mairena,
el personaje creado por Antonio
Machado1,
plantea:
“La
verdad es la verdad, dígala
Agamenón o su porquero.
Agamenón
-Conforme
El Porquero
-No
me convence”
El diálogo merece algún comentario. Quien dispone del poder,
sea monarca, patricio o capitalista,
está de acuerdo en que su verdad es
“la verdad”. No duda del predominio
de su clase en la opinión.
Marx
observa que el pensamiento de una
época es el pensamiento de la clase
dominante. Los que forman parte de
sectores heridos por la adversidad (El
Porquero, en el caso que
comentamos) saben que quien maneja
el poder tiene más posibilidades de
que su opinión predomine. Tienen
claro que esa es la lógica de la
sociedad de clases.
Eso se puede apreciar hasta en detalles. Por ejemplo: La
Romana, personaje de Alberto
Moravia en la novela del mismo
nombre, viste ropa de lujo para
concurrir a una comisaría, porque
sabe qué valores respetan los
funcionarios que están al servicio
del orden de los ricos.
Aunque las injustas divisiones en clases sociales han sido
lúcidamente criticadas por grandes
pensadores y hoy nadie puede aceptar
con fundadas razones los abismos
sociales de las sociedades
capitalistas, en la práctica cada
clase social se empeña en la defensa
de sus intereses. Y quizá muchos
hechos de esa lucha surjan de la
inmadurez humana.
André Malraux,
en sus “Antimemorias”, cuenta que en
1940 (en tiempo de predominio nazi)
huyó junto a un cura quien
posteriormente fue Capellán de
Vercors. Poco tiempo después de la
evasión volvió a encontrarse con el
Capellán en el pueblo de Dróme,
donde el cura entregaba certificados
de bautismo a los judíos que
padecían persecución.
El escritor -un “espía de almas”, como todo gran creador-
quiso saber qué secretos dejaba la
confesión. El Capellán, luego de
afirmar que “ante todo, la gente es
más desdichada de lo que pensamos”,
alzó “sus brazos de leñador en la
noche estrellada y afirmó: ‘Además,
lo que pasa es que, en el fondo, no
hay gente madura’”.
Aún en los revolucionarios, grandes pensadores y poetas es
posible encontrar afirmaciones que
pueden parecer inmaduras. César
Vallejo, en un libro escrito en
19312, luego de sostener, lógicamente, que no era serio atribuir
al Soviet el poder de realizar de
golpe la democracia económica
completa, afirma: “El Soviet no
puede obligar a un millonario
yanqui, inglés o alemán, a que sea
pobre o viaje como pobre. Si así lo
hiciera nadie viajaría a Rusia
y se llegaría al aislamiento de ese
país del resto del mundo”; y
subraya: “Precisamente, la primera
clase de todos los trenes rusos es
destinada exclusivamente para los
extranjeros”.
Una afirmación negativa y en cierto modo ingenua. Pero que
nos permite reflexionar, y eso es lo
importante. Los proverbios y
consejos de Mairena son una
inmensa ayuda en ese sentido. Porque
“los hombres que están siempre de
vuelta en todas las cosas -dice él-
son los que no han ido nunca a
ninguna parte. Porque ya es mucho
ir; volver, ¡nadie ha vuelto!”.
Mairena
aconseja la modestia: “Yo os
aconsejo la modestia, o por mejor
decir: yo os aconsejo un orgullo
modesto que es lo español y lo
cristiano. Recordad el proverbio de
Castilla: ‘Nadie es más que nadie’.
Esto quiere decir cuánto es difícil
aventajarse a todos, porque, por
mucho que un hombre valga, nunca
tendrá valor más alto que el de ser
hombre”. Así hablaba Mairena
a sus discípulos. Y añadía, irónico:
“¿Comprendéis ahora por qué los
grandes hombre somos modestos?”.
Pero subrayaba: “Huid de escenarios,
púlpitos, plataformas y pedestales.
Nunca perdáis contacto con el suelo;
porque sólo así tendréis una idea
aproximada de vuestra estatura”.
“Para los tiempos que vienen hay que estar seguros de algo
-continuaba-. Porque han de ser
tiempos de lucha y habréis de tomar
partido. ¡Ah! ¿Sabéis vosotros lo
que esto significa? Por lo pronto
renunciar a las razones que pudieran
tener vuestros adversarios, lo que
obliga a estar absolutamente seguros
de las vuestras. Y eso es mucho más
difícil de lo que parece. La razón
humana no es hija, como algunos
creen, de las disputas entre los
hombres, sino del diálogo amoroso en
que se busca la comunión por el
intelecto en verdades absolutas o
relativas pero que, en el peor de
los casos, son independientes del
humor individual. Tomar partido no
es sólo renunciar a las razones de
vuestros adversarios, sino también a
las vuestras; abolir el diálogo,
renunciar, en suma, a la razón
humana”.