En las luchas sociales hay temas de debate permanente. Y en
el “laboratorio social” que es
América Latina, son de
particular interés. ¿El fin
justifica los medios? ¿Los medios
inciden hasta determinar los fines?
Estas interrogantes han estado en el
centro de los debates de los
movimientos -revolucionarios o no-
que han protagonizado la historia en
todas partes, y en especial en
nuestro continente.
En otras palabras: en todas las luchas sociales sus
protagonistas han debatido los
medios más eficaces que pueden
determinar el progreso social.
Aldous Huxley,
en su libro “El fin y los medios”,
explica que desde Isaías
hasta Carlos Marx, todos los
“profetas” han hablado con una sola
voz, todos lucharon por la justicia,
la libertad, la felicidad humana. La
diferencia está, más allá de las
propuestas, en los medios para
alcanzarlas. Y es importante
analizarlos porque los medios
inciden en los fines.
“La estructura económica de la
India, y por consiguiente del
mundo, debería ser de tal índole que
nadie tuviera que sufrir de
insuficiencia alimentaria o de falta
de vestido. En otras palabras, todos
deberían tener suficiente trabajo
para conseguir esos dos fines. Y
este ideal no podrá ser alcanzado
por todos hasta que los medios de
producción de los bienes
indispensables para la vida estén
bajo el control de la masa”.
Así señaló Gandhi las
aspiraciones de los trabajadores de
un mundo en el cual la pobreza está
en el corazón de la abundancia. En
esa línea, observó con claridad que
el medio, las circunstancias,
inciden sobre el espíritu del
hombre, y el arte más digno es el
que ofrece testimonio de la plenitud
y la pureza de su autor.
Entiendo que la profundidad y
riqueza del pensamiento de Gandhi
en relación a este punto justifica
la siguiente larga y jugosa cita
que, con toda modestia, juzgo
insoslayable para cualquiera que
pretenda reflexionar sobre nuestro
pasado, nuestro presente y nuestro
futuro en América Latina.
“Nos hemos ido haciendo un poco a la
idea de que el arte es independiente
de la pureza de nuestra vida
privada; pero no hay nada más falso
que eso. Por el contrario, la pureza
de vida es el arte más auténtico y
más elevado de todos. Son muchos los
que pueden educar su voz para
distinguirse en el arte del canto,
pero son muy raros los que tienen el
arte de producir la música armoniosa
que brota de una vida pura. Afirmo
sin ninguna arrogancia, si ello es
posible, y con toda humildad, que mi
mensaje y mis métodos -explicó
Gandhi- van dirigidos al mundo
entero; y veo con profunda
satisfacción la maravillosa acogida
que ya se les ha tributado en
Occidente en el corazón de un gran
número de hombres y mujeres. El
mayor honor que pueden hacerme mis
amigos es poner en práctica, en su
propia vida, el programa que les
propongo, o bien oponerse con todas
sus fuerzas si no creen en él.
La no violencia es la fuerza más
grande que el hombre tiene a su
disposición; más poderosa que el
arma más destructiva inventada. La
destrucción no corresponde, ni mucho
menos, a la ley de los hombres.
Vivir libre es estar dispuesto a
morir, si es preciso, a manos del
prójimo, pero nunca a darle muerte.
Sea cual sea el motivo, todo
homicidio y todo atentado contra la
persona es un crimen contra la
humanidad. La primera exigencia de
la no violencia consiste en respetar
la justicia alrededor de nosotros y
en todos los terrenos. ¿Es esto
pedirle demasiado a la naturaleza
humana? No lo creo. Nunca hemos de
hacer teorías sobre lo que el hombre
puede realizar de bueno o de malo.
Lo mismo que hay que aprender a
matar para practicar el arte de la
violencia, también hay que
prepararse a morir para entrenarse
en la no violencia. La violencia no
nos libra del miedo, sino que
procura combatir la causa del miedo.
Por el contrario, la no violencia
está libre de todo miedo.
La no violencia -continuó el líder
hindú- no consiste en amar a los que
nos aman; comienza a partir del
momento en que amamos a los que nos
odian. Conozco perfectamente las
dificultades de este gran
mandamiento del amor. ¿Pero no pasa
lo mismo con todas las cosas
grandes y buenas? Lo más difícil de
todo es amar a los enemigos. Pero si
queremos realmente llegar a ello la
gracia de dios vendrá a ayudarnos a
superar los obstáculos más temibles.
He observado que las peores
destrucciones no logran nunca que
desaparezca por completo la vida.
Por tanto, tiene que haber una ley
superior a la destrucción. Sólo esa
ley superior puede dar un sentido a
nuestra vida y establecer la armonía
indispensable al funcionamiento del
rodaje social. Y si debe ser ésa
nuestra ley, hemos de esforzarnos
cuanto podamos para que sea la norma
de nuestra vida diaria. Siempre que
surge la discordia, que choca uno
con la oposición, hay que intentar
vencer al adversario con el amor.
Toda mi vida he recurrido a este
medio elemental para superar
numerosos problemas. Esto no
significa que haya solucionado
todas mis dificultades. Lo único que
he conseguido es descubrir
sencillamente que la ley del amor es
más eficaz que la voz de la
violencia. No es que yo sea incapaz,
por ejemplo, de encolerizarme, pero
casi siempre he logrado dominarme.
Puedo dejarme sorprender, pero
siempre procuro seguir, de forma
consciente y deliberada, siendo fiel
a las exigencias de esos combates
interiores. Cuanto más me esfuerzo
en ello -concluye Gandhi-,
más gozo tengo de vivir. Esa es la
prueba de que esa ley está en
conformidad con el plan del
universo. Encuentro allí una paz y
un sentido de los misterios de la
naturaleza que desafían toda
descripción”.