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El lenguaje de la barbarie

El mundo árabe está enfermo. De una enfermedad que no empezó con el colonialismo inglés y francés del siglo XIX, sino mucho antes. Empezó cuando malogró la herencia griega y romana, tan común a la orilla norte como a la sur del Mediterráneo. Empezó cuando las hordas bereberes arrasaron Medina Al Zahara, en el año 1010, y desmembraron el califato omeya. Y se convirtió en invitación a la tumba con la muerte del gran visir Nizam Al Molk a manos de la secta de los asesinos.

 

 

Cito los tres hechos con intención política, no historicista. La renuncia a Roma es la renuncia al derecho; la destrucción de la ciudad cordobesa, el fin de las ciencias y de las artes; la desaparición de Al Molk, la imposibilidad de separar religión y Estado. En tales circunstancias, el mundo árabe no ha necesitado de ninguna intervención externa para seguir anclado en la mayor contribución que ha hecho a la ciencia política en los últimos mil años: la decadencia permanente, cruz de la moneda dialéctica donde su contraparte mediterránea, Europa, es cara e inseparable contrario.

No voy a entrar ahora en el fondo de esa cuestión; es información de contexto, por si despierta la curiosidad de algún lector y decide informarse por su cuenta, lejos de los analistas superficiales y de los que andan soltando no se qué bazofia sobre el malvado occidente al hilo de los atentados de Londres. Los gobiernos de EEUU, Gran Bretaña e Israel, los perros de la guerra que han emponzoñado aún más las relaciones en esta parte del mundo, tienen razón en una sola cosa: no hay relación directa entre la invasión de Irak y los motivos de Al Qaeda y de los grupos fundamentalistas de su entorno. Si lo sabrán ellos, que los alimentaron inicialmente (¿sólo inicialmente?) y se benefician de un conflicto cuyas principales víctimas son, por este orden, el propio mundo árabe y la Unión Europea.

La familia de Al Qaeda tiene sus propios objetivos. Lo he dicho muchas veces desde los ataques a las Torres Gemelas: en el mundo árabe, es el equivalente a una organización de extrema derecha. Ocupa su espacio, piensa como ellos, mata como ellos y por supuesto cuenta con las habituales y oscuras conexiones de cualquier grupo terrorista de extrema derecha. La guerra de Irak, el conflicto palestino-israelí, son excusas que desde luego no necesitaron antes ni necesitarán mañana en el caso de que cambien las cosas. No son la resistencia iraquí ni la palestina; son un cuerpo ajeno que pretende manipularlas y que busca destruir cualquier atisbo de progreso en el mundo árabe, para lo cual deben conseguir una reacción desmedida, necesariamente, por parte de eso que llaman Occidente, esa vaguedad que a efectos de la partida sólo esconde tres nombres ya escritos. Una vez más, Estados Unidos, Gran Bretaña, Israel.

Adivina, adivinanza: el ex patrocinador dice ser enemigo del ex patrocinado; el ex patrocinado, del ex patrocinador. Los dos buscan la reacción del otro. La banca juega y gana.

Lo más curioso del caso, por no decir lo más patético, es descubrir que docenas de autores y periodistas que afirman hablar desde la izquierda caen en la trampa, asumen el lenguaje de los protagonistas de esta historia y se convierten, supongo que de forma inadvertida, en propagandistas de los asesinos. Qué otra cosa es insinuar que Al Qaeda mantiene una lucha antiimperialista, como he leído últimamente en varias publicaciones latinoamericanas (¿es antiimperialista la extrema derecha? ¿desde cuándo, borregos?). Qué otra cosa son las repugnantes comparaciones morales entre la muerte de civiles londinenses, madrileños e iraquíes, si todos son víctimas del mismo enemigo. Qué otra cosa es tapar la verdad bajo el manto de la apelación a Occidente, cuando estamos hablando de Bush, Blair, Bin Laden y su objetivo, común, es aniquilar el derecho, la ciencia y la separación de religión y Estado.

Poco antes de los atentados de Londres, un columnista del diario El País criticaba la ley española que concede derecho de matrimonio y adopción a los homosexuales porque, en su opinión, ponía en peligro el «diálogo de civilizaciones» con el Islam. Un gran progresista, el caballero. No me había reído tanto desde que hace uno o dos meses, en plena campaña xenófoba de la prensa peruana contra Chile, varios columnistas acusaron a los chilenos de piratearles (sic) las aceitunas y las chirimoyas. Y si me quedaran carcajadas, prometo que me reiría a pierna suelta con el combinado de izquierdistas y periodistas analfabetos que prefieren abonarse a las tesis culturalistas y aplaudir masacres, o justificarlas, porque sus pequeños cerebros no saben sumar dos y dos.

Por mi parte, me remito a lo que ya dije el pasado día ocho, en estas mismas páginas, y a una convicción: las palabras cambian el mundo. Pero si se escriben con renglones torcidos, si se asume el lenguaje de la barbarie, el sentido del cambio puede ser inverso al previsto.
 

Jesús Gómez Gutiérrez
Convenio La Insignia / Rel-UITA

12 de julio de 2005

 

Ilustración: www.archipress.org

 

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