Un
pingüino contra el imperio Microsoft |
Octubre ha sido el mes elegido por los agentes de venta del
magnate de la informática Bill Gates para comercializar
‘Windows XP Edition Starter’ en las tiendas de software de
Malasia, Tailandia e Indonesia. Una versión de bajo coste
del sistema operativo que alimenta el 90 por ciento de los
ordenadores del mundo, 350 millones de usuarios repartidos
de Sillicon Valley, domicilio del gigante Microsoft, hasta
la capital tailandesa Bangkok. Objetivo: frenar la difusión
del software libre por el continente asiático tras el
impulso dado por el Día Mundial del Software Libre,
celebrado el pasado 28 de agosto. Objetivo también: evitar
iniciativas como la promovida el pasado mes por los tres
países tecnológicos más importantes de Asia, Japón, Corea
del Sur y China para el desarrollo de un sistema operativo
basado en el software libre.
Software como Linux (lo utilizan Google, Disney y Pixar), el
del pingüino en su cabecera, el más popular y alternativa
natural a Windows; o también el procesador de textos
OpenOffice o el navegador Mozilla. Libres porque alimentan
una filosofía basada en cuatro libertades: la de usar el
programa con cualquier propósito; la de estudiar cómo
funciona el programa, y adaptarlo a las necesidades del
usuario; la de distribuir o vender copias, mejorando el
programa y haciendo públicos esos cambios para que toda la
sociedad se beneficie. Todo esto con un requisito: que el
código fuente del programa, el lenguaje en el que está
escrito, esté abierto y sea accesible.
Pero no sólo se extiende por Asia. Sobre todo lo hace por
América Latina, lejos de donde el finlandés Linus Torvards
colocó por primera vez un sistema operativo libre en la red.
Es Brasil, precisamente, uno de los países a la vanguardia
en el uso de software libre. Es una de las banderas
políticas del gobierno de Lula da Silva que pretende que, el
próximo año, el 80 por ciento de los ordenadores comprados
por el Estado se alimenten de este software de código
abierto. Un intento, en palabras del Gobierno, de
democratizar el acceso a la tecnología con la intención de
que 17 millones de brasileños la tengan a su alcance. Hoy
son ya 60 las alcaldías que utilizan este tipo de programas
y 2500 los dólares que se ahorra Brasil por cada 10
ordenadores que usan Linux, según datos de la revista PC
News.
El cono sur es tierra abonada para el ‘software sin dueño’.
Argentina también. A principios de este año, el gobierno de
Néstor Kichner anunció que todos los ordenadores del
gobierno nacional tendrán en el plazo de cinco años como
sistema operativo el software Linux. Iniciativa similar si
viajamos hasta Venezuela o Perú.
Y también si lo hacemos hasta Afganistán, donde Estados
Unidos no gobierna en la paz como tampoco lo hace uno de sus
baluartes, Microsoft. Pierde la batalla contra Linux apoyado
incluso por el Programa de Naciones Unidas para el
Desarrollo (PNUD), en el terreno para facilitar la
tecnología a los afganos. Tecnología abierta a sus
necesidades, abierta a la autogestión, a que sean ellos los
que la manipulen, desatando la dependencia del software
propietario controlado por Microsoft.
Porque ese es el objetivo del software libre, desatarse de la
dependencia de unos laboratorios localizados en la Costa
Oeste de Estados Unidos, de la dependencia de una tecnología
encarecida en cada versión del sistema, en cada
actualización del software, y enmarañada con un sinnúmero de
programas sujetos los unos a los otros para su uso. Es un
software propietario, antítesis del desarrollo sostenible y
autosostenido de los países del Sur, más si parten de cero.
Dice a la cadena BBC Ashraf Hasson, uno de miembros
destacados del todavía reducido Grupo Iraquí de Usuarios de
Linux, que el software abierto y libre “podría ayudar a
sentar una sólida base en la tecnología del país”. Y lejos
de eso, hoy, los iraquíes empiezan a tener problemas una vez
las copias ilegales de software propietario que han caído en
sus manos, el de Microsoft, han caducado. Lo siguiente hay
que pagarlo.
Y de Irak hasta Nigeria, Sudáfrica, India, Chile, Noruega,
España, Francia y Alemania. Allí también ha llegado el
software libre. Ejemplo en Europa, el del gobierno de Munich
que está sustituyendo en sus equipos el sistema Windows por
Linux.
Es una apuesta por reducir los costes, por evitar la
piratería, por autogestionar la red informática, por frenar
la intromisión de los hackers, los piratas informáticos,
alimentada por la privacidad. Ya no la hay, lo que existe
ahora es libertad para construir un software, otro tipo de
software posible, al alcance de todos, puente en la división
informática entre mundos, cura para la brecha que hiere al
Sur postrado en el subdesarrollo tecnológico.
Óscar
Gutiérrez
Agencia de
Información Solidaria
19 de
octubre de 2004
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