Mientras en una parte del mundo se
celebraban las fiestas,
en
otros lugares se mataban seres
humanos
Así se despidió el año 2008, así llegó el 2009. Civilización,
o no, y barbarie. Pan dulce y
bombas. El cinismo no conoce
fronteras. Se mata y ya está. Por
seguridad. Por los derechos de unos
sobre otros. Recibimos el Año Nuevo
con cuatrocientos muertos debajo del
colchón, cien de ellos niños. Y
cerca de dos mil heridos. La Franja
de Gaza. Pueblos que ya tendrían que
ser sabios por sus experiencias
trágicas encuentran coincidencia
sólo en la muerte. Esa muerte para
la que el ser humano trata de
encontrar una definición, una
explicación, es usada como emblema
de lo que llamamos civilización.
Ahora es ya mucho más fácil. Se mata
al enemigo desde aviones y, mejor
todavía, a él y a toda su familia. A
su mujer y a sus ocho hijos. O con
cohetes, desde el escondite.
Esos jóvenes que arrojan bombas desde aviones o desde
escondites no se dan cuenta de que
matan, de que exterminan la vida de
otro ser, por lo general inocente.
Pero arrojan bombas por
“patriotismo”. Los discursos de los
políticos intervinientes nos dicen
claramente de su omnipotencia.
¿Tienen acaso el poder delegado de
matar, de hacer matar? ¿Se los vota
para eso? ¿Y qué pasa con Naciones
Unidas, para qué está? Ni siquiera
esa organización mundial es capaz de
detener una guerra. Ese tendría que
ser su principal motivo de
existencia. Y no una masa
burocrática de encuentros
superficiales y desencuentros que
ocasionan la muerte.
La muerte de niños. Lo lanzaron al
aire y al papel, los medios: el
bombardeo israelí logró la muerte de
uno de los dirigentes principales de
Hamas y también de su mujer y sus
ocho hijos. Buena puntería. ¿Pero
cómo, es que vivimos en el tiempo de
los dinosaurios? No, vivimos el
siglo de la mente humana. Por eso el
papa Ratzinger en su mensaje
de Navidad nos ha enseñado a rezar,
rezar, rezar. ¿Rezar a quién? ¿A un
Dios que permite en la “Tierra
Santa”, donde nació su hijo de una
virgen, que se cometan crímenes tan
atroces, como que se peleen pueblos
desde hace siglos por razones
religiosas, que en el fondo no son
otra cosa que razones de poder y de
dominio? Alá, Jehová y Cristo.
Tierra Santa que mata a sus niños.
¿Con qué habrán soñado esos niños la
última noche en que vivieron? ¿Con
juguetes, con hadas, con ángeles que
les arrojaban espejitos de colores
desde el cielo? Es lo mismo, porque
nosotros les arrojamos bombas y los
destrozamos. Habría que rescatar los
ojos de esos niños en el momento en
que estallaron las bombas.
Sí, está bien, los hombres de Hamas
lanzan cohetes a Israel. ¿Y por eso
hay que bombardear ciudades abiertas
allí donde viven madres que crían a
sus hijos? Ciudades que ni siquiera
tienen refugios antiaéreos. Eso es
fácil. Pero criminal de la peor
cobardía, a su vez.
Tiene razón Israel en combatir el
terrorismo, pero no con métodos cien
veces más traidores que el cohete
individual. Igual, tal vez, en su
perversión, pero increíblemente
menor que hacerlo desde aviones, en
uniforme oficial y por orden de los
responsables. No, además, esos actos
de mostrar poder traen las
consecuencias más nefastas, originan
los odios de siglos, los deseos de
venganza infinitos, que quedan en la
historia de los pueblos. La única
búsqueda de solución es recurrir a
Naciones Unidas para que envíe una
organización preparada en esta clase
de conflictos, que encuentre la paz
y no la venganza.
No se arreglan los problemas con la
muerte. Y más para un pueblo con la
experiencia del judío, un pueblo
que, con su conocimiento histórico
de persecuciones, tiene que haber
aprendido para siempre hacia dónde
lleva el odio. Porque los crímenes
del Holocausto han quedado para
siempre en la conciencia del pueblo
alemán y tendrían que quedar también
para siempre en el pueblo que fue
víctima. Porque no hay ninguna
diferencia para un niño entre morir
en una cámara de gas y ser
destrozado por una bomba arrojada
desde aviones oficiales.
Sí, el pueblo alemán aprendió para
siempre lo que es cometer un crimen
de lesa humanidad. Pero seamos
sinceros: aprendió pero no tanto.
Hay otra forma de hacerse cómplice
de otros crímenes. Por ejemplo esto:
la fabricación y venta de armas.
Leamos las cifras oficiales. La
exportación de armas alemanas del
año 2007 alcanzó a 8,7 mil millones
de euros. Es decir que exportó un 13
por ciento más que el año anterior.
Con esto, Alemania ocupa el
tercer lugar en el mundo de
exportadores de armas, con el 10 por
ciento, mientras Estados Unidos
ocupa el primer lugar, con el 31 por
ciento, y Rusia, el segundo,
con el 25 por ciento. Pero aquí no
acaba la cosa. Alemania
exporta armas a China,
India, a los Emiratos Unidos
de Arabia, a Grecia, a
Corea del Sur y a un sinfín de
otros países. Sí, a los Emiratos
Unidos de Arabia. Pero, y aquí
está el nudo de la cuestión: también
a Israel, Afganistán,
India, Nigeria,
Pakistán y Tailandia. Muy
buen negocio. Ahí no se hacen
discriminaciones, el que paga bien,
a ése se le vende. Es sabido que los
europeos -en este caso Alemania,
Gran Bretaña, Francia
e Italia- atraen a sus
clientes deseosos de armas con
financiaciones “atractivas” y la
promesa de transmitirles tecnología
nueva.
Entonces aquí hay que decir la otra
verdad. No alcanza con que los
alemanes se hayan hecho una severa
autocrítica sobre los crímenes del
nazismo sino que la verdadera
autocrítica tendría que ser nunca
más a las armas, nunca más hacer
negocios con la Muerte y menos con
países que tienen problemas con
países lindantes ni tampoco aquellos
que tienen problemas internos. No se
es honesto si por un lado criticamos
las guerras y las represiones y por
el otro vendemos armas a países
donde tienen lugar esos crímenes
contra la Vida.
Hace pocos días se hizo en los
medios alemanes un desusado elogio
al ex primer ministro Helmut
Schmidt, que cumplió noventa
años de edad. Justamente, el
político que apoyó la venta de armas
a la dictadura argentina del
desaparecedor Jorge Rafael Videla.
Y se defendió en el Congreso alemán
diciendo que lo hacía para “asegurar
la fuente de trabajo de los obreros
alemanes”, un argumento fuera de
toda base ética. Porque si es por
eso, que el gobierno alemán disponga
de una suma para darles trabajo a
esos obreros y que éstos se dediquen
a fabricar juguetes para los niños.
Más todavía, el gobierno alemán
asegura con fianzas oficiales la
financiación de los proyectos de
venta de armas, para lo cual se
utiliza dinero del pueblo cobrado
mediante los impuestos. Hace poco
quedó en claro un escándalo
producido por la constatación de que
las fuerzas de seguridad de
Georgia poseían modernas armas
alemanas, a pesar de que el gobierno
alemán había rechazado el pedido de
ese país de venderle armas, ya que
Georgia se encontraba en
estado de guerra con Rusia.
Es decir que podemos constatar que,
en el caso de hacer negocios, se
pisotean los principios básicos de
lo que tiene que ser la ética en las
relaciones humanas.
Las armas, las guerras entre los
seres humanos divididos por
estúpidas fronteras, tienen que
pasar a ser un tema fijo en la vida
de todos los pueblos del mundo. No a
las armas, sí a la vida.
Han muerto cien niños en el
bombardeo israelí de Gaza. Ya esa
cifra podría servir de leitmotiv
contra todos los bombardeos de
ciudades abiertas. Nunca más la
muerte de niños como acción de
guerra. Salir a la calle en la
protesta. Denunciar a los políticos
que dieron la orden y a los
generales y soldados que la
cumplieron.
Sería al primer peldaño hacia aquel
Paraíso en la Tierra con que soñaba
Kant: la paz eterna.
Osvaldo Bayer
Tomado de Página 12
14 de enero de 2009