Luce Fabbri

“Los fascistas de todas las naciones

son iguales para el trabajador”

  

 

En el Paraninfo de la Universidad de Montevideo, Uruguay, se realizó recientemente un acto en conmemoración de los cien años del nacimiento de Luce Fabbri, personalidad excepcional que llegó al país siendo muy joven, expulsada de Italia por el fascismo, y continuó toda su vida la lucha por las ideas libertarias. Uno de sus libros, que tituló “Camisas negras”, es una de las grandes contribuciones a la lucha antifascista.

 

Se trata de una obra que merecería reeditarse, en la  que analiza las causas del nacimiento del fascismo, su ideología, sus crímenes, su política.

 

El fascismo es -explica claramente Luce Fabbri- un fenómeno de transición entre un mundo que muere y otro que nace. Es internacional porque son internacionales las causas que lo generan. Nació en Italia porque en ese país antes que en otros las fuerzas obreras habían llegado a constituir un peligro serio para el viejo mundo que no se resignaba a morir. Es, por tanto, una expresión de la lucha de clases.

 

En esencia, el fascismo es la defensa armada de los privilegios de una clase y no tiene otro programa real que la voluntad de dominio. El fascismo surgió como antidemocracia porque la democracia ya no servía para defender al mundo capitalista; pero tuvo necesidad de buscarse un sistema y de fabricarse precursores, para atraer a la juventud descontenta y también a cierta clase de intelectuales.

 

A la misma necesidad obedece la coquetería o vanidad de llamar revolución a una restauración brutal que llevó políticamente a tiempos anteriores a la Revolución Francesa. El fascismo es un movimiento eminentemente antidemocrático, pero no en el sentido de  superación de la democracia sino en el de un salto  atrás; no quiere levantar un nuevo edificio sobre las ruinas del actual sino reconstruir el edificio antiguo.

 

Los camisas negras encabezan una acción violenta, colectiva, contra los organismos enemigos de los intereses capitalistas. Un ejemplo típico fue lo que ocurrió en Molinella, Italia, donde, para quebrar la resistencia de toda la población unida alrededor de sus sindicatos y sus cooperativas se envenenaban los aljibes, se acribillaban de noche a balazos las puertas y ventanas de las casas.

 

Además, el gobierno fascista recurrió a una medida radical: no se permitían que llegaran víveres ni médicos. En ese tiempo hubo en Bolonia muchísimas mujeres de Molinella, campesinas fuertes que trabajaban y luchaban como los hombres y que, echadas de sus tierras, buscaban colocación en la ciudad como enfermeras o como sirvientas.

 

Los domingos, el único día de licencia, muchas de ellas tomaban sus bicicletas y, por los senderos secundarios, volvían a su pueblo, atraídas por un amor tan intenso que parecía inexplicable hacia aquella tierra cultivada en común, y hacia sus hermanos que aún resistían. Y algunas de ellas (“hablo porque lo vi”, señala Luce Fabbri) tenían los brazos magullados por el bastón fascista.

 

En poco tiempo siete obreros organizados cayeron muertos en Molinella e innumerables fueron heridos. A Regazzi, el jefe de las bandas fascistas de ese pueblo, en una ceremonia solemne se le otorgó oficialmente una medalla de oro. Sin embargo, mientras quedó un solo hombre hubo resistencia en Molinella.

 

Las cooperativas fueron destruidas, sus capitales secuestrados, los sindicatos de clase puestos prácticamente fuera de la ley. Pero los sindicatos fascistas, si quisieron tener afiliados tuvieron que traerlos de otra parte.

 

Se declaró que quien no estaba inscripto en los sindicatos fascistas no tendría trabajo. Los obreros de Molinella se quedaron sin trabajo y se alimentaron del pasto que crece en las zanjas. Se les amenazó con encarcelarlos si no se doblegaban; no se doblegaron  y fueron llenando las cárceles apresados en grupos de 40. Se impuso a los propietarios de casas que dieran el desalojo  a todas las familias del pueblo, menos a unas cuantas que habían aceptado el nuevo estado de cosas.

 

Y un día llegaron a Molinella muchos camiones; en esos camiones amontonaron muebles, ancianos, mujeres y niños (los hombres se encontraban casi todos en la cárcel o en el destierro) y la caravana salió rumbo a Bolonia, donde los desterrados fueron alojados provisoriamente en los cuarteles. De ahí se dispersaron. Esto ocurría en 1927. La población de Molinella fue renovada con elementos dóciles y se transformó en un pueblo como otros, envuelto en una atmósfera de descontento y resignación.

 

El libro de Luce Fabbri es un excelente estudio de las causas y la realidad del fascismo. Desde joven, en su exilio en Uruguay, ella siguió la lucha, la prédica anarquista, ejerció el profesorado y nos legó su militancia y su obra, siempre vigente y aleccionadora.

 

Es saludable recordar la historia. Entre otras cosas porque, como dice una de las canciones de los republicanos españoles: “los fascistas de todas las naciones son iguales para el trabajador”. Y porque la libertad se defiende y por ella se debe luchar cada día.

 

 

En Montevideo, Guillermo Chifflet

Rel-UITA

28 de julio de 2008

 

 

 

Foto: larepublica.com.uy

 

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