La política de este
pequeño país andino está salpicada de situaciones
singulares y, por cierto, de personajes sui géneris.
Uno de ellos, el actual presidente de la República,
coronel retirado que llegó a la Presidencia luego de
alentar un golpe de estado y con un discurso de cambio
que lo archivó a poco de su triunfo. Esto no tiene
nada de singular, muchos gobernantes latinoamericanos
desplegaron un discurso para ser electos, que luego lo
contradijeron con su práctica gubernamental.
Lucio es algo diferente. En estricto sentido, él no faltó a
la fidelidad debida a quienes patrocinaron su candidatura.
Esta fue un acto de conveniencia, sin acuerdo programático
alguno. El se alquiló como candidato de un grupo importante
de la izquierda (que incluso no veía como posible el éxito
en las urnas), aprovechándose de la incapacidad de los
líderes de dicha tendencia para consolidar un frente amplio.
Al inaugurar su gestión, Lucio proclamó su negocio. Se
presentó como de izquierda y de derecha. Con ese anunció,
quizás no comprendido en enero del 2003, se ubicó en el
mercado. Y desde entonces adecuó su gestión y su equipo de
gobierno a los intereses de sus sucesivos arrendatarios.
Con este presidente arrendable, diversas relaciones han sido
posibles. Unas no duraron mucho, aunque otras, hay que
reconocerlo, se han sostenido. Los primeros desahuciados
fueron los grupos que viabilizaron la elección de Lucio, con
los indígenas a la cabeza. Hace poco se distanció el mayor
partido de la derecha, el Socialcristiano, que casi desde el
inicio del gobierno, sin una alianza formal de por medio,
obtuvo varias prebendas de Lucio; y este partido ahora
-quizás resentido por un mal reparto- impulsa, con otras
fuerzas políticas, una interpelación para destituir al
presidente, quien recién hoy amenaza con cobrar deudas de
vieja data a la acaudalada familia del líder
socialcristiano.
Entre las segundas, o sea entre los auspiciantes que todavía
duran, asoman el gobierno de los EEUU, el FMI, los
acreedores de la deuda externa y la banca nacional. En ese
ámbito se entienden las recientes declaraciones públicas a
favor de Lucio de KK, de la embajadora del reelecto Jorge
Bush II. Ella debe estar preocupada porque la salida de su
socio podría significar un tropiezo para el TLC o para la
participación sumisa del Ecuador en el Plan Colombia.
Angustia similar se percibe en el mundillo financiero,
porque la destitución de Lucio podría, por ejemplo,
entorpecer la recompra de los bonos de la deuda a
cotizaciones elevadas. En este confuso mercado arrendaticio
lucran tanto los taxistas que esperan importar vehículos
libres de aranceles a cambio de su apoyo a Lucio, como
Alvarito Noboa -el multimillonario encaprichado por
comprarse la Presidencia- y quien no estaría pagando todos
los impuestos que debe, así como Abdalá Bucaram, el prófugo
que no ha dejado de pescar a río revuelto. Y no faltan otros
grupos, que al no avalar el juicio contra Lucio, por el
pretexto que sea, lo que buscan es obtener alguna migaja en
medio del caos, sin dejar de declararse opositores al
régimen.
El saldo de este gobierno de alquiler es obvio:
inestabilidad, que incluso aumentará por la acción del
impostor, quien nunca dará la talla de un estadista.
Alberto Acosta
Convenio La Insignia / Rel-UITA
11 de noviembre de 2004