Martin
Luther King logró convencer a su raza de
que la libertad no es una ilusión sino
una esperanza, algo alcanzable.
Desenmascarando a los violentos y
movilizando a los oprimidos, por vías
pacíficas y prédica de la no violencia,
venció el miedo colectivo y logró que
millones salieran a la calle a reclamar
sus derechos.
Martin Luther King
nació el 15 de enero de 1929 en Atlanta
(Georgia). Su padre era un
clérigo bautista que luchó contra la
segregación racial que existía en
Estados Unidos y participó en
numerosas actividades para obtener la
igualdad entre razas.
Mientras cursó la escuela ganaba algunos
dólares repartiendo periódicos. En 1944
inició sus estudios en el Morehouse
College de Atlanta, único
instituto para negros de la ciudad.
Pensó en ser médico, como camino para
ayudar a los demás, pero –según explican
sus biógrafos- cambió esa vocación a
partir de algunas lecturas, entre las
que se destaca el libro
“Desobediencia civil”, de Henry
David Thoreau, donde se leen frases
como esta: “No puedo reconocer ni por un
momento a una organización política como
mi gobierno, que es también un gobierno
esclavista. La prisión es el lugar
adecuado para un hombre justo, la única
casa donde un hombre libre puede vivir
con honor en un estado de esclavitud”.
En 1946, tras las huellas de su padre,
decidió hacerse pastor, en tanto
numerosas lecturas (de Platón,
Aristóteles, Rousseau,
Hobbes, Stuart Mill, Locke)
lo pusieron en contacto con las
cuestiones éticas y sociales. También
leyó a Marx, pero la influencia
más fuerte la recibió de la vida y
enseñanzas de Mahatma Gandhi y su
enfrentamiento a la Policía y al
Ejército del imperio inglés sin un solo
gesto de violencia.
Después de casarse y conseguir el título
de doctor, Luther King aceptó el
cargo de pastor en una iglesia bautista
de la ciudad de Montgomery, donde
inició su lucha contra la discriminación
racial.
A fines de agosto de 1955, una modista
negra (Rosa Parks) se negó a
ceder su asiento en el autobús a un
pasajero blanco; el conductor llamó a la
Policía y la mujer fue detenida. El
hecho puso en primer plano una vez más
la segregación a que estaban sometidos
los afrodescendientes, al no poder
acceder a piscinas, escuelas,
restaurantes y un gran número de
servicios públicos exclusivos para los
blancos.
Martin Luther King,
presidente del movimiento de protesta
organizado a raíz de la detención de
Rosa Parks, exhortó a la población
negra a no utilizar los autobuses ni
ningún otro servicio que aplicara la
discriminación. El término elegido no
fue huelga, ni boicot, sino la expresión
gandhiana “no colaboración”.
La protesta fue un éxito. Las
autoridades se comprometieron a dar un
tratamiento digno a los negros y a no
discriminarlos en los servicios
públicos.
Los grupos racistas pasaron a la
ofensiva. El 30 de enero de 1956 estalló
una bomba en la casa de Luther King,
en Montgomery, atentado del que
felizmente resultaron ilesas su esposa y
su hija Yolanda. El hecho suscitó
la ira de la población negra, a la que
Luther King debió calmar,
explicando: “Por favor, regresad a casa,
dejad vuestras armas. No podemos
resolver este problema mediante la
venganza. Hemos de tratar la violencia
con la no violencia. Hemos de amar a
nuestros hermanos blancos
independientemente de lo que nos hagan.
Hemos de transformar el odio en amor”.
Este hecho le dio prestigio a escala
nacional.
El año 1963 fue marcado por grandes
movilizaciones por los derechos civiles,
encabezadas por Luther King. En
Birmingham, tras varios días de
manifestaciones y protestas
violentamente reprimidas por la Policía
se logró que quedara abolida la
segregación racial y se promoviera el
empleo y el desarrollo profesional de la
comunidad negra. Además, quedaron en
libertad todos los detenidos durante la
campaña y los responsables de la Policía
fueron relevados de sus cargos.
El presidente Kennedy presentó en
el Congreso una nueva legislación de
derechos civiles destinada a establecer
una mejora en la posición social,
laboral y legal de los negros. Para
apoyar esa propuesta, Luther King
promovió la “Marcha sobre Washington”,
una gigantesca manifestación que el 28
de agosto de 1963 congregó a más de 250
mil personas, ante las cuales Luther
King, erigido en líder moral de la
nación, pronunció un emotivo discurso.
En un pasaje del mismo expresó: “Tengo
un sueño. Sueño que mis hijos podrán
vivir un día en una nación donde nadie
sea juzgado por el color de su piel sino
según su carácter. Tengo el sueño de que
un día los niños y niñas negros
estrecharán las manos de los niños y
niñas blancos, y todos se reconocerán
como hermanos. Sueño que un día se
levantarán los valles y cada montaña
será abatida. Los lugares ásperos serán
aplanados y los torcidos serán
enderezados”.
Pocos meses después de la entrada
triunfal en Washington se produjo
el asesinato de Kennedy con el
cual Luther King estaba bien
relacionado. El 10 de diciembre de 1964
le fue concedido el Premio Nóbel de
la Paz.
Tenía 35 años. Era el hombre más joven
que recibía ese honor. Paralelamente,
Edgar Hoover, director del
FBI, llamó a King “el
mentiroso más notable del país”,
considerándolo un adversario peligroso.
Al final de su lucha, M. Luther King
buscó unir a negros y blancos, dejando
de ser el representante de los negros
para ser el de los pobres, fuesen del
color que fuesen. Se encontraba
preparando una nueva marcha de los
pobres, cuando James Earl Ray, un
criminal profesional, disparó contra él
asesinándolo. Era el 4 de abril de 1968.
Sus escritos nos dejan testimonio de su
dolor y de su causa. Por ejemplo: “Hemos
esperado más de 340 años nuestros
derechos constitucionales y dados por
Dios. Las naciones de Asia y
África se están moviendo a la
velocidad de un reactor hacia la meta de
la independencia política, y nosotros
todavía vamos despacito, a caballo y a
paso de tortuga hacia la consecución de
una taza de café en un puesto de
comidas. Supongo que, para quienes nunca
han sentido esos punzantes dardos de la
segregación, es fácil decir ‘espera’.
Pero cuando has visto a turbas crueles
linchar a tus madres y padres a voluntad
y ahogar a tus hermanas y hermanos a
capricho, cuando has visto a policías
llenos de odio maldecir, patear,
maltratar brutalmente e incluso matar a
hermanas y hermanos negros con
impunidad, cuando de repente te das
cuenta de que la lengua se te traba y
las palabras te faltan, cuando intentas
explicar a tu hija de seis años por qué
no puede ir al parque de atracciones
público que acaban de anunciar en la
televisión, y ves las lágrimas brotar de
sus ojitos cuando se le dice que la
ciudad de la diversión está cerrada para
los niños de color, entonces se puede
entender por qué nos resulta difícil
esperar”.