Cuando se cumple el décimo aniversario de aquel "momento
glorioso para toda la humanidad", superada la segregación
racial, el país tiene que hacer frente a nuevos problemas
como son el sida, el desempleo o la delincuencia. Pero
Carlin, cuyos artículos han sido publicados por medios como
el Times y el Independent, prefiere destacar
lo positivo: hace diez años Sudáfrica era un país único en
el mundo por el racismo legalizado. Hoy conoce una
estabilidad política nunca vista desde que llegaron los
primeros colonos blancos en 1652. "Hay mucho que festejar en
Sudáfrica", asegura.
-Llegó a Sudáfrica en 1989 ¿Cómo era ese país que
avergonzaba al mundo?
-Era un país en pleno apartheid. Los negros tenían vetadas
ciertas playas, había teléfonos públicos exclusivos para
blancos, las zonas residenciales estaban separadas, la
educación para los negros era de una calidad muy inferior, y
la segregación se extendía a trenes y autobuses. Era, en
definitiva, el apartheid en su clásica expresión.
-¿Recuerda alguna historia que le marcara especialmente?
-Al poco de llegar de viaje a Uppington conocí de cerca el
juicio en el que condenaron a 14 personas a muerte por el
asesinato de un policía municipal. Entre ellos se encontraba
una pareja de ancianos con diez hijos. Fue una expresión
particularmente perversa de las consecuencias que tenía el
sistema para la gente corriente.
-Usted fue testigo, en cualquier caso, de toda la transición
hacia la democracia.
-El primer año viví el apartheid puro y duro, pero de
repente todo cambió. El 2 de Febrero de 1990 el presidente
sudafricano Frederik Willem de Klerk anunció que legalizaba
el Congreso Nacional Africano (CNA) y unos días después
liberaba a su histórico líder, Nelson Mandela. Fue un día
espectacular. Multitudes de personas se congregaron en la
gran plaza central de Ciudad del Cabo para cerebrarlo.
Recuerdo la desconfianza de los blancos que, a pesar de
haber negociado durante tres años con Mandela en la cárcel y
de haber preparado el terreno para su liberalización, temían
que pudiera incitar a su gente a la violencia. Era el
“factor ayatollah”. Mandela, sin embargo, se mostró firme
pero moderado. En su primera rueda de prensa le pregunte
cuál iba ser su fórmula para lograr la paz y me contestó:
"reconciliar las aspiraciones de los negros con los temores
de los blancos". Y eso es a lo que se dedicó durante los
siguientes cuatro años.
-Mandela y De Klerk fueron los protagonistas indiscutibles
de todo el proceso.
-Mandela es un personaje épico, legendario. Antes de su
liberación pregunté a un policía cómo era el líder del CNA,
porque nadie conocía su aspecto después de 27 años en
prisión. Él me respondió que le reconocería en cuanto le
viera. Y es que tiene unas cualidades realmente heroicas. El
propio De Klerk dijo de Mandela que era un hombre del
destino, como reconociendo que era mucho más trascendental
que él. De Klerk, que siempre había compartido la política
del apartheid, fue abriendo los ojos a medida que fueron
avanzando las negociaciones con el CNA. Con más de cincuenta
años empezó a aprender cosas importantes de la vida que
hasta ese momento no había entendido. Ahí reside su
generosidad y grandeza.
-¿Y cómo era esa minoría blanca que imponía su voluntad
sobre el resto?
-Hice un viaje por todo el país antes de las elecciones para
tratar de conocer mejor su realidad. Hablé con todo tipo de
gente, tanto de extrema derecha como liberal y progresista.
Como casi siempre en la vida, cuando uno profundiza en algo
se da cuenta de que las verdades siempre son más complejas
de lo que uno piensa. Y en la Sudáfrica blanca había de
todo. Podías encontrarte con la gente más admirable del
mundo, muy comprometida con la lucha antiapartheid, que
además estaba yendo en contra de sus propios intereses
porque los blancos en Sudáfrica vivieron como nadie. Estaba
también la extrema derecha, dispuesta a cualquier cosa para
dinamitar el proceso de apertura democrática. Y en el medio
había mucha gente que había estado programada por el
apartheid, con visiones muy simplistas de la población
negra.
-Todo el proceso culminó finalmente con el triunfo electoral
de Mandela.
-Fue fantástico. Era consciente de que estaba viviendo un
acontecimiento absolutamente histórico. El antiapartheid fue
una de la pocas causas que unió al mundo. Todos coincidían
en que el apartheid era un crimen contra la humanidad. Fue
un momento glorioso. Lo que más recuerdo fueron las enormes
colas de gente que esperaba durante horas para ejercer su
derecho al voto. Fue un día muy feliz que, lamentablemente,
transcurrió paralelamente a las matanzas en Ruanda. De la
misma forma que las elecciones de Sudáfrica fueron uno de
los grandes sucesos del siglo XX, el genocidio en Ruanda fue
de las cosas más terribles. Y estaba sucediendo mientras
estábamos de fiesta en Sudáfrica.
-Han transcurrido diez años, la segregación es historia,
pero Sudáfrica se enfrenta todavía a problemas muy serios.
-El tema del sida es el más agobiante. No hay ningún país en
el mundo en el que muera más gente por esta enfermedad.
Parece al menos que el gobierno de Tabo Mbeki, sucesor de
Mandela, después de cinco años de políticas inadecuadas,
ahora está rectificando. La delincuencia es también algo
tremendo. Es un problema propio de países donde hay mucha
pobreza y mucha riqueza. Sudáfrica no es un país africano
típico, en el que hay tres muy ricos y los demás son muy
pobres, sino que hay una clase media negra y blanca con
mucho dinero, viviendo al lado de gente tremendamente pobre
en un país en el que además hay muchas armas. Lo mejor que
se puede decir es que, aunque las cifras de asesinatos son
las más altas del mundo, se han estabilizado en los últimos
años. En cuanto al desempleo, el otro gran desafío, tiene
que ver con una situación económica complicada.
Pero hay mucho positivo que resaltar. Sobre todo, que los
problemas que tiene Sudáfrica hoy no son problemas
excepcionales. Hace diez años Sudáfrica era un país único en
el mundo por el racismo legalizado. Hoy el país conoce una
estabilidad política nunca vista desde que llegaron los
primeros colonos blancos en 1652. Sudáfrica es una
democracia fuerte, con un sistema judicial que funciona, y
una corrupción nada espectacular. Hay mucho que festejar en
Sudáfrica.
-¿Thabo Mbeki es un digno heredero de Nelson Mandela?
-No. Es una lástima. Sospecho que Mandela se arrepiente de
haberle apoyado en cierto modo, y creo que el secretario
general del CNA, Ciryl Ramaphosa, que lideró las
conversaciones con el último ejecutivo blanco, hubiera sido
un candidato bastante mejor. Mbeki ha tenido una lamentable
actuación en el tema del sida. Esa ceguera, ha sido lo más
terrible. Y claro, hablo de que no ha habido
contrarrevolución, no ha habido terrorismo, pero se han
producido un montón de muertes que, en muchos casos, se
podían haber evitado con medidas más dinámicas, más serias
para intentar controlar la epidemia. Y esto es algo que se
recordará y será una mancha muy terrible en el expediente de
Mbeki.
Íñigo
Herraiz
Agencia de
Información Solidaria
27 de abril de
2004