Hoy es
un día triste para mí. Me duele en lo
profundo de mi corazón, en la médula de
mi fe cristiana. El Papa Benedicto 16,
en vísperas de su primer viaje a América
Latina, ha tenido un gesto que imprime
un regusto amargo a todas las
bienvenidas: condenó al teólogo jesuita
Jon Sobrino, de El Salvador.
Conozco a Sobrino desde hace
mucho. Estuvimos asesorando a los
obispos latinoamericanos en Puebla, en
1979, con ocasión de la primera visita
del Papa Juan Pablo II a nuestro
continente. Participamos juntos en
muchos actos, empeñados en alimentar la
fe de las comunidades eclesiales de base
que, hoy, convierten a América Latina
en la región con mayor número de
católicos en el mundo.
Sobrino es
acusado de que en sus obras teológicas
no da suficiente énfasis a la conciencia
divina del Jesús histórico. Se le
prohíbe por tanto dar clases de
teología, y todos sus escritos futuros
deberán ser sometidos a previa censura
vaticana.
El parecer condenatorio de la comisión
de la Congregación para la Doctrina de
la Fe (ex Santo Oficio) parte, sin duda,
de prejuicios. La lectura atenta de las
obras de Sobrino revela que en
ningún momento niega él la divinidad de
Jesús. La niega el docetismo, herejía ya
condenada por la Iglesia en los primeros
siglos de la era cristiana, basada en la
idea de que Jesús, de humano sólo tenía
la apariencia, pues en todo lo demás era
divino. Lo cual haría de la encarnación
un embuste y daría alas a la fantasía de
que en la Palestina del siglo 1º el
hombre Jesús, dotado de omnisciencia,
muy bien podía haber previsto el actual
conflicto entre palestinos y judíos…
Los evangelios muestran claramente que
Jesús tenía conciencia de su filiación
divina. Al contrario de sus
contemporáneos, trataba a Yavé de manera
muy íntima, cariñosa: Abba, ‘mi papá
querido’, una rara expresión aramea -la
lengua que Jesús hablaba-, según consta
en el texto bíblico. Con todo, esos
mismos evangelios muestran que Jesús,
como todos nosotros, sufrió tentaciones,
tuvo miedo a la muerte, lloró,
experimentó la soledad, pidió al Padre
que si era posible le apartase el cáliz
de sangre; o sea, fue igual a nosotros
en todo, como afirma Pablo en la carta a
los Filipenses, excepto en el pecado,
pues amaba como sólo Dios ama.
Roma, sin duda, aún padece del
platonismo impregnado en la teología
liberal desde san Agustín. Habla de la
divinidad como si fuese contraria a la
humanidad. Pero la Creación divina es
indivisible. Como dice Pablo: "En él
(Dios) vivimos, nos movemos y existimos"
(Hechos de los Apóstoles 17,28).
Bien dice Leonardo Boff al referirse a
Jesús: "Tan humano así como él fue, sólo
podía ser también Dios". Nuestra
humanidad no es la negación de la
divinidad, así como no lo era la de
Jesús. La divinidad es la plenitud de la
humanidad y ésta es preanuncio de
aquélla. "Somos de la raza divina",
afirmó Pablo a los atenienses (Hechos
17,28).
Roma, que juega tanto con los símbolos,
parece despreciar a América Latina al
ignorar que Jon Sobrino vive en El
Salvador, cuyo arzobispo, Oscar A.
Romero, fue asesinado por las fuerzas de
la derecha al celebrar misa en la
capilla de un hospital en 1980. El
próximo día 24 se conmemoran 27 años de
su martirio. Sobrino vive en San
Salvador, en la misma casa en la que, en
1989, cuatro sacerdotes jesuitas, más la
cocinera y su hija de 15 años, fueron
asesinados por un escuadrón de la
muerte.
¿Cómo se va a renovar la Iglesia si sus
mejores cabezas están bajo la guillotina
de quien encuentra herejía donde hay
fidelidad al Espíritu Santo? Hans Kung
en 1975 y 1980; Jacques Pohier en 1979;
E. Schillebeeckx en 1980, 1984 y 1986;
Leonardo Boff en 1985; Charles Curran en
1986; Tissa Balasuriya en 1997; Anthony
de Mello en 1998; Reinhard Messner en
2000; Jacques Dupuis y Marciano Vidal en
2001; Roger Haight en 2004. Ninguno de
ellos, sin embargo, fue excomulgado,
como pregonan los fundamentalistas
católicos.
Lo que hay tras la censura a Jon Sobrino
es la visión latinoamericana de un Jesús
que no es blanco ni tiene ojos azules.
Un Jesús indígena, negro, moreno,
migrante; Jesús mujer, marginado,
excluido. El Jesús descrito en el
capítulo 25 de Mateo: hambriento,
sediento, harapiento, enfermo,
peregrino. Jesús que se identifica con
los condenados de la Tierra y dirá a
todos que, ante tanta miseria, deben
portarse como el buen samaritano: "Lo
que ustedes hagan a uno de mis pequeños
hermanos, a mí me lo hacen" (Mateo
25,40).
Frei Betto
Adital
20 de marzo de 2007
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