Pequeñas naciones insulares acusan
a los grandes
países industriales |
|
Las dramáticas imágenes difundidas por las cadenas
informativas estadounidenses, mostrando la devastación
provocada por los huracanes, y el éxodo obligado de miles de
personas, son un pálido reflejo de la cada vez más
abrumadora realidad que afecta a millones de seres humanos
en todo el mundo: los desplazados debido a graves crisis
ecológicas que llegan a unos 50 millones de personas por
año, según las Naciones Unidas.
Obviamente, la mayoría de estos dramas se desarrolla frente a
la indiferencia de esas mismas cadenas televisivas, que
reaccionan sólo cuando el desastre es sorpresivo y
espectacular, como un huracán o un maremoto. Procesos mucho
más lentos, pero igualmente devastadores suceden sin embargo
en todos los extremos del mundo, y han llevado a organismos
internacionales como la Cruz Roja, a señalar que hoy existen
más desplazados por conflictos ambientales que por la
guerra.
El desinterés periodístico por estas historias provoca que
las enormes masas humanas desplazadas reciban mucha menos
ayuda internacional que, por ejemplo, las víctimas del
huracán Katrina o del tsunami en Indonesia. Además, los
países vecinos los rechazan, pues la falta de conciencia
respecto a este tema, hace que no puedan invocar la
condición de refugiados, toda vez que su exilio no se debe a
motivos políticos, como si el dolor del hambre, o la
destrucción del hogar no fueran razón suficiente.
La desertificación de zonas otrora prósperas, la elevación de
los mares en algunas regiones costeras, y el empobrecimiento
y degradación de vastos terrenos agrícolas, son sólo algunas
de las causas de esta migración forzada.
La incomprensión de los gobiernos de países ricos o de
organismos multinacionales, se explica porque existe la
percepción generalizada de que estos fenómenos tienen su
origen en la naturaleza, cuando en realidad ha sido la
acción directa del hombre, principalmente producto de la
sobreexplotación y la contaminación industrial, la
responsable de estos problemas.
Tal es la razón de que algunas pequeñas naciones insulares
hayan acusado formalmente a los grandes países industriales
de terrorismo ecológico, debido a que el derretimiento de
los casquetes polares está levantando el nivel del océano
Pacífico, y amenaza con sepultar bajo sus aguas a Tuvalo,
Kiribati y algunas de las islas Maldivas, todos estados
soberanos que ven al calentamiento global como una
amenazante realidad, y no como la improbable situación que
describen a menudo los líderes mundiales y los dueños de las
transnacionales.
De hecho, el estado insular de Tuvalo, ya tiene un acuerdo
con Nueva Zelanda, para trasladar ahí a sus 11 mil
habitantes, frente a la posibilidad de que esta isla sea
tragada por las aguas, algo que inevitablemente sucederá
dentro de los próximos 50 años.
Situaciones similares se repiten en todo el mundo: en China,
el desierto de Gobi crece 10 mil kilómetros cuadrados al
año, situación que se repite en Marruecos, Túnez y Libia. En
Egipto, la mitad de las tierras cultivables se están
salinizando, mientras que en Turquía 160 mil predios
agrícolas son víctimas de la erosión.
Algunas de estas situaciones son evitables, o al menos pueden
prevenirse y disminuirse sus efectos. Pero nada de eso
sucederá mientras se mantenga la misma falta de voluntad
política y se privilegie la explotación y el lucro por sobre
cualquier otra consideración, aun cuando estén en juego toda
la especie humana.
Mientras eso no ocurra, millones de desplazados seguirán
siendo víctimas del verdadero terrorismo ecológico y su
eterno huracán de errores políticos, sociales y económicos.
Marcel Claud*
Altercom
Agencia de Prensa de Ecuador
5 de
diciembre de 2005
* Economista
Fundación OCEANA,
Oficina para América Latina y Antártica
Volver
a Portada
|