Aldous Huxley |
Abate Pierre |
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Aldous Huxley,
en su libro “El fin y los medios”
destaca que desde Isaías
hasta Carlos Marx, todos los
profetas hablaron con una sola voz,
proponiendo la igualdad y el reino
de la justicia. Sólo se
diferenciaron en el camino por el
cual proponían alcanzar ese fin.
Los buenos fines,
planteó Huxley, sólo pueden
alcanzarse usando los medios
adecuados. El fin no puede
justificar los medios, por la
sencilla razón de que los medios
empleados inciden y hasta determinan
la naturaleza de los fines.
Todo militante puede
ir elaborando normas éticas a partir
de su acción y de la experiencia de
la misma. Mirando la realidad
histórica y el ejemplo de los
luchadores es posible determinar
esas normas.
Los héroes han vivido
entre nosotros. Y hay más ejemplos
de heroísmo de los que en primera
instancia pensamos. A partir de
ellos es posible observar las normas
éticas.
Los ideales de
nuestro máximo héroe, José
Artigas, por ejemplo, son -como
predicó Carlos Quijano-
nuestro pasado, la respuesta que
reclama el presente, y el futuro.
Su derrota pesa sobre
nuestras tierras, pero esa su
derrota es su victoria, y será la
victoria de nuestros pueblos. Su
lucha en defensa de los heridos por
la adversidad, su vida austera,
culminada con su largo exilio en
silencio hicieron de él lo que
Quijano definió como “nuestro
Cristo a la jineta”.
La ejemplar
austeridad de su vida y su larga
soledad final afirman, en el alma de
los pueblos de América, su
mensaje de lucha indeclinable para
que los más infelices sean los más
privilegiados.
Henri Groues
–más conocido como el abate
Pierre-, habla del contagio
de la conducta; lo que
Ernesto Guevara, otra figura de
nuestro tiempo, define como el
ejemplo de la conducta. Esa
sería la vía del progreso social y
político.
El abate Pierre
viajaba en el “Ciudad de Asunción”,
uno de los barcos que hacía la
travesía de Montevideo a Buenos
Aires y que se hundió en el Río de
la Plata. Cuenta que durante el
naufragio, después de haber sido
salvado, se produjo para él un
momento terrible: tendido sobre el
puente del pequeño barco argentino
de salvamento, un hombre, con el que
había hablado en la víspera, “se
puso de rodillas a mi lado,
sollozando, con su cabeza apoyada en
mi pecho. Me explicó que acababan de
sacar del agua a su hijo de nueve
años, muerto. Yo no sabía hablar
español, narra el Abate, y, sin
embargo, abrazados el uno al otro,
nos decíamos cantidad de cosas. Y
permaneció así durante un rato
largo, llorando como un niño.
Durante las horas
siguientes esta escena se repitió no
sé cuántas veces más. Mujeres y
hombres se derrumbaban a mi lado;
eran los que acababan de enterarse
de que alguno de los miembros de su
familia estaba en el fondo del
barco; una cantidad de muertos entre
los cuales me habían colocado a mi
también por error, durante algún
tiempo”.
Más tarde, ante las
preguntas de los periodistas,
declaró: “Grítenlo a los cuatro
vientos: en Buenos Aires, como en
todas las grandes ciudades del
mundo, catástrofes así no suceden
sólo una vez cada año, sino todos
los días y todas las noches del año.
¿Cuántas decenas de miles de padres
están viviendo hoy un drama parecido
al nuestro? Y por ellos nadie se
conmueve ni se moviliza. Es su vida
entera la que naufraga y la que los
convierte en ahogados de todos los
días”.
Incansablemente
repetía: “Den las gracias a los que
denodadamente nos han socorrido,
pero díganles también que abran los
ojos sobre las catástrofes diarias
que aplastan a tantas familias, por
las que la sociedad no sólo no se
moviliza sino que intenta taparlas,
hipócritamente”.
Cada hora que pasa, y
sin acaparar la atención de los
medios, mueren 1.200 niños, “los
ciudadanos más vulnerables del
mundo”. Las causas de esas muertes
varían, pero en su abrumadora
mayoría se deben a una única
patología: la pobreza.
En Naciones Unidas
sus integrantes han firmado un
pacto, la llamada Declaración del
Milenio, que ha fijado un plazo para
que en 2015 se haya reducido a la
mitad la pobreza extrema, también la
cantidad de muertes infantiles, y
que pueda, además, proveerse de
educación a todos los niños y niñas
del mundo y se reduzca la cantidad
de enfermedades infecciosas.
Naciones Unidas se ha
propuesto la creación de un orden
social más justo, y menos
empobrecido e inseguro. Aunque no
hay grandes motivos para celebrar,
desde el acuerdo en torno a la
llamada Declaración del Milenio se
han conseguido algunos progresos: la
pobreza ha disminuido y los
indicadores sociales mejoran.
El tema del
desarrollo y la lucha contra la
pobreza se lleva adelante con una
decisión que tiempo atrás era
inimaginable. Las organizaciones
sindicales y populares se fortalecen
en sus reivindicaciones en defensa
de los heridos por la adversidad.