China
Los
negocios son los negocios |
Durante 2001, Estados Unidos, en virtud de un acuerdo
firmado con China, liberalizó el mercado de corpiños. Es
decir, eliminó la tasa obligatoria -en muchas ocasiones
superior al precio final- que las empresas chinas debían
pagar para introducir su producto en el mercado
estadounidense. Los efectos fueron inmediatos. En tan sólo
un año, China multiplicó sus exportaciones por siete y el
precio de los corpiños descendió un 54 por ciento.
Este pequeño ejemplo explica las causas y contradicciones de
la soterrada guerra comercial entre Estados Unidos y China.
Las últimas disputas se centran en la posibilidad de tasar
con impuestos especiales los productos textiles chinos.
Washington acusa a Pekín de competencia desleal, de
aprovechar su mano de obra barata y su débil moneda para
inundar el mercado estadounidense de productos “Made in
China”.
De hecho, el déficit comercial de Estados Unidos con el país
asiático asciende a 125.000 millones de dólares, es decir,
un 22 por ciento del déficit total de la balanza comercial
estadounidense. Según la administración Bush, esa relación
el potencial chino presenta distintas perspectivas y
matices, peligros y oportunidades, ventajas y desventajas.
Por el momento, las dos primeras potencias comerciales del
mundo (la Unión Europea y Estados Unidos) se sienten
amenazadas por un crecimiento económico asombroso. Desde
1980, China ha experimentado un crecimiento medio por encima
del 9 por ciento anual; en veinte años ha pasado del puesto
34 en la lista de comercio mundial al quinto lugar y es,
además, el primer receptor mundial de inversión extranjera
directa (65.000 millones de dólares previstos para 2004).
Por otro lado, su economía figura entre las seis mayores del
planeta.
China, con más de 760 millones de trabajadores, con sueldos
raquíticos y sin ningún derecho de asociación o huelga, está
destinada a convertirse en la fábrica mundial. En la
actualidad produce el 50 por ciento de las cámaras
fotográficas, el 30 por ciento de los aparatos de aire
acondicionado y el 30 por ciento de los televisores del
mundo. Y esto sólo es el principio: está previsto que, en 20
años, acapare el 40 por ciento de la producción mundial de
manufacturas. Hoy, más de la mitad de lo que exportan las
grandes empresas multinacionales sale de China.
Las ventajas de las empresas para producir en China son
inmensas. Así, un trabajador no cualificado cobra menos de
una undécima parte del salario medio europeo. Por otro lado,
el próximo año 400.000 nuevos ingenieros chinos llegarán al
mercado de trabajo. Estas y otras inmensas ventajas
convierten a China en un destino preferente. Cerca de 400 de
las 500 corporaciones más grandes del mundo han invertido en
China, donde existen más de 430.000 empresas extranjeras.
La exportación está lejos de ser el único objetivo de las
corporaciones extranjeras. China es un mercado de 1.300
millones de consumidores, un jugoso pastel del que todos
quieren disfrutar. A pesar del escaso desarrollo de la clase
media (entre un 5 y un 10 por ciento de la población total)
capas cada vez más amplias de la sociedad china se suman al
consumo capitalista. De hecho, existen más de 200 millones
de teléfonos móviles y en torno a los 400 millones de
televisores, y el sector inmobiliario creció un 33 por
ciento durante el último año. Además, un país con este grado
de desarrollo macroeconómico y financiero necesita
infraestructuras, de manera que, para 2020 está prevista la
construcción de 78.000 kilómetros de carreteras.
La balanza comercial deficitaria es, en gran parte,
responsable de la destrucción de puestos de trabajo en
Estados Unidos. El mensaje: China deberá abrir sus mercados
y apreciar su moneda o favorecer las exportaciones
norteamericanas en China. De lo contrario, tendrá que
afrontar sanciones y tarifas. Lo que no cuenta el gobierno
de Estados Unidos es que más del 60 por ciento de las
exportaciones chinas se origina en empresas extranjeras, en
su mayoría estadounidenses.
Estados Unidos no es el único que teme el brutal potencial
chino. En la Unión Europea han empezado ya ha diseñar una
estrategia para 2005. Será entonces cuando, según lo
acordado por la Organización Mundial del Comercio (OMC),
desaparecerán todas las cuotas a la importación de productos
textiles. En la actualidad existen tarifas para más del 80
por ciento de estos productos. Sin embargo, China ya acapara
el 53 por ciento de la producción mundial de calzado y se
prepara para el momento en el que desaparezcan las cuotas:
sólo durante 2005 se espera que esta industria cree 10
millones de puestos de trabajo en China. Consciente de este
potencial, el país del sol naciente se prepara: durante el
pasado año, el 80 por ciento de las máquinas textiles
fabricadas en el mundo fueron compradas por China.
Pero, lejos de reducirse a un crecimiento lineal, homogéneo
y centrado en la industria textil, el potencial chino
presenta distintas perspectivas y matices, peligros y
oportunidades, ventajas y desventajas. Por el momento, las
dos primeras potencias comerciales del mundo (la Unión
Europea y Estados Unidos) se sienten amenazadas por un
crecimiento económico asombroso. Desde 1980, China ha
experimentado un crecimiento medio por encima del 9 por
ciento anual; en veinte años ha pasado del puesto 34 en la
lista de comercio mundial al quinto lugar y es, además, el
primer receptor mundial de inversión extranjera directa
(65.000 millones de dólares previstos para 2004). Por otro
lado, su Producto Interior Bruto (PIB) es ya el doble que el
de España y su economía figura entre las seis mayores del
planeta.
La exportación está lejos de ser el único objetivo de las
corporaciones extranjeras. China es un mercado de 1.300
millones de consumidores, un jugoso pastel del que todos
quieren disfrutar. A pesar del escaso desarrollo de la clase
media (entre un 5 y un 10 por ciento de la población total)
capas cada vez más amplias de la sociedad china se suman al
consumo capitalista. De hecho, existen más de 200 millones
de teléfonos móviles y en torno a los 400 millones de
televisores, y el sector inmobiliario creció un 33 por
ciento durante el último año. Además, un país con este grado
de desarrollo macroeconómico y financiero necesita
infraestructuras, de manera que, para 2020 está prevista la
construcción de 78.000 kilómetros de carreteras.
En la otra cara de la moneda, la desestabilización del
mercado laboral mundial aparece como el efecto más negativo.
Dos ejemplos ilustran este proceso: IBM ha cerrado su planta
de producción en Hungría (uno de los países con costes
laborales más bajos de Europa) para ir a China, donde el
coste es aún un 75 por ciento inferior; Camboya o México,
lugares donde los salarios son míseros, están perdiendo
capacidad de atracción ante la extrema competitividad china.
Cualquiera que desee rivalizar con el gigante asiático ha de
aumentar su competitividad. Es decir, reducir los salarios,
hacer desaparecer los derechos laborales, aumentar las
jornadas por encima de las 70 horas semanales... Además, a
través de este increíble desarrollo, el régimen del Partido
Comunista de China (PCCh), uno de los más represivos del
mundo, gana legitimidad ante su pueblo.
Mientras, Occidente trata de sacar partida del crecimiento
de quien se proyecta como una de las grandes potencias del
este siglo. Todo, siempre, entre el miedo, la sorpresa, la
admiración y el silencio.
Los negocios son los
negocios.
Juan Carlos Galindo
Agencia de Información Solidaria (AIS)
7 de enero de 2003
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