Los pasados 30 de noviembre y 1 de
diciembre de 2009 se reunieron las
jefas y los jefes de Estado de los
países iberoamericanos en Estoril,
Portugal, para abordar como tema
central la “innovación y
conocimiento”, porque descubrieron
que son “instrumentos fundamentales
para erradicar la pobreza, combatir
el hambre y mejorar la salud de
nuestras poblaciones, así como para
alcanzar un desarrollo regional
sostenible, integrado, inclusivo,
equitativo y respetuoso del medio
ambiente”, entre otras generosidades
establecidas ya en el primer párrafo
de la Declaración de Lisboa.
Pero, obviamente, pasaron agachados
respecto a las reales causas de la
miseria, el hambre y el
desequilibrio social en el planeta:
la concentración de la riqueza, un
modelo neoliberal económico sin
rostro social y la política usurera
del multilateralismo económico, bajo
la sombra siniestra del Fondo
Monetario Internacional y la
Organización Mundial del Comercio.
Como ya es tradicional en este tipo
de encuentros como el del G-20, la
Declaración de Lisboa en sus 27
puntos está plagada de retórica y
buenos propósitos, siempre sujetos a
la liberalidad y buena voluntad de
los países asociados para su
cumplimiento y puesta en práctica.
Por esa razón, el contenido de los
puntos de acuerdo siempre resulta
ser laxo y genérico.
Pero además, en el caso del
Encuentro Iberoamericano, se
prioriza el interés por incentivar
el desarrollo científico y
tecnológico y el esfuerzo público y
privado para lograr “el más alto
nivel de calidad científica en los
procesos productivos”, ignorando
al mundo del trabajo como un
contexto social y ubicándolo más
bien en términos de calidad y
productividad, siendo ésta la razón
por la cual de los 32 puntos de las
conclusiones, sólo dos se refieren a
la cuestión laboral en la siguiente
forma:
“Destacar la importancia crucial de
fortalecer la oferta y la calidad
laboral de los pueblos
iberoamericanos como condición
esencial para la promoción de la
innovación”.
“Desarrollar e incentivar
estrategias de fomento de la
inserción laboral, la promoción del
emprendimiento y la ampliación de
las garantías y calidad laboral,
incluyendo el empleo de las
tecnologías de la información y de
la comunicación (TICs) y el
teletrabajo para la generación de
trabajo digno”.
Estos dos párrafos, tomados
literalmente del texto de la
Declaración, revelan el menosprecio
y la forma clasista en que se ignora
la responsabilidad de asumir
compromisos para el cumplimiento de
la normatividad internacional
emanada de la OIT y, antes
bien, nos anuncia el fortalecimiento
de otra forma de empleo, más leonina
y agresiva contra los derechos
laborales y sociales que las
establecidas en las funestas
cooperativas de trabajo asociado y
se refieren concretamente al
“teletrabajo para la generación de
trabajo digno”.
Es decir que se consolidó el acuerdo
para la explotación laboral desde la
casa a través de la informática,
obviamente sin negociación
colectiva, sin sindicatos, sin
seguridad social bajo
responsabilidad empresarial, pero
eso sí, con la engañosa tesis de la
responsabilidad social empresarial
tenemos el “derecho a la explotación
digna”.
El sindicalismo iberoamericano se
reunió en la X Cumbre Sindical,
también efectuada en Lisboa, el
23-24 de noviembre de 2009. Allí se
produjo un documento a manera de
solicitud para la cumbre de los
gobiernos iberoamericanos en cuyo
segundo párrafo manifiesta:
“Los gobiernos iberoamericanos
deben impulsar la educación pública
y la formación profesional como
mecanismo de inclusión de las nuevas
generaciones, con sistemas
educativos que garanticen calidad e
igualdad de condiciones. La pobreza
de la niñez en gran parte de
nuestros países no tiene otra causa
que el empleo y la precariedad
laboral de los adultos”.
Y así, el contenido total de la
declaratoria de la X Cumbre Sindical
Iberoamericana, insiste en la
necesidad de acuerdos de asociación
y de cooperación para el desarrollo,
basados en la democracia
participativa, diálogo social
tripartito y negociación colectiva,
en orden a la normatividad que
componen fundamentalmente los
convenios 97, 143, y 157 de OIT.
Me atrevo a pensar, luego de la
lectura de la Declaración de Lisboa
suscrita por los gobiernos de los
países iberoamericanos, que la forma
en que este tipo de encuentros como
el de jefes de Estado realizado en
Lisboa, el Encuentro del G-20 y el
G-8 ignoran los pronunciamientos y
acciones del movimiento sindical
internacional, debería llevarnos a
una reflexión en la CSI y la
CSA, sobre si es válido ese
mecanismo para la búsqueda de la
inclusión de nuestras tesis y
propuestas o se requiere una
implementación que obligue a hacer
sentir con eficacia la posición de
los trabajadores
organizados en el mundo.