Igual que el
partido FSLN, de Daniel Ortega, aceptó
su derrota en tres ocasiones anteriores,
hoy nos toca a sus opositores aceptar su
victoria en los comicios. La democracia
nos demanda un comportamiento respetuoso
de los resultados de las votaciones.
Igualmente demanda de los ganadores el
respeto al derecho que tenemos de
existir y de actuar dentro del panorama
político del país quienes no compartimos
ni sus posiciones, ni sus métodos
políticos. Después de todo, el voto que
difiere de Ortega sigue siendo el
mayoritario en Nicaragua, de modo que él
no está recibiendo un mandato absoluto,
sino el que, gracias al pacto, se
definió como suficiente para ocupar la
Presidencia de la República.
Ciertamente que el temor prevalente
entre quienes nos hemos opuesto a Ortega
es que se vuelvan a imponer en Nicaragua
los métodos populistas y autoritarios
que terminaron, junto con la agresión
norteamericana, con el espíritu popular
y colectivo de la Revolución Sandinista.
Estos métodos, igualmente, desgranaron y
dividieron al FSLN subsecuentemente, al
concentrar todo el poder en la figura de
un caudillo, borrando voluntariosamente
la tradición de dirección colectiva, que
había sido uno de los aportes más
novedosos y revolucionarios del
sandinismo.
Pero Daniel Ortega llega ahora al poder
dentro de un sistema político distinto,
donde el poder parlamentario se ha ido
imponiendo al del Ejecutivo. El sistema
parlamentario, mismo que Ortega se
encargó de consolidar y de proponer
--que incluye las reformas
constitucionales que limitan aún más las
prerrogativas del presidente--, será sin
duda un factor de balance inobjetable
para cualquier tentación absolutista del
virtual nuevo presidente de Nicaragua.
Los nicaragüenses, entonces, que
disentimos con la esencia de su
comportamiento político desde hace años
tenemos que estar claros que este round
de nuestra historia le pertenecerá tanto
a Ortega como a la oposición que, desde
la Asamblea Nacional, hagan los
representantes de esa mayoría de
nicaragüenses que esperamos que el juego
democrático continúe. El progreso y la
paz en Nicaragua --promesas de campaña
de Ortega-- dependerán de la capacidad
de éste y sus partidarios de demostrar
que están dispuestos a jugar con la
reglas del juego democrático que se han
venido estableciendo desde 1979 en
Nicaragua.
Yo celebro que un alto porcentaje de
nicaragüenses tenga aún la esperanza que
representó el sandinismo. Aunque no
reconozca en la persona de Daniel Ortega
la representación de ese legado popular
--que pienso él más bien se ha encargado
de desvirtuar--, sí me solidarizo con
las esperanzas del pueblo pobre hastiado
de la corrupción y la mala
administración de los gobiernos
derechistas.
Que la gestión de Ortega como presidente
no termine de darle el último
banderillazo al espíritu de ese toro
revolucionario que aún anida en los
corazones de tantos buenos compañeros y
compañeras en este país dependerá del
comportamiento de Daniel y de sus
funcionarios en los próximos años.
Yo espero que las tentaciones del poder
-que han demostrado ser capaces de
invisibilizar los principios de una
izquierda que se merezca esta
calificación- no induzcan ni a Ortega ni
a sus partidarios a anteponer sus
intereses a los de todos los
nicaragüenses. Espero que esta victoria
electoral no los lleve a pensar que
pueden ahora ejercer el poder
marginando, descalificando y desoyendo a
la masa crítica que, dentro del
ejercicio democrático, tiene tantos
derechos como sus partidarios a
expresarse y a demandar un gobierno
honesto, transparente, apegado a la ley,
respetuoso de las representaciones
legislativas y capaz de solucionar las
grandes desigualdades sociales que sufre
este país.
La pelota está ahora en la cancha de
Daniel. Esperemos que después de las
celebraciones que justamente le
corresponden, les juegue limpio a todos
los nicaragüenses. Por el momento y
dentro de una actitud democrática, no
queda más que concederle el beneficio de
la duda.
Gioconda Belli
20 de noviembre de 2006
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