Observar la realidad,
para transformarla

 

 

“Subversivo”, “agitador al servicio de una potencia extranjera”, “comunista”, “anarquista”; adjetivos así han sido aplicados con tenacidad y fuerte respaldo de los medios de comunicación contra militantes sindicales e integrantes de fuerzas de izquierda. Con frecuencia esos adjetivos son complementados con otro, genérico: antipatriota.

 

Lo interesante (y revelador) es que quienes se presentan como los defensores de la patria son, por lo general, los que en gran medida la poseen acumulada: la minoría dueña de los medios de producción, que se pone en marcha con la labor de quienes con su trabajo diario crean la abundancia ajena.

 

Desde mediados del siglo XIX hasta hoy, la acción del pensamiento progresista y los sindicatos son los factores esenciales que han ido perfeccionando la democracia.

 

Las luchas sociales  se han ido planteando en forma diversa, según las circunstancias históricas.

 

Alfredo Palacios, primer diputado socialista de América, describía, con humor, el horror de un latifundista de su país, la Argentina, cuando vio en la cocina de sus peones un letrero pidiendo “más galleta”. Corrió a avisarle a su mujer que en la estancia se habían “metido los anarquistas”.

 

La acción de los sindicatos, que todavía hoy deben crearse enfrentando grandes dificultades constituye uno de los motores del perfeccionamiento democrático.

 

La lucha de clases, que es la historia de la sociedad humana, se manifiesta hoy (en la práctica y aún en el plano ideológico) en el enfrentamiento de las corrientes de izquierda y el neoliberalismo, que es el viejo liberalismo económico de siempre, filosofía de los grandes empresarios.

 

“Toda la economía liberal -explicaba el francés León Blum- reposa sobre un concepto: que el mundo no puede ser mejor de lo que es, y que, por tanto, todas las concepciones y todos los esfuerzos revolucionarios irían contra el interés de la humanidad; y que este mundo es el mejor posible porque absorbe todos los esfuerzos y los armoniza; aún los de la lucha o la competencia individual”.

Los neoliberales no han podido demostrar en la práctica las principales afirmaciones de su doctrina.

 

Es la vida, la experiencia histórica, la que registra los enfrentamientos de clases y demuestra que la liberación de los trabajadores ha de ser obra de los trabajadores mismos.

 

La nueva sociedad será, así, resultado de la acción de la clase trabajadora que se propone cambiar la realidad actual, que concentra la riqueza en pocas manos y, paralelamente, multiplica la pobreza.

 

El segundo paso es atender la razón, que nos indica que la realidad del momento histórico actual, que es lo que vemos habitualmente, no tiene que ser, necesariamente, algo normal. En otros términos: hay que evitar el error de confundir lo habitual con lo normal.

 

Mirar hacia los nuevos horizontes históricos con esperanza permite imaginar una sociedad más justa, con mejor distribución de la riqueza, que supere los horrores de la muerte prematura de millones de seres por una única causa: la miseria; la pobreza extrema, porque ella es el principal factor de esclavitud. Y no hay peor esclavitud que la miseria, enseña Emilio Frugoni, fundador del socialismo en Uruguay.

 

El profesor Héctor Hugo Barbagelata explica que “ni la doctrina económica en que se fundaba el primer liberalismo pudo resistir las críticas que se le formularon en el plano teórico, ni la política que promovía fue capaz de disimular la evidencia de su iniquidad”, que Bernard Shaw definió como “el peor de los múltiples dogmas que se han dado en el curso de la historia humana”, y “que han llevado a razonadores complacientes a defender y cometer villanías que sublevarían a criminales profesionales”.

 

El neoliberalismo ha tenido, en las últimas décadas, sus principales propagadores en organismos financieros internacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM). Para acceder a préstamos de dichos organismos los gobiernos deben firmar cartas de intención comprometiéndose a cumplir las condiciones que exigen los prestamistas.

 

Ante apremiantes problemas financieros se han abierto así ancho campo las obligaciones a las que deben comprometerse los gobiernos, si desean acceder a los créditos. Como quienes aportan más capital a esos organismos son los grandes países, en especial Estados Unidos, las condiciones de los préstamos imponen a los prestatarios compromisos en función del interés del centro imperial; entre ellos, la obligación de aceptar el llamado comercio libre, o apertura de fronteras a sus productos.

 

Los neoliberales no han podido demostrar en la práctica las principales afirmaciones de su doctrina. Especialistas del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) destacan que las experiencias en el campo del desarrollo muestran que los mercados no pueden, por sí solos, asegurar un buen desarrollo humano” y que “no es correcto insistir en que los mercados pueden producir patrones equilibrados de crecimiento económico y desarrollo humano”.

 

“La protección del trabajo y del trabajador -indica el laboralista profesor Héctor Hugo Barbagelata- es el resultado del avance de la civilización y de los esfuerzos hacia la dignificación de la vida humana”.

 

El socialismo será-como propone Jean Jaurés- una nueva civilización que dejará atrás para siempre al capitalismo que, como régimen, es el primero en el ranking del crimen.

 

  

En Montevideo, Guillermo Chifflet

Rel-UITA

4 de enero de 2008

 

 

 

 

 

 

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