Todo Paraguay lo conoce como Paí
Oliva, y su audición radial matutina
es probablemente la de mayor
audiencia. Este sacerdote jesuita es actualmente un
referente ético unánimemente reconocido, en un
país dominado por un grupo de
mafias que se ha apropiado de
la economía, de la política y hasta
del futuro. En pocas frases,
el Paí traza aquí un retrato de la
realidad rural paraguaya.
-¿Cuál es la situación en el medio rural?
-La mayoría de la población paraguaya es
campesina, aunque esto tiende a igualarse por mitades en la
actualidad. Este sector, como la mayor parte de la población
urbana, es muy pobre. Enfrente hay un pequeño puñado de
ricos muy ricos. La diferencia es abismal. El dinero de los
paraguayos ricos está en los bancos estado-unidenses
o suizos, mientras que en el país no hay inversión, no hay
industrias, no hay producción con valor agregado. El
resultado es que dos terceras partes del país viven en la
pobreza, y la otra tercera parte en la miseria absoluta. Acá
nadie se muere de hambre porque por lo menos un mango, una
naranja, algo para comer siempre se encuentra –esto no es un
desierto sino una tierra generosa–, pero la desnutrición es
enorme.
La estructura del sistema de tenencia de la
tierra –con profundas raíces históricas que se remontan al
fin de la Guerra de la Triple Alianza– generó una gran
concentración de la propiedad y relegó a las mayorías
campesinas a las tierras menos productivas y al minifundio.
Inclusive la mayor parte de ellos no posee ningún título que
pruebe que su tierra les pertenece. En Asunción se han
vendido tierras donde había gente afincada desde hacía
varias décadas, y quedan completamente indefensos. Las
familias son numerosas, a menudo de 15 o más hijos, que
cuando crecen deben obtener su propia tierra. Así se lo ve
al campesino, flaco, desdentado, con señales de
desnutrición, porque está completamente abandonado. Es
lógico, pues, que reclamen tierra para trabajar, para
sobrevivir. El asunto es que ya no queda casi tierra fiscal,
porque el Instituto de Bienestar Rural la ha vendido a
extranjeros de manera ilegítima. En épocas de mucha
corrupción, algún jerarca de paso por el IBR hasta vendió la
misma tierra dos veces a distintos extranjeros. Los grandes
propietarios plantan soja en la tierra agrícola, y en la de
menor calidad crían ganado, y si tienen tierra improductiva
tampoco quieren desprenderse de ella. Decir “reforma
agraria” es usar una mala palabra.
-Por eso invaden tierras.
-Los campesinos invaden las tierras corriendo
riesgos muy grandes, a veces los sacan a palos, pero a veces
a balazos. Llevan casi 60 muertos en los últimos años. Lo
más triste es que cuando consiguen tierras empiezan a
enfrentar nuevos problemas, quizá más difíciles de resolver
que el de la propiedad: no hay caminos, no hay semillas, no
hay máquinas ni mercado ni ayuda de nadie. No hay una
política agrícola. El gobierno no hace mucho que digamos, y
el campesino está condenado a la desnutrición y el
aburrimiento. La válvula de escape de la presión en el
ámbito rural es la emigración hacia Asunción, e inclusive
hacia Buenos Aires.
Las familias que han quedado donde hay
grandes estancias –me refiero a predios de hasta 400 mil
hectáreas, que en Paraguay los hay– son islotes en un océano
de soja. Las avionetas fumigan todo, incluyendo a la gente.
Hubo un sitio donde había una escuela que era sometida a
fumigaciones reiteradas. Hubo niños quemados y enfermos por
los productos químicos. Hasta hay campesinos muertos a
consecuencia de esto. Y por si fuera poco ahora han
aparecido brasileños que compran grandes estancias y también
los pequeños predios a 200 o 300 dólares la hectárea. Para
un campesino 3 mil dólares es una fortuna, entonces vende y
emigra a la ciudad, pero al cabo de un año no le queda nada.
-¿Y el gobierno qué hace?
-La Constitución dice que hay que expropiar,
pero en las arcas del Estado paraguayo no hay dinero para
pagar tanta tierra. Otra solución sería hacer una reforma
agraria y poner límites a la cantidad de tierra que se puede
tener, y aún siempre y cuando sea usada productivamente,
porque en la actualidad se considera tierra cultivada a la
que le han puesto un alambrado alrededor, situación en la
que están centenares de miles de hectáreas, tal vez
millones. Es un recurso utilizado con meros fines
especulativos.
Hay tantas injusticias que el campesinado
está harto. También ellos han cometido algún exceso, como
recibir tierra con montes que han talado y luego abandonaron
el lugar para invadir otra tierra. Pero hay que ponerse en
la piel de ellos, que necesitan comer, y la verdad es que
por más tierra que invadan siguen tan flacos como antes.
-Ese vaciamiento del campo es, además, una
amenaza a la cultura tradicional, campesina.
-Acá estamos cerca de una población nueva
llamada El Bañado que creció como un hongo al lado del río.
Allí hay 15 mil personas, y en total en este momento hay 50
mil personas en varios asentamientos junto al río, en
terrenos absolutamente inundables, viviendo en una pobreza
extrema. Son casi todos campesinos emigrados. Los jóvenes,
adolescentes, ya no tienen la cultura campesina de sus
padres, y como son marginales tampoco tienen una cultura
urbana. El desarraigo de esa juventud es inimaginable. Sus
padres todavía añoran el lugar que abandonaron, pero los
chicos no son de ningún lado. Es espantoso.
-¿No hay una tentación a la violencia?
-Creo que el paraguayo es pacífico, pero
cuando se enfada es extremadamente violento. Demasiada
paciencia ha tenido el paraguayo ante tanta injusticia.
Puntual y muy esporádicamente se ha ejercido la violencia.
Pero desde el fin de la dictadura en 1989 no conozco que
haya muerto algún policía en enfrentamientos con campesinos,
y sin embargo de éstos ya llevamos como 60 muertos. La
represión es brutal. Los masacran. Los pobrecitos con sus
machetillos, con un pedazo de palito, frente a policías
gordotes, bien alimentados, con casco y armadura por
delante... Los barren. La gran violencia en el Paraguay es
la económica, y después la policial. Los grandes medios de
comunicación pertenecen a personas ricas que también son
terratenientes. En sus diarios ponen fotos de “feroces”
campesinos con palos en las manos, con machetes. Nunca
machetearon a un policía. Jamás. Son exageraciones para
asustar a la gente.
-El Movimiento Sin Tierra de Brasil
reconoce sus orígenes en la “Pastoral de la tierra”, de las
comunidades católicas de base. ¿Cuál ha sido el papel de la
iglesia católica en Paraguay?
-Acá existieron las Ligas Agrarias Cristianas
durante la dictadura de Stroessner.
Era un modelo de relación del campesinado con la economía,
el grupo social, la religión... Tenían sus propias escuelas
donde aplicaban una metodología pedagógica que en aquella
época era novedosa, porque estudiaban las materias
curriculares normales como geografía y lenguaje, pero
siempre partiendo de lo que tenían alrededor, del predio de
la escuela, después del pueblo, la provincia, el país la
región... En 1976, en lo que se conoce como la “Semana santa
dolorosa”, se desató una represión atroz contra este
movimiento. Hubo decenas de muertos y desaparecidos,
centenares de prisioneros. Los actuales movimientos
campesinos son herederos de aquellas Ligas. Algunos imitan
un poco a los Sin Tierra de Brasil y otros tienen
características más paraguayas.
-¿Cómo define esas características?
-Insistiría en el “aguante”, en el aspecto
pacífico pero decidido, valiente, en condiciones de lucha
siempre muy desiguales. A los pobrecitos se los ve flacos,
tomando mate, nada más, viviendo semanas bajo unos techos de
nailon al borde de las estancias. El campesino paraguayo es
demasiado bueno.
-¿Qué hace la superestructura política al
respecto?
-Nada. Muchos son terratenientes, así que
tienen miedo que los campesinos les invadan sus estancias.
Ellos son los responsables de que en un país en donde el
campo está despoblado, los campesinos no tengan tierra para
trabajar. Ahora votaron una ley llamada de “Adecuación
tributaria”. Un formidable economista paraguayo, Ricardo
Franco, preguntó en un programa de tevé si esta ley servirá
para disminuir las desigualdades o para mantenerlas. Y está
claro que el sistema político es el soporte de la injusticia
actual. El gobierno actual ha expropiado un par de estancias
y las ha entregado a los campesinos, pero es algo
circunstancial, gestos populistas.
-¿Cuál es el papel de la mujer en esa
situación?
-Es muy sacrificado e importante. La mujer es
la que más sufre en Paraguay, porque uno ve al campesino
flacucho laborando la tierra, pero siempre están algunos
hijos ayudando, y a menudo también la mujer, que además
tiene que llevar el cuidado de 8 o 10 hijos como suele ser
la integración familiar campesina. Ella hace lo mismo que el
marido, y también todo lo demás porque el machismo hace que
el hombre no se ocupe de las tareas domésticas. En Paraguay
las madres campesinas son heroínas. En el medio rural quedan
más de manifiesto las “ruindades” del sistema que en la
ciudad se disimulan un poco.
-¿Por dónde podrá aparecer una
alternativa?
-Cualquier Presidente que tengamos estará
presionado por diversos factores: la política exterior de
Estados Unidos, las transnacionales que querrán adueñarse de
la energía, el agua, las mafias locales... Si no accede a
esas presiones no tendrá dinero para funcionar, no terminará
su mandato. La solución es que el pueblo se organice y
empuje al Presidente por el otro lado y ahí se verá. Es
posible que igualmente se fracase, pero por lo menos el
pueblo podría acumular la experiencia de haberse organizado,
unido, en torno a un objetivo común, algo que hace mucho
tiempo no sucede en Paraguay. Es probable que a la hora de
volver a votar el pueblo eligiera mejor. Es lo que ha
logrado recientemente el pueblo boliviano. Se necesitan
victorias a nivel nacional, aunque sean chiquitas y breves,
pero victorias. La pregunta es si hay políticos tan
patriotas y valientes de respetar a ese pueblo, sabiendo que
probablemente no termine su período e incluso que su vida
correrá peligro. La otra dificultad es que todavía hay
sectores sociales muy grandes que funcionan con el viejo
sistema caudillista en el cual una vez en el poder el
caudillo hace lo que quiere, y en primer lugar trabaja para
mantener al pueblo dividido, porque el caudillo prefiere ser
cabeza de ratón antes que cola de león. Los partidos
políticos son bolsas de gatos, y en consecuencia el
campesinado está atomizado en un montón de facciones. En
Paraguay cuando alguien dice: hagamos una red, uno debe
entender: hagamos una red subordinada a mí.
-No tiene usted mucha esperanza...
-Sí, la tengo, pero esto va a durar diez
años, después Paraguay podría cambiar. Fíjese que más del 30
por ciento de la población tiene menos de 15 años, y el 39
por ciento tiene entre 15 y 30 años. Casi el 70 por ciento
de toda esa población joven no tiene trabajo. Hay 7 mil
docentes que no tienen empleo, y cada año salen 5 mil más.
Hay ahí un potencial muy grande de cambio porque son casi un
millón de votos. Pero esta juventud no está inscrita en los
registros electorales y a nadie le interesa que estén. Serán
ellos los que tendrán que luchar para hacerse un espacio en
la vida política paraguaya, porque nadie les regalará nada.
Esta es la esperanza del Paraguay: el potencial de su
juventud.