Estados Unidos

 

Patrulleros virtuales

El plan propuesto por el gobernador de Texas para combatir la inmigración ilegal y el tráfico de drogas puede convertir en vigilante a cualquier persona en cualquier lugar del mundo. A través de la Red, un polaco en París puede delatar a un guatemalteco que intenta cruzar a Estados Unidos.

 

El gobernador del Estado de Texas, Rick Perry, ha propuesto un nuevo plan para combatir el crimen, el tráfico de drogas y la inmigración ilegal en la frontera que separa México de Estados Unidos. Consiste en poner cámaras que estarían conectadas a un servidor de red para que cualquier persona pueda, desde Internet, convertirse en vigilante voluntario desde cualquier lugar del mundo. Un clic del ratón o una llamada a un número gratuito serán suficientes para alertar a la policía del posible peligro.

 

Si el objeto del Estado es la paz como fruto de la justicia social, la iniciativa de Perry no es más que un parche para que cualquier persona se convierta en espía de sus vecinos, e incluso de personas que vivan a miles de kilómetros. Así, un polaco asentado en París podría delatar a un guatemalteco que intentara cruzar a Estados Unidos.

 

Esta iniciativa ahuyentaría el peligro de violencia en las fronteras. Pero se conculcarían de lleno las garantías individuales y los derechos humanos fundamentales. No sólo los de los inmigrantes, sino de todas las personas. ¿Quién nos garantiza que otros gobiernos no utilizarán técnicas similares para ejercer de Gran Hermano? Los políticos y los diplomáticos norteamericanos afirman que la inmigración ilegal en Estados Unidos es ya una cuestión de Seguridad Nacional, término siempre vinculado al terrorismo. Poco faltará para que inmigrante y terrorista sean sinónimos.

 

Parece que el objeto del Estado cambió cuando un grupo de terroristas de Al Qaeda estrelló tres aviones en territorio norteamericano. No sólo se ha antepuesto la seguridad al respeto de las garantías individuales y de los derechos humanos, sino que los países en donde ha existido desde siempre un claro reconocimiento del Estado de Derecho, ahora parecen ignorar esos mismos derechos universales en territorios fuera de su jurisdicción. Así se explican las informaciones que aparecen desde hace meses en los periódicos: al menos 14 países europeos han visto sus aeropuertos utilizados por el Pentágono para trasladar ra a supuestos terroristas a cárceles secretas de la CIA en Macedonia, Egipto, Bulgaria, Rumania y Pakistán. En otros casos han sido trasladados a países de complacencia en cuyas cárceles son torturados de forma criminal y sin ninguna garantía. De hecho en la cumbre entre EEUU y la UE, celebrada en Viena, el presidente Bush se negó a reconocer ninguna garantía procesal a los 400 detenidos en Guantánamo, como le exigían los líderes europeos.

 

Es preciso recuperar la memoria. Si a los gobiernos europeos, con las excepciones de Aznar y Blair en las Azores, una invasión de Iraq le parecía injusta, ¿por qué callan e incluso facilitan el trato inhumano de sospechosos del terrorismo? Esta sumisión de los dirigentes de la UE pasará a la historia de la ignominia y se lamentará en el futuro. Si no ratifican su clara oposición a las violaciones de derechos humanos, el 11-S habrá marcado un punto de inflexión en el que la política dio un giro para que el fin justificara los medios.

 

Si el fin del Estado es la seguridad, proliferarán las armas y continuarán las invasiones y las ocupaciones con fines “democráticos” y de desarme para que, pocos años después, los gobernantes digan con falsa humildad y con cinismo que, aunque se cometieron errores y abusos de unos pocos, el fin cumplido de su invasión era acabar con la tiranía.

 

El reciente nombramiento de Michael Hayden como nuevo director de la CIA da muestra de las directrices que tomará el gobierno estadounidense con respecto a su visión de las garantías individuales y los derechos humanos, al espionaje y al trato de cualquier ciudadano como presunto delincuente hasta que demuestre lo contrario. Fue Hayden quien dio luz verde a la intervención de llamadas telefónicas y la intrusión a los correos electrónicos de miles de estadounidenses con el consentimiento del presidente. Juntando las piezas del rompecabezas, no extrañaría a muchos que la nueva caza de brujas se hiciera contra personas que tuvieran el pelo rizado, la piel morena y un acento extraño. Está en manos de los ciudadanos estadounidenses, sean del color que sean, utilizar los cauces democráticos para impedir que su gobierno deje de respetar aquello que Franklin y Jefferson soñaron para todos los ciudadanos norteamericanos: el derecho a la búsqueda de la felicidad.

 

Carlos Mígueles

CCS- España

23 de junio de 2006

  

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