Hace
unos años España empezó a transformarse en una inmensa estepa de
color marrón grisáceo, gracias a la expansión atroz de ladrillos y
cementos. En la estela de semejante transformación y por inercia se
generó riqueza, creció la economía y muchos se subieron en la cresta del
“sueño ibérico”. Fueron los años de la España abducida y feliz.
De la orgia económica colectiva. Del lujo para hoy escasez para mañana.
Una lapidaria, repetida y mítica frasecita -hoy degradada a la categoría
de timo de la estampita- resumiría aquellos alegres años: “Sí, mi casa
me ha costado un riñón y parte del otro, pero yo he invertido en una
vivienda porque los precios no bajarán, a lo sumo se mantendrán”.
Era el
ciclo del pack: hipoteca, más crédito para muebles de diseño, más otro
préstamo para un coche guapo, más otro para un viajecito por el Caribe
para liberar tanto estrés acumulado. Todo con una nómina. Quién no se
atrevía estaba lerdo. Mientras los bancos encantados, que cuando vino la
mala “papá estado” ya se encargó del boca a boca revitalizante.
Se
comenta esto porque en esa época dorada donde el consumismo adquirió
rango de religión y en el estado español se vivía en una tómbola
lisérgica de luz y de color, la agricultura y sus agricultores ya
estaban en la UVI con encefalograma plano profundo.
De
hecho, desde hace lustros que el campo está de luto, en horas bajas y
tocando fondo. Todo por una bacteria más dañina y peligrosa que la E.
Coli, llamada economía de mercado, que ha permitido que transnacionales
y grandes intereses económicos se hayan hecho con las riendas de la
alimentación mientras ahogan y exprimen al pequeño agricultor y
campesino.
|
Un modelo
alimentario donde transnacionales y gobiernos apuestan por
una agricultura intensiva a base de semillas transgénicas y
agrotóxicos. Un modelo alimentario donde los ganaderos
alimentan a sus animales con piensos de dudosa procedencia.
Un modelo alimentario fuertemente dependiente del petróleo.
Un modelo alimentario sintético donde los sabores y los
olores naturales se han substituido por sus sucedáneos
químicos. |
Una
bacteria que ha condenado a la inanición a millones de personas. Que ha
transformado la tierra y la vida en un gran negocio donde ya no es
preciso generar alimentos, trabajo y futuro, y sí grandes réditos que
unos pocos se reparten ante la desazón e impotencia generalizada de los
agricultores.
Ante esa
bacteria -que se reproduce en ministerios, parlamentos y cumbres de
diversos organismos multilaterales- no ha existido esa indignación
generalizada que ha surgido ahora ante las decisiones irresponsables,
dañinas y precipitadas de ciertos estamentos alemanes ante la “crisis de
los pepinos”. El rechazo social ha sido unánime y mucha gente se ha
cabreado con el trato recibido, pero me da la sensación que este mosqueo
tiene un origen más bien chovinista y patriotero similar al que brotó
con la “ocupación de Perejil”, L’Estatut o el codazo a Luís
Enrique.
La palma
en todo este show se la ha llevado algún que otro medio de comunicación,
de esos que, por una parte anuncian las ventajas de comprar la comida a
los principales verdugos del agricultor (la distribución moderna y
cadenas de supermercados), y que por otra se solidarizan, pepino en
mano, con las desgracias de los agricultores ante la vejación recibida.
Sin olvidar, por supuesto, el papel del “bipartidiato” que se ha turnado
en el poder durante los últimos 30 años, que ahora clama justicia cuando
durante años ha hecho oídos sordos a las quejas de una agonizante
agricultura tradicional.
Pero,
pasarán los meses, la E. Coli se olvidará (hasta que deje más muertos
por ahí) y la “crisis de los pepinos” será historia. Y cuando esto
suceda la bacteria sistémica del mercado libre seguirá campando a sus
anchas para que los agricultores sigan sin cubrir costes, abandonando la
tierra y claudicando ante los intermediarios y distribuidores.
Todo
para que estos últimos se enriquezcan y para que muchos ciudadanos que
ahora se rasgan las vestiduras por los agravios que han recibido
nuestros pepinos, puedan ahorrarse hasta el último céntimo al comprar un
kilo de melocotones y así poder sufragar la hipoteca, los muebles de
diseño, el coche guapo, el crucero en el Caribe, las cuotas del gimnasio
y la cirugía estética para unos decaídos pechos.
Melocotones por cierto, que tal vez se importen de países del sur porque
allí los costes de producción son más económicos. De esta forma se
machaca a los agricultores que ahora reciben la solidaridad colectiva
ante el golpe alemán, mientras en los estados del sur la tierra se
destina, no a la labranza de alimentos básicos para sus poblaciones sino
a la siembra de cultivos que acaban en nuestros supermercados.
El
consumidor ya sabe que la E. Coli es un clásico de los percances
alimentarios. Pero hace unos meses fueron los piensos con dioxinas y
agrotóxicos también hallados en Alemania. Antes saltaron a la
palestra las vacas locas, las gripes aviares y los pollos belgas. Ahora
ya suena la campana en China con lo que podría ser otro episodio
de inseguridad alimentaria y en un mundo globalizado el flagelo puede
extenderse sin parar.
Y es que los “avances de
la humanidad” no pueden contrarrestar estos incidentes porque predomina
un sistema alimentario donde priva el negocio por encima de todo.
Un
modelo alimentario donde transnacionales y gobiernos apuestan por una
agricultura intensiva a base de semillas transgénicas y agrotóxicos. Un
modelo alimentario donde los ganaderos alimentan a sus animales con
piensos de dudosa procedencia. Un modelo alimentario fuertemente
dependiente del petróleo. Un modelo alimentario sintético donde los
sabores y los olores naturales se han substituido por sus sucedáneos
químicos.
Por
tanto, que se calmen los ánimos y que se pidan compensaciones pero sin
estridencias. La Eurocopa es el próximo verano y los que simpaticen con
la selección del deporte rey ya tendrán sus minutos de éxtasis. Quién en
verdad quiera apoyar a los agricultores que escape de este modelo
alimentario socialmente injusto, sanitariamente nocivo y ecológicamente
insostenible, que adquiera sus alimentos directamente del agricultor o
en mercados y pequeñas tiendas de barrio asegurándose la procedencia, la
calidad y el comercio justo.
Que
estos productos sean de temporada y a ser posible ecológicos. Que luche
al lado de los campesinos para que éstos reciban precios dignos y no
sean saqueados temporada tras temporada.
Y si
algún día usted ve a un grupo de “indignados” llevarse alimentos de un
supermercado perteneciente a una cadena transnacional… no les silbe y
apláudalos porque al fin alguien hizo justicia. Recuerde siempre que
quién roba a un ladrón tiene cien años de perdón.
|