Una y otra vez los gremios empresariales
y los analistas económicos más ortodoxos
cuestionan los aparentemente exagerados
'sobrecostos' laborales. Los que
reducirían nuestra competitividad
internacional y contribuirían a una
mayor informalidad y al deterioro de la
de por sí pésima distribución del
ingreso entre la clase trabajadora.
Para ese efecto muestran porcentajes de
costos extra-salariales (vacaciones,
gratificaciones, CTS, seguros y demás)
que llegan a niveles que superan a las
remuneraciones básicas en porcentajes
elevados. En América Latina van desde el
50 al 80% en los casos de Argentina,
Perú y Brasil, frente a los
relativamente bajos costos no salariales
de México y Chile (de 25 a 35%).
Inteligente o interesadamente se
presentan cifras en términos
porcentuales, lo que no permite
establecer los costos promedio absolutos
por trabajador. Por lo que esos
comentaristas olvidan señalar que los
países que tienen 'excesivos'
sobrecostos, la remuneración básica
también es mucho menor a la de las demás
economías, con lo que se compensan
parcial o plenamente los costos
laborales promedio. A manera de ejemplo
y asumiendo igual calidad del trabajo,
si un obrero gana 700 soles de básico
con 65% de sobrecosto (1.155 soles), le
sigue costando menos a un empresario que
uno que recibe 1000 soles y un añadido
del 25%. Tampoco se hace notar la
paupérrima proporción que representan
las remuneraciones en el Producto
Interno Bruto (PIB), según el INEI: 23%
en 2005 (1991: 30%).
Por lo demás, habría que decir que
resultan muy peculiares esos empresarios
gemebundos, puesto que en la práctica el
demandante sensato de fuerza de trabajo
se supone que ajusta el salario básico
considerando los sobrecostos, de manera
que equivalga finalmente a la
remuneración total de 'equilibrio'. Dado
que los pagos por vacaciones,
gratificaciones, CTS y seguros existen
hace años, el empresario contrata al
trabajador considerando estos costos
adicionales, sobre la base de los cuales
-contemplando la productividad- fija el
salario básico para maximizar sus
ganancias. En cuyo caso multiplica el
salario básico por 16 o 17 y obtiene
-dividiendo el resultado entre 12- la
remuneración mensual y el costo por
trabajador. Los aumentos que dará cada
año se fijarán en función a los aumentos
de productividad (por lo menos en
teoría), considerando nuevamente la
remuneración total; es decir, incluidos
los llamados sobrecostos.
Y, al revés, en casos de recesión,
congelaría los básicos por un tiempo,
aunque estén encima del equilibrio...
cuyas pérdidas -de darse efectivamente-
podrán recuperar con creces en las fase
de auge del ciclo económico. Más aún, al
primer semestre del año en curso,
respecto a 2000, el salario promedio
real cayó en los países con 'altos
sobrecostos': en 3,1% en Argentina y en
16,1% en Brasil, vis a vis los aumentos
de 8,6% en México y 10,3% en Chile,
tendencias claramente consistentes con
la hipótesis planteada. Obviamente las
pequeñas y microempresas no pueden
accionar en base a esa norma, ya que
apenas pueden pagar el salario mínimo,
si es que lo hacen.
Pero, curiosamente, las empresas que más
se quejan son precisamente las grandes,
las agremiadas, las que tienen voz, las
que están insertas en el gobierno o
gozan de sus favores. ¿Cómo explicar
esta actitud aparentemente irracional?
Una primera hipótesis obvia es que se
debe a la competencia global que se ha
generado por la indiscriminada y abrupta
apertura externa y la liberalización
comercial de los años noventa, que tan
aplaudida fuera en su momento, sin que
para ello se hubieren preparado
previamente los empresarios y el Estado,
por lo que -debido a su deficiente
competitividad- tienen problemas para
ingresar a la mayoría de mercados
foráneos. La otra hipótesis es que, en
el transcurso de las últimas décadas, la
fuerza laboral mundial se ha duplicado,
con lo que ejerce una fenomenal presión
hacia la baja de los salarios. Niveles
que aquí ciertamente nunca podrán
alcanzar, si albergan la ilusión de
poder recortarlos a los infrajornales
chinos o paquistaníes.
En tal sentido, el problema radica en la
competitividad nacional y la
productividad empresarial, como se
desprende del gráfico adjunto: Perú
tiene salarios bajos y un nivel de
competitividad aún más baja. Y ahora no
se quiere realizar el ajuste por la
mejora de esta última, sino por la
reducción de los sobrecostos, lo que
sería la solución aparentemente más
fácil, pero absolutamente
contraproducente si consideramos que
requerimos, no solo un trabajador
motivado y bien alimentado, sino un
sólido poder de compra y un mercado
interno amplio para asegurar un
crecimiento económico sostenido. El
recorte de salarios reales o la
devaluación del tipo de cambio lo más
que podrán lograr es aumentar la
competitividad espuria, no así la que es
auténtica y perdurable.
En fin, incluso se podría argumentar que
los sobrecostos deberían ser un buen
aliciente para fomentar la
competitividad, que las empresas podrían
conseguir aumentando la productividad
para reducir los costos marginales y
para encontrar nuevos mercados que
aumenten los ingresos marginales. Por lo
demás, como todo novel estudiante de
administración o de economía sabe (y que
este gobierno aparentemente ha comenzado
a entender), la competitividad auténtica
solo se puede lograr realizando cambios
responsables, desde la reforma del
Estado y la judicatura, pasando por los
incentivos para alentar la I&D, el
mercado doméstico de capitales y las
cadenas productivas ('clusters'), hasta
llegar a la mejora y desarrollo de la
infraestructura y de la
'superestructura' de valores. Pero eso
requiere de tiempo y de mucho dinero,
que seguramente alcanzaría si, por
ejemplo, todas las empresas mineras
pagaran regalías y un moderado impuesto
a las sobreganancias.
Ciertamente que ello debió comprenderse
y realizarse en su debido momento,
seguramente con algún apoyo del Estado,
y no ahora cuando ya se vienen firmando
ingenuamente tratados de libre comercio
-deficientemente negociados- con varios
países que seguramente ofrecerán algunas
buenas oportunidades para diversificar
nuestros mercados, pero que también
borrarán del mapa a las más diversas
empresas y hasta ramas económicas
completas de nuestro país (así como las
de las economías que, en el gráfico
adjunto, están por debajo de la línea).
Quienes prefirieron dormir sobre sus
laureles durante los últimos quince
años, ahora quieren que la supuesta
'aristocracia obrera' pague los costos
de su desidia y de su ilusión
globalizadora para ganar competitividad
ilusamente.