Petróleo por sangre en Nigeria |
El líder
rebelde Muhajid Dakubo Asari no es un tipo de fiar. Por eso,
cuando hace quince días anunció la firma de una tregua con
el gobierno central de Nigeria los analistas prefirieron
esperar a que la noticia fuese confirmada por el presidente
Olusegun Obasanjo. Sólo entonces los mercados financieros
respiraron tranquilos. La tregua garantiza el mantenimiento
de las cuotas de producción petrolífera de Nigeria (algo más
del 3 por ciento sobre el total mundial) y soluciona una de
las causas que han situado el precio del barril de crudo en
50 dólares. Desde la firma del acuerdo, la atención de la
comunidad internacional ha ido decreciendo y Nigeria vuelve
poco a poco al olvido tradicional que sufren los estados
africanos.
Nigeria es el paradigma de los países que sufren la llamada
"maldición del petróleo". Es decir, ese fenómeno por el que
un país lleno de riquezas fósiles se ve inmerso en la
miseria, arrasado por múltiples conflictos, carcomido por la
corrupción de la elite dirigente que tan gustosamente se
deja sobornar por las multinacionales extranjeras. Nigeria
produce al día más de dos millones de barriles de crudo y es
el sexto exportador mundial de esta materia. Sin embargo, su
renta per cápita no supera el dólar diario, más de el 70 por
ciento de sus 130 millones de habitantes vive por debajo del
umbral de la pobreza y la esperanza de vida no llega a los
50 años.
Los grandes yacimientos petrolíferos se sitúan en el sur del
Delta del Níger, el gran río que recorre el oeste del país
hasta Port Harcourt, ciudad costera que se ha convertido en
el epicentro de la actividad petrolífera en África
Occidental. El actual conflicto, desatado a principios de
2004, enfrenta a la Fuerza Voluntaria del Pueblo de Níger
(dirigida por Dakubo Asari) contra el Grupo de Autodefensa
del Delta del Níger (dirigido por Ateke Tom) y a ambos con
el ejército nigeriano. No obstante, no se trata del primer
enfrentamiento armado en la región. En 1967, una guerra por
la independencia de las regiones del sur provocó más de un
millón de muertos en menos de tres años. En 1995, la
dictadura del general Sani Abacha ejecutaba al poeta Saro
Wiwa y otros ocho defensores de los derechos humanos y el
medio ambiente. Su delito: denunciar los crímenes cometidos
por la petrolera angloholandesa Shell. En 1997, el propio
Asari se levantó en armas y ocupó varias sedes de Shell en
la conocida como "Guerra del Alquitrán". Por último, en
marzo de 2003, una revuelta rebelde en el sur del país
provoca una reducción de 800.000 barriles de crudo en las
exportaciones nigerianas. El petróleo, siempre el petróleo.
Sin embargo, en las raíces del conflicto se confunden motivos
étnicos, injusticias históricas y ambiciones económicas. En
efecto, minorías étnicas como los ogonis o los ijaws (a la
que pertenecen los dos líderes rebeldes) han sido
maltratadas desde hace décadas. El descontento de estas
poblaciones es capitalizado por los rebeldes para erigirse
como liberadores de su pueblo. Pero, en realidad, poco les
importa más allá de los réditos políticos y económicos que
les aporta su rol de piezas en un tablero en el que se
juegan suculentos intereses.
La omnipresente Shell controla gran parte de la producción
petrolífera del estado africano. Sin embargo, no es la única
que participa en el juego. Después de la muerte del dictador
Sani Abacha en 1999, la petrolera belga-francesa Total, y
con ella Francia, perdían a su talismán y veían disminuida
su influencia en el país. De ahí que en la actualidad no
sean pocos los analistas que ven en estas rebeliones,
siempre dirigidas contra las instalaciones de Shell, la
tradicional mano negra de la antigua Elf. Mientras, Estados
Unidos cuida de que Texaco continúe con la extracción de los
varios cientos de miles de barriles diarios que la primera
potencia mundial importa de Nigeria.
En este oscuro juego de influencias y malversaciones el fin
justifica todos los medios. Así, la corrupción se ha
convertido en el verdadero lastre para el desarrollo del
país. A pesar de los increíbles márgenes de beneficio
obtenidos por las multinacionales extranjeras, gracias a su
riqueza petrolífera, desde 1956 el estado nigeriano ha
ingresado más de 300.000 millones de dólares. Una fortuna
que se ha evaporado. Sólo el dictador Sani Abacha robó más
de 4.300 millones de dólares. El despotismo llega hasta tal
punto que la mitad de esta suma la obtuvo de una manera muy
simple: transportó el dinero desde el banco central hasta su
mansión en un camión. Desde luego, no es el único. Obasanjo
ha sido acusado en varias ocasiones de poseer cuentas
secretas en Suiza. Shell reconoció el pasado junio el pago,
durante años, de millones de dólares en concepto de
"arreglos con las autoridades locales". Según el diario
británico The Independent, la multinacional estadounidense
Halliburton consiguió el contrato para la construcción de la
terminal de gas de Bonny Island (valorado en 12.000 millones
de dólares) gracias al pago de 132 millones de dólares en
concepto de comisiones injustificadas. La lista es
interminable.
La paz momentánea a la que se ha llegado en Nigeria no supone
el arreglo de ninguna de las causas estructurales que
provocan el conflicto y sumen a la mayoría de la población
en la miseria. Los rebeldes han cedido después de que se
aceptasen varias condiciones: el reconocimiento del derecho
de autodeterminación para las regiones del sur del Delta del
Níger y el establecimiento de una conferencia nacional para
firmar un acuerdo definitivo. En estas condiciones, hay
quienes apuntan que Obasanjo no ha hecho sino abrir la caja
de Pandora y que el conflicto no ha hecho más que empezar.
En cualquier caso, será una guerra olvidada más, sin interés
para el civilizado mundo occidental. A no se que vuelva a
afectar a la producción del dichoso oro negro.
Juan
Carlos Galindo
Agencia de
Información Solidaria
20 de
octubre de 2004
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