¿Pierde rumbo América Latina? |
La difícil situación que atraviesa América Latina
parece dirigir al continente en dirección contraria a
la que esperábamos: Desarrollo económico y estabilidad
democrática. ¿Era ésta la dirección que sinceramente
esperábamos o simplemente la que voluntariosamente
deseábamos?
No creo que la razón nos haya engañado sin un poco de
colaboración por nuestra parte, pero es fácil reconocer que
hace poco, más o menos un año, muchos de nosotros
recuperábamos la ilusión –Lula mediante–
en cierta estabilización económica y política de un
continente
que no endereza su rumbo.
Quizás se trate de simples coincidencias,
pero volvemos a encontrarnos con las venas abiertas y nunca
cerradas de unos países que se desangran en fuertes
hemorragias internas. Incluso creo que, cada vez con mayor
claridad, los hechos comienzan a remitirnos a un Sísifo de
dimensiones continentales, incapaz de escapar de su trágico
destino: Se desvanecen las ilusiones generadas por la
victoria de Lula en Brasil. La estabilización de Argentina
con el nuevo peronismo del presidente Kirchner podría llegar
a tambalearse de confirmarse la tendencia desestabilizadora
dirigida contra él por los restos del menemismo y el
duhaldismo. La solución de consenso articulada para Bolivia
tras la huida de Sánchez de Lozada y la posterior
convocatoria del tan ansiado referéndum sobre el gas puede
terminar nuevamente en una revuelta popular. El Perú de
Alejandro Toledo se convulsiona en enfrentamientos entre
sindicalistas y fuerzas de seguridad. Nadie sabe qué pasará
en Venezuela tras el referéndum revocatorio. Colombia
continúa desangrada por la guerra entre las FARC y el
ejército. Sólo Chile es capaz de mantenerse al margen,
cómodamente protegido por la cordillera de los Andes y sus
acuerdos de libre comercio, de los riesgos que amenazan a
sus vecinos de continente. América Latina comienza el siglo
XXI convertida en un inmenso Macondo.
Podríamos enumerar la lista de los globos
de aire caliente que paseábamos los días de feria en que,
esperanzados por ejemplos como la coordinación articulada
por Brasil en la Cumbre de Cancún, que parecía presagiar
nuevas posibilidades de reorganizar el comercio mundial,
esperábamos un continente unido preparado para dar batalla
internacional. No desfallezcamos recontando errores, pero
nuestros globos de colores han explotado uno tras otro
presionados por bruscas y punzantes verdades que nos
recuerdan lo peor de décadas pasadas.
No tiene demasiado sentido regodearse en
los fracasos. Reeditar los mismos problemas con diferentes
formulaciones se convierte en la variable independiente que
mantiene la espina dorsal de la realidad latinoamericana:
una guerra de baja pero larga intensidad contra la
desigualdad y la injusticia. Su historia reciente se está
pareciendo cada vez más a una sociedad montada en un carrito
de montaña rusa en el que sus pasajeros –valientes pero
irresponsables– se levantan desestabilizando el habitáculo
en el que viajan el resto de pasajeros. ¿Quiénes son estos
valientes pasajeros? Una burguesía cada vez más
irresponsable y aislada de la realidad de sus países como la
venezolana; el ascenso de un peligroso populismo que
pretende adoptar tintes izquierdistas sin que nadie pueda
tomárselo en serio a estas alturas, como vemos en Bolivia, y
una fractura social que no para de aumentar informe tras
informe de los organismos internacionales que a ese negocio
se dedican y cada día describen mejor la caída de Argentina
o, sin ir demasiado lejos, las dificultades de Brasil para
el despegue.
Menos mal que los Estados Unidos andan más
preocupados por el petróleo de Oriente Medio que por el
argentino o el venezolano. De no ser así, podríamos comenzar
a hablar de la nueva reordenación estadounidense de un
continente que no ha vuelto a constituirse (aún) en la
principal prioridad del intervencionismo norteamericano
únicamente por la interposición de la amenaza del terrorismo
internacional. Si los Estados Unidos no han diseñado aún una
reordenación de América Latina no es debido a una situación
real de estabilidad democrática y crecimiento autónomo sino
a una mera cuestión de prioridades. América Latina pinta
poco en el mundo. Pinta cada vez menos. Pero, eso sí, seguro
que tiene su cajón reservado en el Departamento de Estado.
¿Alguien piensa que si estalla
definitivamente el conflicto boliviano o si Chávez gana el
referéndum revocatorio y decide profundizar su polémica
gestión de gobierno, los Estados Unidos no empezarán a tomar
cartas en el asunto?
Es necesario, por tanto, retomar la
serenidad, si es que alguna vez al continente se le permitió
tenerla. Venezuela no debe estallar. Chávez debe irse si
pierde el referéndum y el referéndum debe ser limpio. Pero
la oposición venezolana debe ser responsable y saber volver
a sus sedes políticas y al Parlamento, el lugar donde se da
la batalla, y no reventar nuevamente las calles del país. La
izquierda sindical y los campesinos bolivianos deben acudir
a las urnas y derrotar allí a su gobierno; la vía
insurreccional sólo puede traer un alto coste en vidas
humanas y llevar a un seguro fracaso. Lula tiene que
definirse: o camina hacia el futuro y comienza a gobernar
Brasil o pasará a la historia como una de las mayores
frustraciones colectivas de la izquierda. Y a Kirchner deben
dejarle gobernar en paz de una vez; los restos del peronismo
más mafioso no pueden ser, a estas alturas, quienes lastren
el futuro de Argentina una vez más.
Quizás ya sólo podemos esperar que, por
contagio espontáneo o realismo mágico, algún maldito
político latinoamericano se dé cuenta de la inmensa
responsabilidad que tienen los dirigentes en la construcción
de países que no necesiten, demanden ni soporten nuevas
asonadas militares o el padrinazgo de los Estados Unidos.
Con sus errores e incompetencias la clase política
latinoamericana está generando una desafección democrática y
unas quiebras tan serias en la gobernabilidad de sus
respectivos países que sólo nos falta esperar y ver. Y
quizás la película no nos depare demasiadas alegrías de
ahora en adelante.
Alberto Arce
Convenio La Insignia / Rel-UITA
16 de julio de 2004
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