Militarización y Libre
Comercio fueron los temas de la agenda norteamericana para América
Latina en la última década.
La adaptación de las
políticas internas a la lucha contra el terrorismo, al libre flujo de
capitales y de mercancías, dentro del plan ALCA, fueron
presentadas como resultado del “diálogo político hemisférico”, cuando
corresponden al objetivo de mantener el predominio continental del Tío
Sam.
Esa agenda ha causado
resistencias. Por ello gobiernos alternativos, movimientos sociales,
instituciones y organismos que buscan independencia de la tutela
estadounidense -Unasur, Mercosur y el Celac-,
expresan de alguna forma el rechazo a tales designios.
Hay conciencia sobre las
secuelas del neoliberalismo, gestado en el Consenso de Washington:
177 millones de pobres en América Latina, 70 de ellos en indigencia; 20
millones de desempleados, uno de cada tres es joven; y un Índice de
Desarrollo Humano, ajustado por el ingreso, de 0,62, inferior al de los
países desarrollados.
De allí que las distintas
resistencias levantadas encarnen el deseo de otra vía política,
independiente, en contradicción con la globalización en crisis.
Argentina
y Brasil, miembros del G-20, implantan alzas de aranceles y
controles de capitales; en Venezuela, Ecuador y Bolivia,
con diversas perspectivas, se construyen proyectos autóctonos.
Otros países, a troche y
moche, buscan nuevos rumbos. Por su parte, Estados Unidos no cede
y maniobra para juntar en un solo mercado a Colombia, México,
Chile, Perú y Panamá, atrapados en los TLC, en una
versión simplificada del ALCA. Igualmente, promueve nuevas bases
militares como la reciente en Tibú, Colombia.
En medio de tal pulso se
celebrará la VI Cumbre de las Américas, pulso agravado por la
recesión mundial, que estalló en Wall Street en 2008, y que las
potencias mundiales intentan descargar sobre pueblos y naciones
sojuzgadas.
En tanto que uno de cada
tres barriles de petróleo consumido en EEUU proviene de
América Latina, mandatarios como Juan Manuel Santos adecuan
las economías, tornándolas en fuentes todavía más confiables de recursos
naturales, en vertederos de los excedentes de mercancías y capitales y
las áreas sociales, como la salud y la educación, en nichos de lucro.
Las verdades de los pueblos
de América ni las propagan, ni las interpretan los círculos
oficiales, ni los foros de empresas multinacionales. Tienen a una hoja
de ruta propia: primero, la contención al acaparamiento extranjero de
la tierra, a la gran minería, a los megaproyectos, a la militarización y
a los TLC. Y, de otro lado, existe un sinnúmero de propuestas, sobre
modelos de desarrollo distintos al neoliberal, la integración benéfica y
respetuosa de la autodeterminación, los derechos humanos y la identidad
cultural y étnica, entre otras.
¡Es la verdadera Cumbre!
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