En las últimas
décadas el panorama político de
América Latina registró avances
importantes de las fuerzas de
izquierda. Un rasgo de esos avances
democráticos es la participación,
que abre posibilidades de que se
aporten ideas y su intercambio ayude
al perfeccionamiento. El debate
social y político resulta, así, una
auténtica escuela cívica.
En un homenaje a
Zelmar Michelini realizado el 20
mayo de 1982 en Estocolmo, Suecia,
el militante de la izquierda
uruguaya Mario Jaunarena
señaló que ese acto no se realizaba
para recordar una fecha funesta (el
asesinato de Michelini,
Gutiérrez Ruiz, William
Whitelaw y Rosario Barredo)
sino para celebrar que en un día
como aquél naciera Zelmar.
Analizando la
realidad de América Latina en
ese momento, Jaunarena incitó
a la militancia y el estudio, “lo
que también es una herencia que nos
dejó Michelini -expresó- para
quien la lucha no admitió pausas ni
debilidades. El era un apasionado de
la justicia y de la razón; de la
fuerza de la razón”.
Ante la política del
gobierno de Estados Unidos, y
el silencio de la mayoría del
Parlamento uruguayo al respecto,
Michelini sostuvo, con firmeza e
indignación: “El problema ya no es
de derecho ni de tratados; el
problema es de fuerza, de fuerza
contra la razón, de fuerza contra
los que tienen razón, de ganar por
la fuerza aunque no se tenga razón”.
“Todos conocemos
gente buena, poco informada, que
cree que los terroristas son los ‘tupamaros’,
los ‘comunistas’, la ‘gente de
izquierda’ -ha destacado Mario
Jaunarena-. Pero hablan de
terrorismo los que lo aplican como
política de Estado, con recursos
ilimitados, como los empleados por
la Agencia Central de Inteligencia (CIA)
para desestabilizar a Nicaragua”.
Después de los
crímenes de Hitler, el
terrorismo fue llevado a su apogeo
por la política de Estados Unidos
en la guerra de Vietnam,
donde planificó la destrucción del
país, de sus ciudades, de sus
bosques, de su agricultura, con
productos químicos como el “agente
naranja”, a causa del cual murió
mucha gente, incluso soldados
estadounidenses que lo arrojaban
desde los aviones. Como manifestó un
general estadounidense, el objetivo
era regresar a Vietnam a la
edad de piedra.
En la zona del mundo
dominada por el capitalismo mueren
de hambre, cada año, 50 millones de
personas. Y lo asombroso e
intolerable es que la producción
mundial de alimentos alcanza para
que todos y cada uno de los
habitantes del planeta tengan, por
día, las 3 mil calorías y los 65
gramos de proteínas que se necesitan
para vivir.
En Estados Unidos
ni siquiera se ha planteado la
posibilidad de reducir el propio y
enorme bolsón de pobreza que alcanza
a unos 30 millones de personas: el
mismo porcentaje de pobres que 50
años atrás. ¿Qué pueden esperar los
pobres de otros países si los
estadounidenses no ayudan siquiera a
los pobres de su propia tierra?
Se ha calculado,
además, que en el mundo hay 50
millones de desocupados. Incluso en
los países de Europa y en
Estados Unidos entre el 20 el 40
por ciento de los jóvenes no
encuentra trabajo.
Pero no todos
pierden, aún en tiempos de crisis.
Las grandes compañías
transnacionales utilizan mano de
obra barata y se benefician con
todas las oportunidades del progreso
tecnológico. Obtienen mano de obra
barata en países empobrecidos y
saqueados del mundo capitalista,
como Corea del Sur,
Malasia, Filipinas,
Indonesia, etc. Y allí donde
van, las transnacionales imponen
condiciones tales como que no haya
organización sindical, que tengan
total libertad para contratar y
despedir trabajadores, que no haya
leyes que traben la entrada y salida
de fábricas enteras, que no haya
reglamentos ni inspecciones sobre
salubridad y seguridad en el
trabajo, que no les obliguen a
aplicar leyes sociales o determinado
nivel de salarios, etc.
Mientras tanto, el
poderío atómico sobrepasa el nivel
necesario para extinguir a la
humanidad. Las transnacionales con
sede en Estados Unidos hacen
grandes negocios; pero el mejor de
todos es la venta de armas. Un
negocio criminal que ha puesto a la
humanidad al borde del abismo.