La Agencia de Noticias de Argentina publicó recientemente un
análisis de Omar Marcano con las
razones más importantes para no confiar
en Estados Unidos,
independientemente de que sea el Partido
Republicano o el Demócrata el que
gobierne a dicho país.
Una de esas razones es el desaire a la Organización de
Naciones Unidas (ONU) por parte
de Estados Unidos, tanto que ha
diferido el pago de su cuota de aporte
obligatorio y hasta ha eludido
arbitrariamente la consulta y la toma de
decisiones en el organismo mundial. Un
ejemplo típico lo constituye la invasión
a Irak.
En realidad, desde hace mucho tiempo Estados Unidos ha
intervenido por su sola voluntad en los
asuntos internos de otros países. En
todo el siglo XX intervino en diversos
lugares. Comenzó con la interferencia en
asuntos internos de los países
centroamericanos y el control de la
política de los mismos mediante golpes
de Estado e intervenciones militares.
Aunque en los últimos casos se ha
hablado de “intervenciones
humanitarias”, el objetivo ha sido
siempre el mismo: imponer los intereses
del centro imperial.
Estados Unidos
considera que el mundo está lleno de
amenazas. Después de la caída del muro
de Berlín ha insistido en el peligro de
China, con un objetivo: mantener
una enorme inversión en gastos
militares. Al argumento de la “amenaza
rusa” ha seguido el de la “amenaza
islámica”, que Estados Unidos
iguala a la del terrorismo.
Otra razón para no confiar en Estados Unidos es que
sus gobiernos malentienden la
democracia. Numerosos regímenes no
democráticos han contado con su apoyo,
tales, por ejemplo, las dictaduras de
Somoza, Pinochet, Franco
y Suharto.
Estados Unidos
sigue un doble criterio en política
exterior: Israel y Turquía
pueden desatender las resoluciones de la
ONU sin ser sancionados. Los
enemigos son tratados de manera
diferente: si no obedecen a Estados
Unidos serán objeto de venganzas
militares o bloqueo económico.
Estados Unidos,
el país más desarrollado del
mundo, tiene una de la tasa más
alta de habitantes pobres. |
Una razón más para no confiar en Estados Unidos es que
se ha negado a reconocer el poder del
Tribunal Penal Internacional. Resulta
irónico el hecho de que Estados
Unidos sometió al presidente
Milosevic, de la ex Yugoslavia,
a la justicia del Tribunal de La Haya,
pero se negó a ingresar al tratado sobre
el Tribunal Internacional en 1998. Fiel
a su doble criterio ético, Washington
rechazó que la justicia de ese tribunal
pueda alcanzar a los ciudadanos
estadounidenses.
Otra razón es su tendencia a la militarización. El sistema
antimisiles de Estados Unidos ha
agregado nuevo poder a sus enormes
fuerzas armadas. Desde 2001 la totalidad
de los gastos militares de Rusia,
China y otros países (Corea,
Cuba, Irak, Libia,
Siria y Sudán) sólo
alcanza a la tercera parte de los
gastos estadounidenses.
La potencia imperial más poderosa de la historia conduce a la
pobreza y a desastres. Los intereses de
Estados Unidos (que maneja desde
el FMI, el BM y la OMC)
han trazado de manera directa o
indirecta el orden económico mundial, lo
que tiene necesariamente una contracara:
que 2 mil millones de habitantes
dispongan de apenas un dólar diario
para subsistir.
Más de 40 millones de los habitantes de Estados Unidos
tienen menos de 60 años; 45 millones no
disfrutan de seguro médico y sanitario;
58 millones son analfabetos y 52
millones tienen escasos recursos
económicos. En los últimos 20 años, el
ingreso de los más adinerados (una
quinta parte de la población
estadounidense) aumentó en un 40 por
ciento, mientras que el de la quinta
parte de la población más pobre del país
ha disminuido 10 por ciento. Estados
Unidos, el país más desarrollado del
mundo, tiene una de la tasa más alta de
habitantes pobres.
Otra razón para no confiar en Estados Unidos se debe a
que es el principal responsable del
empeoramiento ambiental y el
calentamiento global. La estadounidense
es la economía que produce la más grave
contaminación y la que consume más
recursos preciosos. El efecto
invernadero y la capa de ozono han sido
causados en gran medida por el lujo y el
derroche de la economía estadounidense.
Desde nuestro punto de vista, hay razones suficientes para
sostener que la solución no provendrá de
las grandes corporaciones de Estados
Unidos. No vendrá el remedio de
donde viene la enfermedad.
En cambio, de un acuerdo lúcido, sereno, que surja de la
determinación de cuál es el enemigo
principal, puede resultar la fuerza que
esté en condiciones de transformar la
realidad mundial en un sentido de
porvenir.