“Al perro flaco todo se le vuelven pulgas”, dice un refrán
que hoy aplico a nuestra República
hermana de
Haití.
En la reunión celebrada en Santo Domingo que terminó el 17 de
marzo para la reconstrucción después
del terremoto que mató a 222.750
habitantes y dejó millón y medio de
damnificados,
la
propuesta final fue presentada
primero a los países ricos donantes
sin que los nacidos en Haití la
conocieran.
Colette Lespinasse,
vocera de 26 organizaciones sociales
de Haití, se quejó que el “Plan de
reconstrucción de Haití” fuera hecho
por 300 tecnócratas a espaldas del
Pueblo.
El Plan no fue concebido para impulsar el desarrollo porque
no incluye la eliminación de la
exclusión, la dependencia económica,
la centralización del poder y de los
servicios y no rompe la estructura
vigente de la tenencia de la tierra,
ni habla de la refundación de la
agricultura y la
Soberanía Alimentaria.
Por su parte, nuestros hermanos de la
Compañía de Jesús,
han publicado un comunicado en el
que se exige se aborde la reparación
de los daños ocasionados por el
terremoto con una visión de isla,
con la participación conjunta de los
gobiernos de
Haití
y la
República Dominicana
y que se participe al Pueblo
haitiano.
Mi único comentario es que las naciones poderosas del mundo
no acaban de aprender la lección
más necesaria, ni aun cuando son
solidarios:
tener confianza y creer en los
mismos Pueblos de las naciones
empobrecidas que desean ayudar.