Perú

 

Reflexiones peruanas

Democracia y autoritarismo

¿Cuánto valoran los peruanos la democracia? Según algunos analistas, el creciente respaldo a Ollanta Humala, a quien algunos medios de comunicación muestran como un personaje peligrosamente autoritario, daría entender que muy poco.

 

Ollanta Humala                                           Foto: EFE

 

En realidad, deberíamos precisar qué entendemos por democracia. A mediados de junio del 2002, el gobierno puso a Arequipa bajo control militar, impuso el toque de queda y el estado de emergencia para "defender la democracia". Tres días después, cuando el gobierno dio marcha atrás en la privatización de las empresas eléctricas, los arequipeños salieron a las calles a festejar "el triunfo de la democracia".

 

En el primer caso, el régimen de Toledo, como antes Belaúnde, García y Fujimori, se referían a una democracia delegativa en la que el presidente y el Congreso tienen cinco años libertad para actuar según les parezca. El pueblo de Arequipa, en cambio, identificaba democracia con el respeto a la voluntad popular, siguiendo una concepción de de democracia participativa. En realidad, la decepción de muchos de los peruanos más pobres (y otros no tan pobres) se limita a la primera forma de democracia.

 

La democracia participativa no es ajena a los peruanos. En muchas comunidades nativas y campesinas se practica de manera permanente. Pocos días antes del conflicto de Arequipa, el municipio de Tambogrande, en Piura, decidió dar un ejemplo similar al convocar a los vecinos a un referéndum respecto a si debía existir explotación minera dentro del distrito. Ante diversos observadores peruanos y extranjeros, el no obtuvo el respaldo mayoritario, pero el gobierno de Toledo se apresuró a decir que la decisión del pueblo no tendría ningún efecto.

 

Por otro lado, hay que reconocer que en el Perú existe una larga tradición de respeto a los "caudillos". En el siglo XX, Leguía, Odría, Velasco y Fujimori fueron buenos ejemplos de devoción popular, no por una combinación de represión y manipulación, sino porque supieron entregar a la población beneficios más tangibles que muchos gobiernos democráticos; y cuanto mayor es la necesidad de una persona, más aprecia lo tangible frente a lo formal.

 

Además, en el caso de los campesinos andinos, entre quienes Ollanta Humala tiene notables preferencias electorales, su relación con la democracia ha sido sumamente breve. La mayoría no estuvo sometida efectivamente a las autoridades estatales, sino a los terratenientes, hasta que Velasco dispuso la Reforma Agraria que ningún gobierno democrático había querido llevar a cabo (¿para qué hacerla, si los analfabetos no votaban?).

 

Cuando once años después, los militares dejaron el poder, los campesinos no tuvieron mucho tiempo para disfrutar de democracia porque comenzó la violencia de Sendero Luminoso. Al gobierno del demócrata Belaúnde no se le ocurrió otra forma de enfrentarlo que mediante una represión indiscriminada. Resulta paradójico que el "patriarca de la democracia" haya logrado que el Estado se equiparara en crueldad con el propio Sendero, al permitir las masacres más crueles y sistemáticas de la historia peruana, según señala el Informe de la Comisión de la Verdad.

 

El flagelo terrorista sólo fue detenido durante el régimen autoritario de Fujimori, y ese Estado autoritario fue el que se expandió por centenares de distritos donde había estado por muchos años ausente. Millones de campesinos sintieron que alguien se había acordado, por fin, de ellos; como yo oía decenas de veces en aquellos años.

 

Por todo ello, en muchos lugares del Perú, la experiencia democrática se restringe, básicamente, al régimen de Toledo, que tuvo el desatino de pretender profundizar la política neoliberal de Fujimori, sin contar con sus recursos populistas.

 

Si bien Toledo no alentó masacres como las ocurridas bajo Belaúnde, sí llevó a cabo una política en que los derechos de los campesinos y nativos eran ignorados y sus tierras concedidas a empresas extractivas. Desde Cajamarca hasta Ucayali y desde Cusco hasta Loreto, las protestas sociales mostraron un régimen sumido en una patética falta de legitimidad. El único beneficio que parecía dar la democracia eran los espectáculos patéticos que brindaban los políticos ante los medios de comunicación.

 

En el fondo, a algunos que advierten espantados sobre el inminente autoritarismo, les agradaría que alguien como Ollanta Humala usara su firmeza al servicio de los grupos de poder. Seguramente, ya están pensando cómo cooptarlo.

 

A los peruanos que valoramos la democracia nos corresponde darnos cuenta de que esta no es compatible con el racismo, la impunidad, la desigualdad y la miseria. Por lo tanto, delegativa o participativa, aceptemos que vivimos en una democracia imperfecta y que el gran reto para todos, electores y elegidos, es construir una democracia sin exclusión. El próximo domingo, lo recomendable es no votar por venganza o por temor, sino por quien tenga esa misma mira.

 

 

Wilfredo Ardito Vega

Convenio La Insignia / Rel-UITA

3 de abril de 2006

 

 

Volver a Portada

 

   UITA - Secretaría Regional Latinoamericana - Montevideo - Uruguay

Wilson Ferreira Aldunate 1229 / 201 - Tel. (598 2) 900 7473 -  902 1048 -  Fax 903 0905