Según el “Atlas Gaia de la Gestión
del Planeta”, algunos habitantes del
Norte cometen un peligroso error al
creer que pueden seguir adelante sin
el Sur.
El Norte necesita el combustible,
los minerales y los alimentos que
importa del Sur, tanto como el
dinero que consigue por la
explotación de bienes.
Alrededor del 40 por ciento de las
explotaciones de bienes
manufacturados estadounidenses van a
las regiones en desarrollo, y en el
caso de Japón el porcentaje es un 44
por ciento.
Si cae la demanda en el Sur los
efectos se harán notar en el Norte.
Tanto al Norte como al Sur les gusta
imaginar que están completamente
separados y con una libertad
completa de movimientos, pero nada
más lejos de la verdad.
La autosuficiencia puede ser
adecuada en determinados casos, pero
a niveles globales hay que reconocer
una creciente interdependencia.
La estructura tradicional del
mercado establecida durante el
período colonial está cambiando
rápidamente; de ahí la epidemia de
“nuevo proteccionismo”. Algunos
economistas sostienen que el Norte,
para sostener su posición, necesita
mantener al Sur en un estado de
“servidumbre económica” y que jamás
reformará de modo voluntario este
mercado desigual.
Un requisito previo de
cualquier logro efectivo
es elevar el nivel de
vida de los pobres del
campo |
La única esperanza para el Sur,
según algunos, sería “desligar” por
completo su economía de la del Norte
y librarse del asfixiante abrazo del
capitalismo internacional.
Pero a pesar de su aumento, el
comercio Sur/Sur permanece a un
nivel inferior al esperado. En 1980
representaba un 30 por ciento de las
importaciones totales de los países
en desarrollo, y un 25 por ciento de
sus exportaciones.
Entre otras razones por los
perjuicios contra productos llamados
“de segunda”, fabricados por otros
países en desarrollo, por las
deficiencias en el transporte y las
comunicaciones.
Las carreteras construidas por las
potencias coloniales llevan a
puertos costeros y no a las naciones
vecinas.
Lo que es todavía peor, muchos
países en desarrollo tienden a la
producción competitiva en vez de
recurrir a una complementación,
mientras los países del Norte siguen
ofreciendo contrapartidas
aparentemente más atractivas.
Un sistema de preferencias en las
tarifas aduaneras ayudaría a
compensar las barreras comerciales
del Norte.
También se propone una nueva Banca
del Sur para ofrecer a los
compradores créditos de larga
amortización con el fin de favorecer
al comercio. Esto, junto a una
cooperación técnica entre los países
en desarrollo, podría favorecer al
Sur.
El abismo entre las naciones ricas y
pobres se ha ido reduciendo
rápidamente y problemas de antaño
considerados nacionales son de
hecho, regionales o planetarios.
Para su solución, los problemas
globales requieren esfuerzos también
globales, y acciones a todos los
niveles de organización.
El Sur debe poder financiar el
desarrollo sin que le sean impuestos
términos draconianos. Incluso la
concesión de ayudas limitadas a
largo plazo es más deseable que los
préstamos comerciales a corto plazo
en los que puedan variar los tipos
de interés.
Un requisito previo de cualquier
logro efectivo es elevar el nivel de
vida de los pobres del campo. Los
pequeños campesinos y las industrias
de aldea están dispuestas a ejercer
la fuerza muscular o “capital de
sudor” y aplicar nuevas ideas, pero
necesitan condiciones justas y un
asesoramiento adecuado.
La acción directa es prioridad
esencial. Proyectos de la ONU
como el Programa Ampliado de
Inmunización que propone preservar a
todos los niños frente a seis
enfermedades, y la Década del Agua
de la ONU,
que se propuso lograr el
abastecimiento de agua para todos
son fundamentales.
Un reajuste de las prioridades
gubernamentales debe considerar
derechos inamovibles a la salud, la
educación, el empleo y los
alimentos. Ése podría ser el
principio de una solución a largo
plazo.