Los emigrantes, generadores de la mitad
del crecimiento económico de España, se
enfrentan a una situación en la que los
recursos que generan se pueden convertir
en un brillante negocio financiero.
La cuestión de las remesas ocupó un
espacio importante en la reciente cumbre
iberoamericana de jefes de Estado y de
Gobierno celebrada en Montevideo, cuyo
tema central fue la inmigración. La
declaración final señala que los estados
deben abstenerse de legislar sobe las
remesas ya que se trata de flujos
financieros privados. Y, aunque parezca
obvio, consideran que no se trata de la
ayuda oficial al desarrollo. Pero detrás
de las declaraciones oficiales, se libra
una sorda batalla por la captación de un
negocio lucrativo: en 2005, 169 mil
millones de dólares por concepto de
remesas llegaron a los países del tercer
mundo. Quizá por eso, la declaración de
Montevideo señala que “debemos facilitar
el envío de remesas, reduciendo su costo
y garantizando el acceso a los servicios
bancarios”. La propia declaración
muestra dónde está situado el debate.
Aunque las remesas crecen a un ritmo del
10% anual, en España lo hacen un 30%
cada año y una buena parte de ellas
tiene como destino América Latina. El
90% de esas transacciones son operadas
por remesadoras que cobran costos
demasiado elevados para los inmigrantes.
Pero desde Europa las cosas se ven de
otra manera. Un reportaje del diario El
País (14 de noviembre de 2006) luce un
significativo título: ”Las remesas
sostienen América Latina”. Apoyándose en
datos del BID y la CEPAL, asegura que el
dinero que envían los inmigrantes
latinoamericanos a sus países de origen
ha crecido, en los últimos 25 años, de
mil millones de dólares a más de 50 mil
millones anuales. Para cinco países
centroamericanos las remesas representan
entre el 10 y el 15% del producto
interior bruto (PIB), para Bolivia y
Ecuador oscilan entre el 5 y el 6%, y
superan el 3% en el caso de Colombia.
Según el BID, hay 25 millones de
emigrantes latinoamericanos en Estados
Unidos y la Unión Europea, de los cuales
la mitad envían remesas. Greg Watson,
analista del banco regional citado por
El País, sostiene que las remesas son
una oportunidad para el desarrollo del
país receptor, pero para que eso sea
posible “los bancos tienen que ofrecer
instrumentos financieros para que ese
capital de las remesas se incorpore al
sector productivo”, y no como está
sucediendo ahora que las familias lo
utilizan para “cubrir necesidades
básicas”. Un editorial de Joaquín
Estefanía en el mismo diario (“La
batalla por la captación de remesas”, 13
de noviembre de 2006), hace un llamado a
lo que denomina “profesionalización de
las remesas”, con la excusa de abaratar
los costos.
Lo que está sucediendo es una verdadera
batalla para que el sector financiero
consiga captar parte del dinero de las
remesas. Este año, el 40% de los
beneficios del BBVA (Banco Bilbao
Vizcaya) hasta septiembre proceden de
sus filiales latinoamericanas. Sólo en
México, el grupo gana más dinero que en
España. El 33% de los beneficios del
Banco Santander al cierre del tercer
trimestre provienen de la misma región,
en tanto Telefónica obtiene en América
Latina una quinta parte de sus
beneficios y un tercio de las ganancias
de Repsol vienen de Argentina, Brasil y
Bolivia. Si la banca española consigue
hacerse con una parte sustancial de las
remesas, habrá hecho un negocio redondo.
Un informe de Enrique Alberola publicado
en octubre por el Boletín Económico del
Banco de España, va directamente al
grano. La banca española está en buenas
condiciones para captar las remesas de
los inmigrantes gracias a su “importante
presencia en algunos de los países de
origen de la inmigración a España,
principalmente en América Latina”.
Alberola es consciente que buena parte
de los inmigrantes latinoamericanos en
España eluden enviar sus remesas a
través del sistema bancario, y lo hacen
a través de empresas remesadoras, por
las experiencias de crisis financieras
que provocaron la pérdida de sus
ahorros. Le faltó mencionar que la banca
española fue una de las grandes
beneficiadas con la crisis argentina de
2001, en la cual cientos de miles de
ahorristas se vieron perjudicados para
abultar los beneficios de esos grandes
bancos.
A la hora de argumentar a favor de la
bancarización de las remesas, Alberola
es igualmente transparente: “Si las
remesas fueran intermediadas en el país
de destino por la banca, su efecto
catalizador de la profundización
financiera sería mucho más efectivo,
contribuyendo así de un modo indirecto
al desarrollo económico”. En suma, se
trata de hacer crecer el negocio
bancario que, en el mejor de los casos,
puede contribuir a “desarrollar” a las
grandes empresas multinacionales que,
como Repsol y Telefónica, ya obtienen
jugosas ganancias en América Latina.
Para cerrar el círculo, hay que atender
los datos proporcionados por Miguel
Sebastián, director de la Oficina
Económica del Presidente del Gobierno
español: “Más del 50% del crecimiento
económico de los últimos cinco años” se
debe a los inmigrantes (El Periódico de
Cataluña, 16 de noviembre de 2006). La
diferencia entre lo que los inmigrantes
reciben por sanidad y educación y otros
beneficios sociales, y lo que aportan en
concepto de cotizaciones, es de cinco
mil millones de euros: el 0,5% del PIB o
la mitad del superávit de la
administración pública en 2005.
La acumulación del capital español, que
está situando a ese país entre los más
ricos del mundo (la renta per cápita
superará a la italiana el año próximo y
a la alemana antes de ocho años), sería
impensable sin los negocios que realiza
en América Latina y sin la explotación
de los inmigrantes. Si ahora echan mano
de las remesas, habrán dado un paso de
gigante en la carrera mundial por
apropiarse de una porción destacada del
capital mundial.
Alai