Aunque hace varias décadas fue eliminada
la colonización de África (con excepción
del Sahara) los países desarrollados han
continuado el saqueo de las riquezas de
ese continente por medio de las
transnacionales. Como consecuencia de
esa política capitalista, pierden los
pueblos y ganan las empresas.
La codicia por el control del coltán,
mineral estratégico, ha provocado, en
diez años, la muerte de más de 5
millones de personas en la República
Democrática del Congo.
El coltán es una roca que
contiene dos valiosos materiales
estratégicos: la columbia y la
tantalita, imprescindibles para la
industria moderna, pues se emplea en
computadoras, celulares, aviones,
aparatos electrónicos, centrales
atómicas y espaciales, misiles, salas de
videojuegos, equipos para diagnósticos
médicos, trenes magnéticos (sin ruedas),
fibra óptica, etc.
Las baterías de los celulares mantienen
por más tiempo su carga gracias al
coltán, ya que los microchips de
nueva generación que se elaboran con él
optimizan el consumo de corriente
eléctrica. Por eso se utiliza el
coltán en teléfonos móviles, equipos
de diagnóstico, etc.
En 2002 el kilogramo de este mineral
alcanzó el fabuloso precio de 400
dólares, lo que ha facilitado,
actualmente, el enriquecimiento de sus
comerciantes y no de quien debiera ser
su propietario: la República
Democrática del Congo.
El coltán se produce en pocos
países. Se extraía de Brasil,
Australia y Tailandia, pero
debido a la gran demanda comenzó a
escasear. Al aparecer en el Congo,
que posee el 80 por ciento de las
reservas mundiales, las empresas
transnacionales y varios países
desarrollados buscaron fórmulas para
controlar ese mercado, aunque para
lograrlo se provocó una guerra
especialmente sangrienta que ya se
prolonga desde 1986.
Aunque en la zona las contradicciones
étnicas son antiquísimas, sobre todo en
la zona fronteriza del Congo con
Uganda, Ruanda y
Burundi, donde los hutus y los
tutzis han estado en discordia, las
tensiones se acrecentaron luego de la
llegada a la República Democrática
del Congo de casi 2 millones de
refugiados tutzis que huían de la
sangrienta guerra en Ruanda.
En 1977 fue derrocado Mobutu Sede
Seko y tomó el poder Joseph
Desiré Kabila, el asesinado padre
del actual presidente, y en la zona se
enfrentaron dos bandos: por un lado
Ruanda, Uganda y Burundi,
apoyados por Estados Unidos, el
Fondo Monetario Internacional y
el Banco Mundial y ligados a
milicias rebeldes como el Movimiento
para la Liberación del Congo, el
Congreso Nacional para la defensa del
pueblo (del general Laurent Nkunda)
y la Coalición Congolesa para la
Democracia.
Al otro bando se integraron la
República Democrática del Congo, con
ayuda de Angola, Namibia,
Zimbawue, Chad y las
milicias hutus y mai mai.
Las Naciones Unidas enviaron, sin
éxito, 17.000 soldados para tratar de
controlar la situación, pero los
enfrentamientos continuaron.
Posteriormente, la ONU envió
3.000 efectivos más, según informó
Amnistía Internacional, que sostiene que
la República Democrática del Congo
necesita con urgencia tropas que
protejan a su población.
Desde 1998, en el conflicto en el
Congo ha muerto una cantidad
incalculable de niños y niñas reclutados
como soldados, y la situación tiende a
agravarse. Los niños y niñas que tratan
de escapar son asesinados o torturados,
en ocasiones delante de otros niños para
desalentar los intentos de fuga.
La guerra en el Congo se libra
por el control de sus riquezas naturales
y con la anuencia de las naciones
desarrolladas, que han provocado allí un
inmenso desastre humanitario. Ese es uno
de los principales motivos por los
cuales la República Democrática del
Congo, pese a sus abundantes
riquezas minerales, figura, según la
Organización de Naciones Unidas, en el
lugar 158 -uno de los últimos- en un
ranking de países clasificados de menos
a más según su índice de pobreza.