Un rasgo distintivo de la globalización
es la uniformidad de las reglas para el
funcionamiento de los mercados. En todos
los países se han eliminado los
controles al comercio exterior y a la
movilidad de los capitales, de modo que
es posible que se produzca en cualquier
lugar del mundo y se venda en cualquier
otro, al tiempo que los capitales pueden
invertirse hoy en México, mañana en
Singapur y pasado mañana en Moscú. Sin
embargo, los trabajadores y sus
remuneraciones no tienen las mismas
libertades: no tienen formalmente el
derecho a trabajar en cualquier sitio
del mundo y se les remunera lo peor
posible en los distintos países en
desarrollo con el fin de tener ventajas
competitivas.
Ello, por supuesto, se basa en que se
han globalizado las condiciones
capitalistas de roducción y la polaridad
países ricos-países pobres. Lo novedoso
es que las empresas globalizadas, las
que producen bienes comerciables
internacionalmente, migran con una
rapidez extraordinaria en busca de las
mejores condiciones de rentabilidad,
esto es, los menores salarios y las
menores cargas fiscales. Los países en
desarrollo se disputan el oprobioso
mérito de ser lo que peor pagan a sus
trabajadores, ya que eso les permite
atraer capitales y, eventualmente, que
se generen unos cuantos empleos.
Lo que exige el capital, tendrían que
exigirlo los trabajadores. La máxima "a
trabajo igual salario igual" que norma
las remuneraciones a nivel nacional debe
llevarse a escala global. Como lo ha
señalado la Alianza Global Jus Semper:
"Los trabajadores que desempeñen la
misma labor o una equivalente para la
misma empresa en la generación de
productos y servicios que esta empresa
comercialice a precios globales en el
mercado global, tienen que disfrutar de
una remuneración equivalente. Esta
remuneración equivalente se considera un
salario digno, el cual es un derecho
humano".
Obviamente esta definición exige un
procedimiento claro para establecer
específicamente el salario digno. El
procedimiento es que se establecen para
diferentes países las paridades de su
poder de compra (PPC) y con los salarios
pagados en los países del norte se fijan
los de los países del sur. Hay
fundamento, además, en el artículo 23 de
la Declaración de los Derechos Humanos
de la ONU y en el Convenio 100 de la
Organización Internacional del Trabajo.
Lo que se ha empezado a plantear es que
en el lapso de vida de una generación de
trabajadores (30 años) los salarios de
los trabajadores del sur estén alineados
con los del norte en términos de PPC.
Mientras ello ocurre, la información que
se deriva de este objetivo puesta en
perspectiva histórica permite conocer la
evolución de las condiciones de
explotación de los trabajadores en
diferentes países y ofrece,
consecuentemente, una especie de pliego
petitorio que debieran requerir los
trabajadores, sus agrupaciones
sindicales, las autoridades laborales
nacionales y los gobernantes. En el
último análisis con información
disponible hasta 2004
se compara la evolución de los salarios
manufactureros en 12 países respecto a
los que existen en Estados Unidos.
Estos 12 países son los del G-7
(Alemania, Canadá, Francia, Gran
Bretaña, Italia y Japón, junto con
Estados Unidos) y seis países en
desarrollo (Brasil, Corea del Sur,
España, Hong Kong, México y Singapur).
En esta muestra de países México resulta
el que tiene un salario real más bajo y
con la mayor distancia respecto del
estadounidense: los trabajadores
mexicanos sólo ganan 15 por ciento, en
tanto que los brasileños perciben 35,
los coreanos 73 por ciento. La
información, además, da cuenta de una
evolución marcadamente regresiva en el
caso mexicano, ya que en 1975 la brecha
salarial era de 70 por ciento.
La situación era peor en Corea que en
ese año percibía sólo 11 por ciento, de
modo que su brecha salarial era de 89 y
para 2004 es sólo de 27 por ciento,
similar a la japonesa. España ha llegado
a un nivel extraordinario, solamente 15
por ciento menor que el usado como
referencia. Obviamente en los países del
G-7 ha habido una evolución favorable
para sus trabajadores, en la que los
alemanes perciben 15 por ciento más que
los estadounidenses, en tanto que
Canadá, Francia, Gran Bretaña tienen
remuneraciones reales similares.
Así las cosas, mientras los trabajadores
mexicanos son los peor remunerados de
estos países, sus gobernantes, con todo
y el 10 por ciento de reducción de sus
salarios, son de los mejor pagados en el
mundo. Lo que importa es elevar
consistentemente los salarios de los
trabajadores. Las ganancias de las
empresas lo permiten. Lo que hace falta
es capacidad para instrumentarlo.
Orlando Delgado Selley
La Jornada
14 de diciembre de 2006
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