El
pasado 20 de abril la plataforma
petrolera Deepwater Horizon
utilizada por British Petroleum (BP)
en el Golfo de México explotó
matando a once trabajadores. Desde
entonces continúa el derrame
descontrolado del hidrocarburo
afectando las costas de Estados
Unidos, y se teme que la mancha de
petróleo pueda llegar hasta Cuba.
Casi dos meses de pasividad e
impotencia internacionales ante una
de las peores catástrofes petroleras
de la historia. No es una
casualidad, sino una opción.
La consecuencia más grave hasta ahora de la explosión y
hundimiento de la plataforma
Deepwater Horizon es la muerte de
once trabajadores. Algún día alguien
hará el balance final de la cantidad
de vidas humanas que costó y costará
esta industria íntimamente asociada
con el desarrollo capitalista.
Por si esto fuese poco, el escape de crudo ya está por
cumplir dos meses y afecta a los
estados de Louisiana, Missisipi,
Alabama y Florida de Estados
Unidos. Un
sitio en Internet permite
dimensionar con más precisión el
tamaño del desastre llevándola a la
escala de cualquier ciudad mediante
el sistema de mapas de Google.
Y esto continúa.
Se calcula que hasta el
pasado 10 de junio el
escape había liberado
más de 135 millones
de litros de crudo al
mar.
Esto convierte al
“incidente Deepwater” en
uno de los más
contaminantes de la
historia de la
extracción de petróleo.
Estados Unidos
ha suspendido las
exploraciones submarinas
durante seis
meses y cerrado a la
pesca un área de 200 mil
kilómetros cuadrados. El
presidente Barack
Obama anunció que
está buscando “qué culo
habrá que patear”, y la
BP un día sí y
otro también,
notifica que tiene un
nuevo e ingenioso plan
para
detener
el derrame.
La BP es una de
las tres mayores
petroleras del mundo,
junto con Exxon
y Royal Dutsch/Shell.
En 2009 registró
ingresos por 198.500
millones de euros, de
los cuales 13.772
millones fueron
beneficio neto. Cuenta
con más de 80 mil
empleados en 30 países.
Algunos expertos
dicen que este episodio
y sus consecuencias
pueden costarle su
propia existencia como
empresa. Desde ya, el
banco Crédit
Suisse ha calculado
que el costo que deberá
asumir BP por los
daños causados hasta
ahora superan los 23 mil
millones de dólares. Su
cotización en Bolsa ha
caído un 40 por ciento. |
Ciertas publicaciones aportan información valiosa para
agregar luz al análisis de lo
ocurrido. El Washington Post, por
ejemplo, reveló el pasado jueves que
mientras las prospecciones en
aguas profundas se multiplicaron por
diez entre 1988 y 2008, la cantidad
de inspectores del Servicio de
Gestión de Minerales (MMS, por sus
siglas en inglés) sólo había
empleado un 13 por ciento más de
inspectores en el mismo período.
En otras palabras, los servicios reguladores y de contralor
de Estados Unidos son
actualmente idénticos a los que
había en la época de Bush –o
sea con las corporaciones
directamente en el poder-, siendo
que la cantidad de permisos y las
áreas habilitadas para prospecciones
y extracciones se habían ampliado
considerablemente en los últimos
años. Darle esa oportunidad a las
empresas petroleras equivale a
decirles “hagan como gusten”.
Y como ellas gustan es “lo más barato posible”, aún a costa
de mayores riesgos, sobre todo
teniendo en cuenta que la extracción
de petróleo es cada vez un negocio
técnicamente más complejo pues los
yacimientos de superficie y con
crudo más liviano prácticamente se
han acabado en esa región. Según la
publicación USA Today, “los
derrames de plataformas petrolíferas
y los oleoductos se han más que
cuadruplicado en la última década.
Entre 1970 y 1990, las plataformas
registraron en promedio cuatro
derrames por año de más de 50
barriles. De 2000 a 2009, esos
derrames fueron en promedio 17
anualmente”. No es una
casualidad que BP ocupara el primer
lugar en el ranking de estos
“accidentes” con 23 escapes de crudo
de más de 50 barriles.
El Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz ha
calculado que si la guerra contra
Irak terminara en 2017,
Estados Unidos habrá gastado 3
billones (millones de millones) de
dólares en ella1. Si se agrega el costo de Afganistán se llegará
probablemente a los 4,5 billones.
Es obvio que detener el derrame de
petróleo en el Golfo de México es
una cuestión de dinero:
se pudo haber evitado si se hubiesen
adoptado las medidas de seguridad
necesarias, aunque ello incrementara
el presupuesto de la corporación BP;
también, cada vez son más los
expertos que aseguran que BP no
ha contratado a los mejores equipos
técnicos ni ha querido gastar
demasiado en obturar el escape,
calculando que sus abogados lograrán
reducir considerablemente la factura
a pagar por los daños ambientales.
Y el cálculo incluye cierta
benevolencia -o una “benevolencia
cierta”- por parte del gobierno y de
la justicia de Estados Unidos.
El mundo vive sacudido por las
noticias de las guerras que impulsan
Estados Unidos y sus aliados,
aún cuando apenas se conoce muy
parcialmente sus consecuencias
gracias a una férrea censura que se
ejerce hacia los medios no
obsecuentes, y a la colaboración de
los medios cómplices que son la
mayoría. Los gestores del sistema
capitalista, junto a las grandes
corporaciones transnacionales,
disponen de los recursos naturales a
su antojo, los distribuyen según sus
necesidades y los despilfarran a su
gusto.
Los daños al medio ambiente no son para ellos más que
“accidentes del camino” que la
tecnología, la misma que contamina,
se encargará de minimizar o
remediar, o en el peor de los casos,
desastres que hay que disimular para
que sus costos sean los más bajos
posible. Es el viejo cálculo de
costo-beneficio, sólo que la
contabilidad es la de las
corporaciones y no la del planeta en
su conjunto.
Es probable que durante un tiempo se usen duras palabras
contra la inseguridad de las
prospecciones, la burocracia
controladora, las leyes y
reglamentos demasiado laxos hacia
las empresas, pero lo que finalmente
primará será que, por ejemplo,
según la consultora Douglas-Westwood,
ya antes de los fabulosos
descubrimientos en el presal
brasileño, para 2012 ya estaba
prevista y comprometida una
inversión global de 20.700 millones
de euros en prospección petrolera en
aguas profundas.
El “reciente hallazgo” de enormes yacimientos minerales en
Afganistán será probablemente
utilizado para contrabalancear la
mala imagen de una guerra que, desde
hace tiempo, ha develado sus
verdaderas motivaciones, y
especialmente las de las
corporaciones de Estados Unidos.
El presidente Obama deberá tener cuidado en su búsqueda de traseros
para patear, porque de hacerlo con
seriedad probablemente le resultará
una práctica permanente… y muy
dolorosa.