A las
5:15 de la mañana del 4 de septiembre de 2007, el huracán Félix, de categoría 5,
tocó tierra en el norte de la Costa Caribe sembrando muerte y destrucción entre
las poblaciones de la zona. A seis meses del desastre, la Mesa Nacional para la
Gestión de Riesgo organizó una conferencia para dar a conocer la situación
actual y las perspectivas de las áreas que fueron severamente afectadas.
El pasaje de Félix
provocó más de 200 víctimas entre fallecidos y desaparecidos, y graves daños a
casi 200 mil personas. 20.452 viviendas y más de 500 kilómetros de red vial
fueron destruidos o semidestruidos, mientras que fueron arrasados 1,6 millones
de hectáreas de bosques y 90 mil hectáreas de cultivos agrícolas. Los perjuicios
totales fueron calculados en aproximadamente 850 millones de dólares, y el costo
de la rehabilitación para la emergencia en los primeros seis meses en más de 300
millones.
Según Dixie Lee, miembro
de la Coordinadora Civil (CC) en la Región Autónoma del Atlántico Norte (RAAN),
“El huracán Félix llegó a profundizar aún más la situación de pobreza y
crisis en la que históricamente está hundido el Caribe nicaragüense, donde la
tasa de desempleo se mantiene en un 85 por ciento, el analfabetismo en un 40 por
ciento, el acceso al agua potable es del 11,1 por ciento y donde la mortalidad
infantil sobrepasa los 362 por cada cien mil nacidos”.
En su análisis, Lee
demostró cómo la llegada masiva de organizaciones humanitarias en las semanas
sucesivas al desastre despertó muchas expectativas que fueron desatendidas a lo
largo de estos seis meses, “ya que la mayoría de estas organizaciones se fue y
la situación sigue siendo muy difícil para la población de la región”.
Dixie Lee |
Uno de los principales problemas
evidenciados por el representante de la Coordinadora Civil es la inseguridad
alimentaria.
“En el Presupuesto de la
República que la Asamblea Nacional acaba de aprobar, se destinaron 120 millones
de córdobas (6,3 millones de dólares) para la emergencia. Esto no es suficiente,
y resulta ser inferior al presupuesto de muchos ministerios. El PMA y el
gobierno enviaron inicialmente una buena cantidad de alimentos, logrando de esa
manera paliar la situación, pero ahora se considera que terminó la emergencia.
Nos enviaron semillas
certificadas, pero muchas de ellas no germinaron y actualmente ninguna comunidad
ha tenido cosecha. También con la pesca hemos tenido problemas. En un primer
momento se prohibió totalmente el acceso a los cayos donde hubo el impacto más
fuerte del huracán, y los casi 3 mil buzos que viven de la pesca de la langosta
pudieron aprovechar del recurso sólo en enero y febrero. A partir de marzo
comienza la veda y para los próximos tres meses la situación va a ser muy
crítica”.
Nos enviaron
semillas certificadas, pero muchas de ellas no germinaron y
actualmente ninguna comunidad ha tenido cosecha |
Otro punto neurálgico son las
viviendas. “Las autoridades nacionales y locales impulsaron la rehabilitación de
las casas parcialmente dañadas con la entrega de láminas de zinc para los
techos, pero esto ayudó sobre todo en la zona urbana. En la rural las viviendas
fueron totalmente arrasadas y el proceso de reconstrucción ha sido muy lento.
Además –continuó Lee– es importante que se desarrolle un proceso de
acompañamiento sistemático a las comunidades, porque no es suficiente entregar
el material. Se necesita de personal que acompañe los procesos comunitarios y
que ayude a la población a superar el trauma que dejó el huracán. Cuando en las
comunidades hay crisis y hambruna surgen fenómenos de histeria colectiva (Grisi
Siknis) y en este momento se están dando las condiciones para un brote”,
concluyó el miembro de la Coordinadora Civil.
El caso de “Las
Minas”
Abdel
García |
Una de las zonas más afectadas
ha sido el territorio de Las Minas, en la parte interna de la Costa Caribe.
Según Abdel García, coordinador del Proyecto de Emergencia en el
Triángulo Minero impulsado por el Centro Humboldt y Oxfam,
“Nuestra intervención comenzó 15 días después del impacto del huracán y
elaboramos una evaluación de daños a nivel de los municipios afectados, para que
los gobiernos locales tuvieran un instrumento estadístico que les ayudara a
hacer gestiones de recursos, para mitigar la situación alimentaria y para la
rehabilitación de la actividad productiva y construcción de las
infraestructuras. Se priorizaron los territorios más afectados y más alejados y
entramos a territorios, en donde no había presencia institucional. La
intervención se hizo en 48 comunidades, 15 de las cuales pertenecen al
territorio indígena mayagnas que se encontraban a 5-6 días de distancia a
pie, porque no había otra forma de acceso. A ese propósito, uno de los aspectos
más importantes va a ser la rehabilitación de caminos de penetración y puentes,
ya que hay una gran pérdida en la red vial secundaria y terciaria”.
La intervención se enfocó en
cuatro áreas de desarrollo. En el de agua y saneamiento se trató de
mejorar la calidad del agua, a través de diferentes técnicas que permitieran
bajar los índices de morbilidad debido al consumo de agua contaminada. Se
rehabilitaron también 500 letrinas.
El nivel de
afectación y la cantidad de problemas ameritan una intervención de
gran envergadura; desafortunadamente, el problema más relevante ha
sido la falta de recursos y de personal |
En el área de promoción en
salud se trabajó en la capacitación de personal local para que hubiese un
nivel de incidencia a nivel comunitario, mientras que la tercer área, la de
preparación ante desastres, en 20 de las 48 comunidades se conformaron
comités locales con la presencia del Sistema Nacional para la Prevención,
Mitigación y Atención en Desastres (SINAPRED) y de ellas, ya hay 15
capacitadas y preparadas ante un posible desastre natural.
“Una de las preocupaciones que
tenemos tiene que ver con los incendios -explicó García-. El huracán
tumbó una cantidad enorme de recursos forestales y a esto se suman las malas
prácticas agrícolas (quemas) que históricamente se emplean en la región. Esta
situación deja latente la posibilidad de incendios y es por eso que se
conformaron brigadas contra incendios como un instrumento local de prevención”.
El cuarto eje tiene que ver con
la seguridad alimentaria para la rehabilitación productiva. “Se
distribuyeron semillas de frijol y maíz, logrando beneficiar a 2.474 familias
con un rendimiento del 95 por ciento para el frijol y 70 por ciento por el
maíz”, continuó el responsable del proyecto.
“El PMA intervino en la
etapa de ayuda alimentaria, la cual ya terminó. Ahora estamos en la etapa de
rehabilitación, de alimento por trabajo. Sin embargo las poblaciones están
todavía en riesgo alimentario”, agregó.
Coordinación con
instituciones nacionales y locales
Según la experiencia
desarrollada en estos seis meses por ese proyecto, ha sido fundamental la
coordinación con las delegaciones de las diferentes instituciones nacionales y
con los gobiernos locales.
“En el caso de las
instituciones, hay algunas que han sido consecuentes con el drama que se ha
vivido en estas zonas –expresó García–. El nivel de afectación y la
cantidad de problemas ameritan una intervención de gran envergadura;
desafortunadamente, el problema más relevante ha sido la falta de recursos y de
personal, como es el caso del Instituto Nacional Forestal (INAFOR) y del
Ministerio de Agricultura (MAGFOR). Hubo una participación muy activa del
Ministerio de Salud (MINSA), apostando mucho a que el liderazgo
comunitario jugara un papel vital para llegar a las familias más aisladas”,
concluyó.
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