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El síndrome
de Estocolmo, dicen los entendidos, ocurre cuando una
persona secuestrada, que no puede escapar, comienza a
desarrollar afecto por su captor y llega a identificarse con
él de manera obsesiva. El miedo y el agradecimiento se
juntan para crear en la mente y en el ánimo del cautivo
aversión a desarrollar sentimientos negativos hacia su
victimario. Es que la necesidad de vivir de la victima se
vuelve más fuerte que su impulso de rechazar a aquel que
gracias a un acto arbitrario de poder se ha vuelto dueño de
su libertad.
Un amigo en
Madrid me preguntó una vez si no era que los nicaragüenses,
secuestrados por el pacto entre Daniel Ortega y Arnoldo
Alemán, estábamos viviendo bajo el síndrome de Estocolmo. Me
quedé meditando, sin saber a ciencia cierta qué responder.
¿El miedo había llevado a los nicaragüenses a sentirse
paralizados, y aún más, a identificarse con sus captores?
Hoy tengo la respuesta. Nunca fue así.
El día
jueves de la semana pasada una multitud sin precedentes se
lanzó a las calles en Managua para protestar contra el pacto
entre Ortega y Alemán. Me dice mi hija que a lo largo de las
muchas cuadras que cubría el desfile de miles de personas,
marchaba una increíble variedad de participantes, obreros,
agricultores, vendedores ambulantes, comerciantes de los
mercados populares, profesionales, estudiantes, amas de
casa, técnicos, empresarios, desempleados. Sandinistas,
liberales, conservadores, gente sin partido. Es la misma
mezcla abigarrada y sin fronteras ideológicas o sociales que
he visto en las calles de Madrid y Barcelona, manifestándose
contra la guerra de Irak o contra los crímenes de la ETA.
Siempre va allí mi amigo.
Que más de
cincuenta mil personas se lancen a protestar en América
Latina no es novedad hoy en día, cargados como andamos de
penurias. Pero en ninguna otra parte la gente sale a las
calles decidida a librarse de sus secuestradores. Decidida a
acabar con un pacto político que significa una arbitraria y
abusiva repartición de poderes entre dos partidos que tienen
el control de la Asamblea Nacional, y por ende el control de
los demás poderes del estado, excepto el gobierno, al que
tratan de acorralar. Dos cúpulas de partidos que daban por
descontado el respaldo popular, el de sus secuestrados, para
ir acabando con la democracia.
Una
protesta contra las reparticiones de prebendas, las cuotas
de poder pactadas, el control del poder judicial, el control
del consejo electoral ejercido para eliminar la
participación política de todos los demás partidos. Contra
un pacto que cubre con mantos impúdicos los actos de
corrupción, y pone a resguardo de la justicia a los
delincuentes que asaltan los bienes del estado. Quienes
pactaron para su beneficio, y el beneficio de sus
camarillas, comienzan ahora a ver el desgaste de su poder,
aunque quieran evitarlo.
Los fieles
a Daniel Ortega y Arnoldo Alemán, que ahora se confunden en
las mismas acciones y discursos, se conjuraron para impedir
que la gente participara en la marcha, amenazando con la
violencia. Regaron clavos en las carreteras para que no
entraran buses y camiones a la capital, abrieron zanjas en
el pavimento. Se declararon lo que creían ser, dueños de las
calles, y anunciaron que sus claques no dejarían pasar a los
manifestantes. Pero pasaron. Pasaron por miles.
Los
ideólogos de Ortega y Alemán, que pertenecen hoy a la misma
escuela política, han dicho que la manifestación del jueves
fue organizada por la oligarquía, y que sólo participaron
los oligarcas. Más de cincuenta mil oligarcas aguantando sol
por horas en un día de calor inclemente es algo de verse, le
digo a mi hija al contestar su entusiasta mensaje. Yo creo,
por el contrario, le digo también, que la oligarquía está
hoy en la cúpula conjunta de Ortega y Alemán, porque son los
que tienen el control político del país y se han repartido
en los últimos años sus mejores riquezas, haciendo negocios
privilegiados. Es una oligarquía de nuevos ricos. ¿Qué dice
el diccionario acerca de oligarquía? "Régimen político en
que el poder es controlado por un pequeño grupo de
individuos o familias. Autoridad, influencia preponderante
que ejerce en su provecho un pequeño número de personas."
Esa definición es un retrato hablado de los dueños del pacto
en Nicaragua. De los secuestradores.
Quienes
subieron a la tarima al cabo de la manifestación para
dirigirse a la multitud fueron dos jóvenes de los que nunca
se suben a las tarimas, dice mi hija. Nuevos líderes por
fin. Jóvenes en los veinte años, la generación que hasta hoy
repudiaba toda participación política porque la política se
ha vuelto una mala palabra que sólo significa oportunismo y
corrupción. Pero no sólo esa generación de los que nacieron
en los años de la malograda revolución se había declarado
desilusionada. También la anterior, la que alfabetizó,
recogió las cosechas e hizo el servicio militar. Y ahora
estaba allí manifestándose, como lo prueba la presencia de
mi hija, la que me da estas estupendas noticias de
Nicaragua.
Si la
política empieza a perder ese desprestigio, y los dueños del
pacto empiezan a perder la calle, Nicaragua comienza a ganar
su salida del túnel, algo que hasta hace poco parecía poco
posible. No es cierto entonces que los nicaragüenses
estuviéramos viviendo bajo el síndrome de Estocolmo. Lo que
ocurre es que se ha acabado la paciencia. Y cada vez que en
Nicaragua se acaba la paciencia, ocurren cosas que quedan
escritas en la historia.
Sergio Ramírez
Convenio
La Insignia
/ Rel-UITA
22 de
junio de 2005
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