La situación mundial de la infancia |
Hace unos años, una revista brasileña editaba un
reportaje sobre la venta de órganos de niños para
trasplantes. Se trata de algo que muchos especialistas
e incluso las Naciones Unidas han denunciado
repetidas veces pero leer, por ejemplo, que el hígado de un
niño
puede adquirirse en el mercado negro por unos 30.000 euros
pone realmente los pelos de punta.
Es cierto que es muy difícil tener
constancia de que efectivamente ocurren estos casos, pero
también lo es que muchos de quienes han estudiado el
problema más rigurosamente están plenamente convencidos de
que se están dando.
Otras veces, los niños tienen un poco más
de suerte y hasta reciben un trato especial para poder
llegar a ser mercancías más apetecibles en los mercados de
la adopción. En Honduras se descubrieron "casas de engorde"
en donde las familias miserables depositaban a sus famélicas
criaturas a cambio de unos cuantos dólares para que tuvieran
mejor aspecto ante las familias acomodadas de los países
ricos.
Cuesta trabajo creerlo pero esto es lo que
hay. Y cuesta todavía mucho más trabajo no haber oído ni una
palabra de preocupación por este tipo de terrorismo a la
mayoría de los líderes mundiales, tan dispuestos a actuar
cuando lo que sufre es su cartera y la de sus socios.
Cada año nacen unos 132 millones de niños
*
* *
Uno de cada cuatro vivirá siempre en la pobreza
* *
*
Uno de cada doce morirá antes de haber cumplido
los doce años
*
* *
Uno de cada tres niños que nacen en el mundo
estará mal nutrido en los cinco primeros años,
cuando ya adquirirán males y carencias para el
resto de sus vidas
*
* *
Uno de cada cuatro niños está condenado a
trabajar, incluso uno de cada tres en África
|
|
Una inmensa proporción de los niños de
nuestro planeta no tiene demasiada suerte. Cada año nacen
unos 132 millones y de ellos uno de cada cuatro vivirá
siempre en la pobreza más absoluta. Ahora mismo, habrá unos
600 millones de niños en todo el mundo sumidos en la
miseria, muertos literalmente de hambre y padecimiento, sin
más horizonte que la suciedad de las calles que pisan
descalzos y sin más fuerza que la que da el instinto animal
de supervivencia. Uno de cada doce morirá antes de haber
cumplido los doce años, aunque seguramente no sentirán pena
por ello si pudieran tener ese sentimiento y supieran la
vida que les aguardaba. La mayoría morirá de hambre o de
enfermedades para nosotros tan banales como la diarrea que
se podrían combatir si no fuera porque más de 1.000 millones
de personas no tienen acceso al agua potable. Casi uno de
cada tres niños que nacen en el mundo estará mal nutrido en
los cinco primeros años, cuando ya adquirirán males y
carencias para el resto de sus vidas. Para la mitad de los
niños del mundo, un simple vaso de leche es un privilegio
que no está a su alcance, que quizá no lo esté nunca. Un
tercio de los niños no será nunca vacunado, a pesar de que
el coste de la mayoría de esas vacunas quizá cueste menos
que cualquier fasto de los que celebramos cientos en cada
una de nuestras ciudades más privilegiadas.
Forman parte de esos 2.400 millones de
personas que según la Organización Mundial de la Salud no
tienen acceso a los servicios sanitarios. Uno de cada cuatro
niños está condenado a trabajar, incluso uno de cada tres en
África.
El último informe sobre la situación de la
infancia en el mundo de Unicef se dedicaba a poner de
relieve la tremenda importancia que tiene la escolarización
para lograr que los niños eviten esta condena a muerte
anticipada en la que se ha convertido su vida. Es muy
importante que eso afecte, sobre todo, a las niñas, que se
escolarizan en mucha menor proporción y que, sin embargo,
son las principalmente encargadas de transmitir valores,
incentivos y pautas de comportamiento a los hijos, e incluso
a los hombres adultos.
Como ocurre en todas las demás
manifestaciones de la vida, las niñas siempre tienen una
situación mucho peor que la de los niños. Van menos a la
escuela, trabajan más, tienen más responsabilidades, comen
menos y peor y sufren más peligro de ser vendidas o vejadas
en el comercio sexual de todo tipo que puebla nuestro
planeta.
En los países más ricos del mundo, los
treinta que forman la OCDE, las cifras de maltrato infantil
son espeluznantes y están encabezadas precisamente por
Estados Unidos. Según Unicef, en la cabeza del imperio se
dan más de tres millones de casos denunciados de abuso
infantil, lo que tampoco ha justificado una cruzada
liberadora del presidente Bush, que se sepa. Es más,
mantiene a su país en posiciones reaccionarias en estos
asuntos que se manifiestan, por ejemplo, en la negación a
ratificar la convención de las Naciones Unidas sobre los
derechos de los niños con el estúpido argumento de que
atenta contra los derechos de los padres.
Hace unos años, el Premio Nobel de
Economía Amartya Sen denunciaba que en algunos barrios de
Nueva York la mortalidad infantil era mayor que la de
Bangladesh, lo que da idea de que los problemas de la
infancia no son exclusivos de ninguna parte del mundo,
aunque sea lógicamente en los países más pobres donde
alcanza niveles mucho más dramáticos.
El secretario general de la ONU Kofi Annan
calificó hace un par de años como "fracaso deplorable" lo
conseguido hasta entonces para dar solución a los problemas
de los niños en el mundo. Y seguimos igual.
Lógicamente, a medida que pasa el tiempo
el asunto se hace cada vez más difícil. Se calcula que ya
casi un 40% de los niños que nacen en el mundo no se
registran, es decir, que ni siquiera existen formalmente.
Así no hay que computar tampoco su muerte, su violación o su
utilización como soldados o mano de obra barata, cuando esto
ocurra a manos de algún desalmado, bien sea este un policía,
un traficante o, sencillamente, el responsable de las
grandes empresas que se están enriqueciendo a costa de todo
ello.
Lo dramático es que para solucionar estos
problemas no hacen falta sumas de recursos descomunales. Lo
que principalmente se requiere es la voluntad de afrontarlos
que hoy día no existe con la suficiente fortaleza; alterar
el orden de prioridades para que los intereses comerciales
no se impongan sobre las necesidades humanas y autoridad
internacional para sancionar a los responsables de estos
crímenes nauseabundos.
Pero en lugar de eso, lo que proponen los
organismos internacionales que controlan los países ricos es
limitar los gastos sociales, darle plena libertad a las
empresas que prefieren ganar dinero a costa de cualquier
otra cosa y, en suma, mirar vergonzantemente a otro lado.
A pesar de ellos, sin embargo, no está
todo perdido. Hace un par de días entré en el aula de una
escuela infantil recién inaugurada en lo más alto de un
rancho de Caracas. Se levanta sobre lo que hasta hace poco
era el cruce de las aguas negras que fluían libremente y que
ahora es una calle. Me senté entre los niños y un par de
ellos, con los ojos relucientes y mucho más negros aún que
su piel, se echaron sobre mi cuello abrazándome y sonriendo
mientras cantaban con todos los demás. Al salir pensaba que,
a pesar de todos los pesares, de las sonrisas de todos esos
niños está naciendo un nuevo mundo.
Juan Torres López
Periodista español
(La Jornada de Málaga)
11 de agosto de 2004
|