Alumnos de un liceo nocturno de Montevideo solicitaron a
Emilio Frugoni, primer diputado
socialista de Uruguay, una
exposición doctrinaria sobre el
socialismo, y “no un discurso de
propaganda”.
Don Emilio aceptó las condiciones, aunque aclaró que
“si de la simple exposición
resulta propaganda no he de
sentirme molesto ni nadie tendrá
derecho a molestarse, porque hay
cosas que se recomiendan con sólo
exponerlas”.
Indicó su agrado por realizar una disertación explicativa de
qué es el socialismo, de sus bases,
de sus postulados y de sus fines,
“ya que muchas veces se habla de él
para oscurecerlo en una nube de
intrincados equívocos y hasta para
explotar el prestigio político de su
nombre en provecho de causas
ajenas”.
Entró entonces “por la puerta de las definiciones”, en
algunos planteos históricos. Recordó
que un Tribunal de Justicia había
preguntado a Proudhon* qué es
el socialismo. Y ante su respuesta
de que “el Socialismo es la
aspiración hacia una sociedad más
justa y más humana”, el presidente
del Tribunal replicó: “Entonces yo
también puedo considerarme
socialista”. Y su planteo resultaba
lógico, porque la respuesta de
Proudhon no define al
socialismo.
Frugoni,
al analizar el tema comenzaba por
aclarar que “sólo puede llamarse
socialista el que aspira a la
socialización de la propiedad, es
decir, a que la propiedad sea un
derecho de la sociedad y no del
individuo”.
La idea socialista florece en el cristianismo de los primeros
tiempos. Jesús predicaba
máximas socialistas y en sus
primeros tiempos la iglesia católica
condenaba, como él, la riqueza y la
propiedad.
Uno de los pioneros, San Juan Crisóstomo, llegó a
decir que “nadie debe dar el nombre
de propiedad a ninguna cosa, sea
cual sea; lo tuyo y lo mío son
mentira”. Y San Ambrosio
decía, por su parte, que dios había
dado por igual la Tierra a los
pobres y a los ricos, “¿por qué,
entonces, los ricos la consideran
propiedad exclusiva?”. Y agregaba:
“La naturaleza ha creado el derecho
común; la usurpación el derecho
privado”.
Carlos Marx
fue el gran sistematizador de la
idea socialista; y mientras la
consustanciaba con el movimiento
obrero, le daba base sólida en las
racionales comprobaciones
históricas y en las científicas
indagaciones de la economía
política.
Marx
subraya la entraña moral, el recorte
oculto de la producción capitalista:
la plus valía, probando que el
capitalista se queda con una parte
del trabajo no pagado; y la
acumulación de ese trabajo es lo que
constituye el capital.
La fuerza humana del trabajo es una mercancía, por la que se
paga su valor de cambio, fijado
–como el de toda mercancía- por el
tiempo de trabajo empleado en su
producción. Y el equivalente al
tiempo de trabajo necesario para
producirla es el precio de todo lo
que el obrero necesita para vivir y
renovarse.
La organización obrera consigue contrarrestar la tendencia
inmanente del capitalismo a rebajar
el precio de la mano de obra y las
condiciones de vida de muchos
trabajadores, que en los países más
adelantados están frecuentemente por
encima, y a veces muy por encima, de
lo que reclaman sus simples
necesidades fisiológicas.
Es innegable que el capital se queda siempre con una parte
del trabajo no pagado. Si un obrero,
por ejemplo, puede durante seis
horas de labor re-producir el valor
de su fuerza de trabajo (producir su
salario) tiene que trabajar unas
horas más (todas las que permita la
organización industrial o la
organización de los obreros) y en
esas horas trabajará para costear
los otros gastos de explotación: el
costo de la materia prima, los
gastos de dirección, de
organización, de ordenamiento del
trabajo, y para la ganancia.
Esta viene a estar constituida por la suma de los valores
creados por el obrero durante ese
tiempo que ha trabajado no para
costear su salario y demás gastos de
explotación, sino después de
descontado todo eso.
Queda explicada así la formación del capital, y la naturaleza
del salario (que nunca es el
producto íntegro del trabajo) y la
naturaleza misma de la explotación
capitalista.
Hay otro elemento del cual el capitalista se adueña sin
pagarlo. Para los capitalistas nada
cuentan las fuerzas creadas por la
cooperación y la división del
trabajo. Ya Proudhon había
observado que cuando se reúnen
varias fuerzas individuales surge
una nueva fuerza: un cociente de
eficacia del trabajo superior a la
simple suma de las fuerzas
personales aisladas.
Marx
subraya esto recurriendo al ejemplo
del escuadrón de caballería, cuya
fuerza de ataque es superior a la
suma de las fuerzas puestas en juego
por cada uno de los soldados
separadamente. Así, en el trabajo es
distinta la suma de las fuerzas
aisladas, de los obreros, a la
fuerza que se desenvuelve cuando
todos ellos trabajan ordenada y
coordinadamente en una misma
operación. Esa es la virtud de la
cooperación.
El mayor mérito de Marx, en opinión de Jean Jaurés,
es haber acercado, reunido, la idea
socialista y el movimiento obrero.
Unificó la idea y el hecho: puso la
idea en el movimiento y el
movimiento en la idea; el
pensamiento socialista en la vida
proletaria y la vida proletaria en
el pensamiento socialista. Desde
Marx, el socialismo adquiere,
además de su carácter de concepción
teórica científica, la de movimiento
y acción mundial, internacional, de
clase.
Coincidiendo con
Juan B. Justo,
traductor para el Río de la Plata
del primer tomo de “El Capital” de
Marx,
Frugoni
definió al socialismo como un
movimiento, en defensa y por la
elevación del pueblo trabajador que,
guiado por la ciencia, propone crear
una sociedad libre y sin clases
sociales con base en la propiedad
colectiva de los medios de
producción y de cambio.