Televisión basura y prensa rosa,
un
subproducto neoliberal |
Una plaga infecta los
países ricos, como tumor en metástasis, y lleva camino
de emponzoñar a los empobrecidos: es la bazofia
televisiva y la prensa rosa. Día tras día aumentan en
las pequeñas pantallas de países desarrollados,
confesiones y confidencias desvergonzadas así como la
más chabacana impudicia en el relato de desamores,
adulterios e infidelidades de todo tipo. Parece
que esa corrupción se extiende por Latinoamérica, y
tras el camuflaje de presuntas verdades, se airean
miserias morales y se juntan ante las cámaras esposos,
amantes y adúlteros o situación similar. En España,
líder de nuevos negocios de cochambre, no pasa día sin
dos o tres programas de mugre y porquería. No nos
referimos a mostrar cuerpos femeninos o masculinos ni
a plantear cuestiones y problemas broncos y duros, que
legítimos son, pues no somos tridentinos, sino al
mercadeo de intimidades y a la propagación de
inmundicias y miserias morales que sólo deberían
interesar y atañer a sus protagonistas y allegados.
Esa televisión basura, como la ha denominado con
acierto la prensa responsable, tiene su equivalente en
la prensa rosa de antaño, hoy desmelenada, que pasó de
publicar reportajes cursis sobre famosos del cine y la
canción, más atisbos de la centelleante y glamorosa
vida de reyes destronados y aristócratas decadentes al
estiércol de hurgar intimidades y aventar asuntos de
entrepierna y alcoba entre presuntos afamados.
Este nuevo género de estiércol
televisivo se basa en despropósitos que impulsarían la
carcajada más estentórea sino fuera por su lamentable
patetismo. No es el menor de ellos la elevación a la fama de
personajillos cuyo mérito ha sido aparecer en programas que
aireaban intimidades del estilo de Gran Hermano o similares.
Aquellos primeros programas basura generaron “famosos” que
asisten a otros programas en los que las aburridas
vulgaridades de su vida amorosa y sexual son objeto de
simulacros de debate en los que todos gritan a la vez.
Tanto la televisión privada como
la pública han irradiado porquería con entusiasmo digno de
mejor causa en programas de nombres tan sugerentes como
Tómbola, Salsa Rosa, Aquí hay Tomate, Corazón, o La hora de
la verdad trituran el derecho a la intimidad cuyo respeto
y reconocimiento han costado siglos de sangre, sudor y
lágrimas.
Pero el negocio de la bazofia
prospera. Un “invitado” normalito, con aparición breve,
cobra unos 700 dólares; un invitado que acepte que le
machaquen de forma notable percibe de siete a ocho
mil dólares y un presunto famoso que pacte que lo destrocen
ante las cámaras, gritando incluso sobre su primera
masturbación, se llevará 75.000 dólares. En la prensa rosa,
tan inicua como la televisión basura, fotografías de un
supuesto famoso con un nuevo amor, estando todavía en trance
de separación del anterior, pueden significar 600.000
dólares.
¿Y bien, no actúan libremente
los que venden su intimidad y los que la difunden? ¿No se
respetan los contratos y se paga lo pactado? ¿A qué viene el
rasgado de vestiduras?, preguntará cualquier líder de
opinión de nuevo cuño, ésos a los que el mundo que sufrimos
les parece el mejor de los mundos. La marcha hacia la
barbarie y la división de la humanidad en una inmensa
mayoría empobrecida e infeliz y una minoría obscenamente
rica y despilfarradora tiene que ver con prioridades, con
valores y de qué orden de valores partimos. Y un mundo en el
que todo se compra y se vende, un mundo regido por la
falacia de un ente intangible –el mercado- del que todo debe
formar parte, incluida la dignidad humana y la intimidad, es
un mundo que camina hacia su destrucción, lenta quizás, pero
segura.
Años atrás, distinguidos
cabecillas de la llamada Escuela de Chicago, aquel
contubernio puesto en marcha por personajes como Friedrich
von Hayek y su discípulo más aventajado Milton Friedman,
teorizaron sobre las discutibles propuestas de Adam Smith
llevándolas a su interpretación más extrema. El nuevo
becerro de oro era el mercado y todo debía formar parte de
él, incluido el comercio de órganos para trasplantes
quirúrgicos, la venta de armas sin limitaciones, la
educación, los medicamentos contra el sida... porque el
mercado, como Dios, es omnipresente y omnipotente. Con esa
teología del mercado, el dinero deja de ser un medio para
convertirse en un fin. ¿Cómo sorprenderse entonces de que la
intimidad y la dignidad se pongan en venta cuando lo que más
interesa -¿lo único?- es la cuenta de resultados?
Y una aclaración final. Más que
preocupación moral y ética al denunciar tanta
bazofia, subproducto neoliberal donde los haya, nos
mueve una exigencia estética.
Xavier Caño
CCS España
30 de agosto de 2004
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