"En el norte de Uganda se está produciendo un metódico y completo genocidio (...). Un pueblo, el Acholi, esta siendo sistemáticamente destruido- física, cultural, social y económicamente- ante los ojos de la comunidad internacional". Quien habla no es otro que Olara A. Otunnu, ex Representante de Naciones Unidas para la Infancia y los Conflictos Armados, ugandés y recientemente galardonado con el Premio Sidney a la Paz 2005. Fue en la entrega de este premio cuando lanzó este duro discurso, repetido después el pasado domingo ante las cámaras de la CNN. Nadie más apropiado para denunciar la indiferencia internacional ante lo que el vice Secretario de Naciones Unidas para Asuntos Humanitarios, Jan Egeland, calificó como la guerra olvidada por excelencia.

Al parecer, más de un millón de desplazados, varios miles de muertos, 30.000 niños reclutados y forzados a cometer atrocidades y la normalización de todo tipo de violaciones de derechos humanos durante 19 años no son suficientes para atraer la implicación de la comunidad internacional. Sólo los efectos regionales que el conflicto puede tener, especialmente en Sudán, han servido de resorte para movilizar ciertos recursos.

"Cuando el sol desaparece, empezamos a preocuparnos"

Gulu, Kitgum y Pader son las tres provincias del norte de Uganda conocidas como Acholiland, puesto que en sus tierras vive la mayor parte de la población de etnia Acholi, víctimas de la brutal política de terror del Ejército de Liberación del Señor (LRA, en sus siglas en inglés). El LRA ha convertido esta región en una pesadilla. Su líder es Joseph Kony, un iluminado que asegura que ha venido a la Tierra para imponer los diez mandamientos de la ley de dios. Por el momento, lo único que ha impuesto es algo bien parecido al juicio final.

Según la Oficina de Coordinación para Asuntos Humanitarios de Naciones Unidas (IRIN en inglés), más del 70 por ciento de la población del norte de Uganda vive en campos de refugiados, convertidos en verdaderas ciudades. Se trata de lugares míseros, en los que malvive una población desprovista de toda esperanza y atemorizada por la amenaza exterior, lugares donde el agua es escasa y la comida aún más, un infierno donde los abusos sexuales y la difusión del sida se disparan a índices alarmantes. Una situación en la que la política del gobierno, basada desde 1996 en los movimientos forzados y masivos de población hacia lugares "seguros", ha jugado un papel nefasto que no pocos analistas subrayan.

Pero si hay una situación especialmente cruel es la de los niños. Según Unicef, entre 20.000 y 30.000 menores de entre 8 y 16 años han sido reclutados por el LRA en los 20 años de conflicto. Los niños son secuestrados y obligados a cometer cualquier bestialidad, contra sus amigos, familiares o compañeros para inmunizarse ante la barbarie. Violaciones, torturas, mutilaciones, asesinatos, todo cabe en el catálogo de crueldad extrema del señor Kony y sus esbirros.

Un testimonio, de entre los recogidos por un estremecedor informe de la IRIN puede ilustrar el desastre: "Unos días después un comandante me llamó y me dijo que tenía una misión especial para mí. Llevaba un niño recién nacido. Puso el niño en un gran recipiente de madera que estaba siendo usado para moler el grano. Me dio un gran mortero y me ordenó que empezase a triturarlo. Tenía miedo de hacerlo, pero cumplí las órdenes. Sabía que sería asesinado si no lo hacía. Todos los chicos del grupo habían sido forzados a cosas similares. Conocía a la madre del recién nacido. Era una de las cautivas. Gritó cuando vio lo que estaba haciendo (...) Me dijeron que continuara machacándole hasta que estuvieron seguros de que estaba muerto". El niño que relata estos hechos es O.R y en la actualidad tiene 14 años.

El informe en el que están recogidos los testimonios de las víctimas, aquellos que han tenido la suerte de vivir para escapar y contarlo e intentar reinsertarse, se titula "Cuando el sol desaparece, empezamos a preocuparnos". La razón de semejante título es sencilla: de noche es cuando los niños son secuestrados y llevados con las huestes de Kony. Por eso miles de ellos abandonan cada día sus poblados para llegar a las grandes poblaciones y ciudades, relativamente más seguras. Son auténticas peregrinaciones cotidianas y multitudinarias. Sólo la ciudad norteña de Gulu recibe a 14.000 niños cada noche. Otros miles de adultos se unen a ellos. Se les conoce como "commuters", palabra utilizada en inglés para quienes repiten un trayecto diario para llegar al trabajo. El precio que tiene que pagar un país que ha sometido a varias generaciones de niños a semejante pesadilla es incalculable.


 

La amenaza regional de un conflicto subestimado

Los efectos de la indiferencia de la comunidad internacional ante lo que ocurre en el norte de Uganda se agravan cuando abordamos las implicaciones regionales de este conflicto. El LRA ha sido tradicionalmente subvencionado por el gobierno de Sudán quien, a su vez, está enfrentado a grupos del oeste y sur del país, que se resisten a aceptar su política de islamización y arabización. Sudán ha utilizado el LRA como medio de desestabilización en el sur de su propio país y como elemento de influencia en la soberanía de Uganda. Como señala Jonh Prendesrgast, en un artículo publicado el pasado mes de febrero por el Woodrow Wilson International Centre for Scholars, el único objetivo del gobierno de Jartún con esta estrategia es el de mantenerse en el poder a toda costa, incluyendo la inestabilidad de la región.

Ante esta situación, la diplomacia se presenta como un elemento fundamental para completar la necesaria aplicación de la fuerza. El problema radica en la falta de voluntad de unos y otros. Como apunta Prendesrgast, poco se puede esperar de Sudán, un régimen que, después de firmar un acuerdo de paz saludado por la comunidad internacional y apoyado por Estados Unidos, continúa con la violación sistemática de los derechos humanos: las milicias Janjaweed prosiguen su trabajo de destrucción y acoso de la población civil del sur de Sudán; desde septiembre el número de pueblos arrasados, asesinatos y violaciones ha vuelto a aumentar y la "limpieza" de grupos no árabes de la región de Darfur está casi completada. Con este panorama parece difícil que el régimen de Jartún se pueda convertir en un factor de paz en la región.

Poco menos se puede esperar de la implicación de la comunidad internacional, absolutamente esencial para conseguir la estabilidad en Uganda y, por extensión, en el resto de la región. En las últimas semanas se han dado pasos significativos. Es el caso de la orden de busca y captura dictada por el Tribunal Penal Internacional de la Haya contra el líder del LRA, Joseph Kony, su segundo, Vincent Otti, y otros tres jefes de la guerrilla. Al contrario que en Sudán o en la RDC, en Uganda no hay petróleo. Sin embargo, Estados Unidos y cualquier actor con intereses en la región ha de entender que sin Uganda no hay estabilidad. Pero, claro, quizá es eso lo que interesa.

 

Juan Carlos Galindo

Agencia de Información Solidaria

24 de noviembre de 2005
 

 

 

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