Porque una cosa es el islámico Al Qaeda y muy otra la
cristiana –o democristiana– Operación
Gladio que se llevó a cabo en Italia en
las décadas del ’70 y ’80. La palabra
“gladio” viene del latín “gladius”,
nombre de la espada de los gladiadores,
pero los integrantes de la operación
usaban más bien bombas que causaron la
muerte de no pocos civiles en Milán,
Brescia y otros puntos de la bota. Fue
–¿fue?– una red clandestina de
paramilitares dirigida por el general
Gerardo Serravalles que se encargaba de
los atentados sistemáticamente
atribuidos a las izquierdas del país en
general, y al Partido Comunista italiano
en particular. Las investigaciones de
los jueces Felice Casson y
Carlo Mastelloni obligaron
al eterno primer ministro democristiano
Giulio Andreotti a
revelar, el 27 de octubre de 1990, la
existencia de ese ejército clandestino y
paralelo. Sintetizó su origen con
brillante precisión.
“Después de la Segunda Guerra Mundial
–dijo Andreotti–, el temor al
expansionismo soviético y la
inferioridad de las fuerzas de la
OTAN (Organización del Tratado del
Atlántico Norte) respecto de las fuerzas
del Cominform llevaron a las naciones de
Europa Occidental a
abordar nuevas formas de defensa no
convencionales, creando en sus
territorios una red oculta de
resistencia destinada a actuar en el
caso de una ocupación enemiga mediante
la recolección de informaciones, el
sabotaje, la propaganda, la guerrilla.”
El entonces premier italiano –de quien
se dijo que tenía la conciencia limpia
porque nunca la usaba– dejó no pocos
detalles en el tintero: por ejemplo, que
la embajada de EE.UU. en Roma
financiaba regularmente a grupos
terroristas de ultraderecha. La Casa
Blanca quería impedir a toda costa que
el Partido Comunista –el más poderoso de
Occidente– tomara las riendas del
gobierno.
Algunas de esas estructuras clandestinas
de la OTAN no esperaron una
invasión soviética para operar. En
varios países europeos –no en todos–
organizaron atentados de los que
culpaban a las izquierdas respectivas
para desacreditarlas. Daniele
Ganser, investigador y profesor de
historia contemporánea en la Universidad
de Basilea, llega en su libro Nato’s
Secret Armies: Terrorism in Western
Europe (Frank Cass, ed., 2005) a la
siguiente conclusión: a lo largo del
último medio siglo, la CIA ha
equipado, financiado y entrenado a estos
paramilitares europeos –en coordinación
con el Servicio Secreto británico M16–
que insistirían en la estrategia de
tensión ahora para sembrar el temor al
islamismo y justificar las guerras por
el petróleo. Se trata, en suma, de
influir en las sociedades y gobiernos de
países europeos y esto entraña la muerte
de civiles. Pero quién se fija en unos
“daños colaterales” más.
El Comité Clandestino de la Unión
Occidental (CCWU, por sus siglas
en inglés), establecido en 1948, fue el
primer organismo coordinador de Gladio.
Al crearse la OTAN en 1949, el
CCWU se integró al Comité
Clandestino de Planificación (CPC,
por sus siglas en inglés) que se instaló
en 1951 bajo la supervisión del mando
aliado supremo en Europa. Pero
las actividades tipo Gladio no se
limitaron al Viejo Continente durante la
Guerra Fría, hoy en su segunda etapa. Se
ha probado que los atentados terroristas
de 1953 en Irán fueron orquestados por
agentes provocadores al servicio de la
CIA (Agencia Central de
Inteligencia por su sigla en Inglés) y el
M16. Los comunistas
iraníes fueron acusados del crimen.
Agentes del Mossad israelí perpetraron
los bombazos de 1954 en Egipto.
Se atribuyó su autoría a grupos
musulmanes. Como es sabido, el buen
ejemplo cunde y son en este contexto
inquietantes las declaraciones de
Zbigniew Brzezinski ante el
Comité de Relaciones Exteriores del
Senado estadounidense, el ex asesor de
seguridad nacional de Carter y de
Bush padre anticipó la
posibilidad de autoatentado terrorista
en territorio de EE.UU. “del que
se culparía a Irán y esto culminaría con
una acción militar norteamericana
‘defensiva’ contra Irán” (véase
Página/12, 11-2-07).
Los fines declarados de la OTAN
eran la defensa de los aliados de
EE.UU. en territorio europeo. Esa
doctrina ha cambiado. La OTAN
extendió sus operaciones a Afganistán
y la admisión de ex repúblicas
soviéticas en la organización –Polonia,
Rumania, Hungría, entre otras–
no es inocente: permite la instalación
de más bases, sistemas de defensa y de
misiles que cercan a Rusia y
acercan los posibles objetivos militares
en los países petroleros de Medio
Oriente y Asia Central. A
quien dude de que la “guerra
antiterrorista” encubre la lucha por el
control norteamericano del oro negro del
planeta, tal vez interese la lectura de
la doctrina sobre escenarios de guerra
que el mando central de las fuerzas
militares de EE.UU. (Uscentcom,
por sus siglas en inglés) formulara en
1995 bajo el gobierno de Clinton.
Propone invadir a Irak y luego a
Irán con un propósito muy claro:
“Proteger los intereses vitales de
EE.UU. en la región, un acceso
seguro y sin interrupciones de EE.UU./Aliados
al petróleo del Golfo” (www.milnet.com/milnet/pentagon/centcom/chap1).
Hace doce años que Irán está en la mira.
Sólo falta un pretexto para atacarlo.
¿Será el autoatentado que hipotizó Zbigniew
Brzezinski?
Juan Gelman
Página 12
2 de marzo de 2007
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