El nuevo
presidente -el número 44- es un
mulato. Un mulato en un país con
mayoría de población blanca, donde
hasta hace poco más de 50
años en la mitad de sus estados se
prohibía el casamiento entre personas
blancas y negras.
Perdió McCain, cuyo
tatarabuelo era dueño de una
plantación con 120 esclavos en
Misisipi.
Perdió el Partido Republicano, el de
Lincoln, que impulsó una
guerra civil para acabar con la
esclavitud. Ganó el Partido
Demócrata, el de los racistas del
Sur y enemigos de los derechos de
los negros en sus inicios.
Obama ganó con el voto de las
mujeres, que hasta 1920
eran consideradas sólo con capacidad
de decidir en el espacio de la
cocina.
La abolición de la esclavitud en
Estados Unidos tiene 143 años,
y hasta 1964 los negros no podían
votar, porque eran
considerados bestias de carga,
hombres y mujeres sin cerebro.
Los hispanos, las mujeres, los
jóvenes en su gran mayoría votaron
por Barack Obama. ¿Quién
puede negar que este pueblo no votó
por un cambio?
Esperamos que a Obama no se
lo recuerde solamente por ser el
primer afrodescendiente en llegar a
la Presidencia de Estados Unidos.
Si esto ocurre, sería apenas una anécdota y una oportunidad
histórica desperdiciada.