Según informó el periodista chileno Jacmel Cuevas, el
tesón de Joan Turner, viuda
de Víctor Jara, y de sus
hijas, logró que la investigación
judicial individualizara a los
asesinos del cantautor.
Las confesiones de los involucrados, entre ellas la de un
conscripto que participó
directamente en el crimen, han
permitido conocer hasta en sus
detalles la crueldad de los
militares.
Para asesinarlo, un subteniente jugó a la ruleta rusa hasta
que le descerrajó un tiro en la
cabeza.
Después, ordenaron acribillar su cuerpo, en un camarín
subterráneo del Estadio Nacional de
Chile. Junto al artista fueron acribilladas 15 personas.
El caos, la incertidumbre y el miedo que dominaron Chile
después del golpe militar de 1973,
al principio consolidaron la
sensación de que el asesinato de
Víctor Jara seguiría siendo un
enigma.
El juez, Juan Eduardo Fuentes, había cerrado el caso
con un solo procesado: el comandante
(r) César Martínez Bravo,
jefe del Campo de Prisioneros que se
instaló en el Estadio Nacional de
Chile a partir del golpe de
Estado de septiembre de 1973.
El doctor Nelson Caucoto, abogado de la familia
Jara-Turner, informó que se
habían recibido testimonios que
permitirían aclarar hasta los
detalles del asesinato, por lo cual
el juez Fuentes reabrió el
caso.
Después del bombardeo a La Moneda (el palacio presidencial de
Chile) y de la muerte de
Salvador Allende, en protesta,
los estudiantes ocuparon la
Universidad Técnica del Estado, pero
por carecer de armas no pudieron
resistir la entrada de los militares
y fueron desalojados con violencia.
Entre los docentes que resistieron junto a los estudiantes
estuvo Víctor Jara, profesor
en esa casa de estudios. El
procedimiento fue dirigido por el
capitán Marcelo Moren Brito,
que luego sería uno de los agentes
más temidos de la Dirección Nacional
de Inteligencia (DINA, según
la sigla de triste memoria).
Después de controlar el funeral de Salvador Allende,
el comandante César Manríquez
fue encargado por el general
Arturo Viveros de organizar el
recinto de detención en el Estadio
Nacional de Chile.
A la mañana siguiente (el 12 de septiembre) Manríquez
se constituyó en el lugar, al que
poco después comenzaron a llegar
miles de detenidos en vehículos de
transporte colectivo y camiones del
Ejército.
Según declaraciones del propio Manríquez, lo ocurrido
en el recinto deportivo era
realmente dantesco. De acuerdo a sus
cálculos los prisioneros eran 5.600,
lo que le permitió “explicar”
procedimientos para amedrentar a los
detenidos.
Uno de ellos consistió en colocar dos ametralladoras en los
balcones del edificio, a las que
publicitó por los parlantes
informando que eran las “sierras de
Hitler”, por su capacidad de
partir a una persona en dos con una
ráfaga.
Los primeros días del encierro en ese lugar fueron caóticos.
Se reventaron caños del
alcantarillado, lo que generó
problemas de insalubridad. La
escasez de comida, aún para los
militares, hizo que éstos saquearan
negocios próximos al Estadio.
Según el capitán David González Todo, encargado de
Abastecimientos, recién al cuarto
día (el 16 de septiembre) se
recibieron algunas raciones para los
soldados.
Desde el día 12, miembros de los servicios de Inteligencia de
las Fuerzas Armadas comenzaron los
interrogatorios. Llenaban fichas en las que se dejaba constancia de todos los
datos sobre el prisionero, y
especialmente si era “marxista o
comunista”.
Debía quedar constancia además, si a juicio del interrogador
el preso debía ser sometido a
Consejo de Guerra.
En los traslados de prisioneros al Estadio se produjeron
muchos hechos de violencia. Por lo
menos tres personas murieron. Una
persona pequeña y delgada, que
muchos confundieron con un niño, en
un acto de desesperación se lanzó
sobre un conscripto quien reaccionó
ametrallándolo. Según testimonios, el comandante Manríquez felicitó al
soldado por su heroica labor.
Otro prisionero se arrojó del segundo piso gritando: ¡Viva
Allende!, y un hombre joven fue
asesinado a golpes de culata en su
cabeza por haberse negado a cumplir
órdenes de los militares.
Eduardo Paredes,
director de Investigaciones, se
encontraba de guardia en el
subterráneo del Estadio cuando
observó el ingreso de unos 15
detenidos, entre los cuales
reconoció a Víctor Jara. Fue
testigo, además, del momento en el
cual el mencionado subteniente
comenzó a jugar a la ruleta rusa con
un revólver apoyado en la sien de
Jara, hasta que una bala lo
mató.
El subteniente, complementando la acción, le dio orden a
Paredes y a los otros
conscriptos de que descargaran sus
fusiles sobre el cuerpo del artista.
La orden se cumplió. Y según el
protocolo de la autopsia el cuerpo
de Víctor Jara tenía
aproximadamente 44 heridas de bala
en su cuerpo.
Otros 15 detenidos fueron acribillados con fusiles manejados
por los propios conscriptos y
oficiales, y todos los cuerpos
fueron abandonados en la vía
pública.
Según testimonios de otros prisioneros, antes de ser
asesinado Víctor Jara fue
torturado, y a golpes de culata, los
militares le habían fracturado las
manos.
A pesar de las pistas concretas aportadas no se ha llegado a
determinar con exactitud a todos los
responsables, algunas de cuyas
identidades permanecen bajo el pacto
de secreto mantenido por el reducido
grupo de oficiales y conscriptos que
se encargaron de interrogar a los
detenidos en los subterráneos del
Estadio de Santiago.