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Quizá las nuevas
generaciones no recuerden o
no conozcan de manera
suficiente a Vivián Trías.
Pero quienes leyeron o lean
alguno de sus escritos o
asistieron a una de sus
clases no lo olvidarán
nunca. |
Trías
enseñaba siempre: en el aula, en sus
libros, hasta en las charlas de café, y
lo hacía con naturalidad, sin énfasis
profesoral.
Anatole France
observaba que los alumnos se equivocan
pocas veces en el juicio sobre sus
profesores.
Y todos los alumnos de Trías, los integrantes de las
generaciones conmovidas por su
trayectoria fulgurante, lo recordamos
como el mejor, el más lúcido y capaz. El
más brillante de su generación y el más
entrañable amigo de todos.
Su condición esencial, espontánea, sin proponérsela, fue la
de maestro. Esa virtud natural, fruto de
su inteligencia y de su bondad,
concretó, en él, el concepto más alto de
la palabra “compañero”.
En el prólogo a “La Crisis del Imperio”, una de las obras de
Vivián Trías que permanecerá para
siempre, Eduardo Galeano observa
que pocos creyeron, como Vivián,
“en esta tierra libre a cuyas raíces
llegó, para adivinar nuestro destino”.
Él desentrañó las claves del terruño,
develó las de la Patria Grande
Latinoamericana, denunció la explotación
capitalista, la acción imperial que es
su consecuencia ineludible, y la
rebelión de las orillas. En otras
palabras: analizó, con lucidez
excepcional, los mecanismos de
explotación imperialista. Enseñó que el
capitalismo no ha conocido ninguna forma
de existencia capaz de prescindir de la
explotación y la expansión colonial.
Siempre ha sido colonialista, aunque sus
procedimientos varíen según las épocas y
etapas del sistema.
En una primera fase el capital fue comercial. Luego comercial
y financiero. A la etapa inicial, la del
capitalismo mercantilista, corresponde
el tipo de imperio colonial que registra
la historia en los siglos XVI, XVII y
XVIII. El terreno primero, clásico, de
esa etapa, fue la Revolución Industrial,
que avanzó con el desarrollo del
maquinismo, y creó el proletariado, que
fue el principal producto de esa
revolución.
Trías
explica en su “Historia del Imperialismo
Norteamericano” las fases que han
atravesado las grandes potencias, y las
analiza en sus caracteres específicos,
particulares, desde su alumbramiento.
Demuestra cómo nuestro tiempo discurre en dos planos
distintos: uno, escenario de los
procesos históricos medulares, que son
los centros imperialistas, que
monopolizan la iniciativa, que hacen la
historia. Y otro, sin el cual esos
centros no pueden subsistir, que son las
dilatadas orillas donde la historia no
se hace sino que se padece. Donde los
acontecimientos tienen carácter de
resonancia, de reflejos, de epifenómenos
de los centros de civilización.
Trías
hizo la radiografía del imperialismo.
Analizó su nacimiento y desarrollo, y
mostró la realidad de nuestros días; lo
que llamó la civilización de las dos
caras. Una, brillante, próspera, rica,
gozosa por el disfrute de infinitos
privilegios, que es la cara de las
metrópolis imperialistas. Otra, que está
en la contracara de esos excesos y
derroches; que es su contrapartida
miserable, sometida y humillada de los
pueblos coloniales y semicoloniales en
los que se hacinan los dos tercios de la
humanidad y sus harapos, sus hambres y
dolores, que nutren el fulgor de la
civilización industrial de Occidente.
Trías
revela cómo funciona esa estructura del
mundo en la que el sufrimiento de los
más nutre la dicha de los menos.
Esa realidad no gana la primera plana de los medios de
comunicación. Un accidente de aviación,
la caída de un Jumbo, puede merecer
destaque en todo su horror. Pero cada
año mueren 40 millones de personas como
consecuencia del hambre o de
enfermedades curables directamente
relacionadas con el hambre y la
desnutrición; una cifra equivalente a
más de 300 accidentes de Jumbo por día,
durante todos los días del año. Un
crimen que ni siquiera se tiene presente
cuando se analizan las realidades del
mundo actual.
En el capitalismo, analiza Trías, pobreza y riqueza
son términos de una misma función
económica: la que determina la
prosperidad de las metrópolis, donde,
por contraste, las estadísticas muestran
las enfermedades causadas por el exceso
de comida, y la explotación de las
colonias, que son zonas geográficas del
hambre.
Los mecanismos que crean esa realidad no suelen ser
explicados con frecuencia. En nuestro
medio, Trías fue el primero que
detalló esa suerte de ortopedia maldita
que deforma las economías de
Latinoamérica y del llamado Tercer Mundo
en beneficio del imperialismo
estadounidense. Él analizó los
entretelones de una política que
gestionan, ante los gobiernos de
nuestros países, los delegados y
veedores de organismos como el Banco
Mundial, el Fondo Monetario
Internacional y el Banco
Internacional de Reconstrucción y
Fomento, gestores del interés
ajeno, instrumentos que venden los
versos de la receta económica que
organiza a las orillas del mundo en
beneficio de los centros imperialistas.
Trías
reveló, por ejemplo, cómo mediante
empréstitos se nos venden recetas para
que abramos nuestras economías a la
expoliación, porque la mal llamada
libertad de comercio, la libre empresa,
no es más que la libertad del zorro en
el gallinero. Documenta, además, cómo
los propagandistas de la libre empresa (Inglaterra
primero, Estados Unidos después)
practicaron y practican el
proteccionismo, y por momentos hasta un
proteccionismo agresivo y violento.
Pero no sólo explica el proceso imperialista en el plano
mundial; analiza esa acción en nuestra
propia tierra.
En años en los que resultaba fácil y políticamente cómodo
observar los atropellos del imperialismo
en el Caribe o en otras latitudes,
Trías desentraña y denuncia su
accionar en Uruguay. Denuncia las
raíces y lazos de la dependencia, el
saqueo llevado a cabo por los
frigoríficos extranjeros, los grupos
financieros acopiadores de trigo y
cereales, las contradicciones que minan
y frustran el desarrollo de una
verdadera industria siderúrgica en el
país, el Tratado Militar con Estados
Unidos, los préstamos y cómo la
rosca bancaria traba el desarrollo
nacional.
Por los años 50 se había registrado un avance en la
conciencia antiimperialista del pueblo
uruguayo. La invasión yanqui a
Guatemala, los hechos que siguieron
a la nacionalización del canal de
Suez, la lucha por la independencia
de Argelia, habían sensibilizado
la opinión. Trías, que trabajó
hondamente en el análisis de esos
hechos, planteó que ellos tienen un
rasgo común: son ajenos de algún modo a
nuestra realidad intrínseca; han
ocurrido en oras tierras, aunque el
drama guatemalteco incida directamente
en nuestra realidad continental; y
plantea: ¿es que Uruguay, nación
dependiente, escapa a la explotación
económica?
En respuesta a esa pregunta desenmascaró la acción
imperialista en estas tierras.
Luchó, además, por la integración latinoamericana;
integración en beneficio de los pueblos,
distinguiéndola de la integración en
beneficio de los consorcios
internacionales.
Sus análisis, sus libros, toda su prédica, tiene plena
vigencia y fortalecen la esperanza.