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El
rito se repite. El tira y afloja por el alza salarial es
periódico. Para los unos, los empleadores, siempre les
es difícil aceptar un incremento. Sus argumentos son
conocidos. Que las condiciones de la economía no lo
permiten. Que perderían competitividad. Que un salario
más alto provoca un mayor desempleo o una mayor
informalidad.
Por el otro lado los
dirigentes sindicales buscan un alza que les permita comprar
la canasta básica familiar, para terminar aceptando un
aumento que apenas cubre el deterioro del ingreso por efecto
de la inflación y en no pocas ocasiones aún menos. Y como
con frecuencia no hay acuerdo entre las partes, el ministro
del Trabajo define el incremento apegado a parámetros
legales, que, al inicio del 2006, apenas permitiría un alza
de 6 dólares mensuales.
A noviembre del 2005, el costo de la canasta familiar básica
fue de 433,77 dólares, mientras que el ingreso mínimo
mensual de una familia de cuatro miembros con 1,6
perceptores alcanzó los 280 dólares. Esto implica una
restricción de 155,77 dólares, es decir del 36% del valor de
la canasta. Si se considera sólo los 150 dólares mensuales
del salario mínimo vital, el déficit se acerca a las dos
terceras partes.
Hay que recordar que la cobertura de los salarios en
relación a la canasta básica experimenta un estancamiento
desde el 2004. Esto eleva la precariedad de amplios sectores
de la sociedad y demuestra que la política salarial ocupa el
último puesto del alfabeto de la política económica. Tan es
así, que la determinación de los salarios es tarea del
Ministerio de Trabajo, al que tradicionalmente se le da poca
relevancia política y que, por eso, tiene un presupuesto
minúsculo. Pero más que eso, es notoria la falta de
comprensión del tema salarial.
La tacañería compite con la miopía del sector empresarial.
Los empresarios han asumido como un dogma aquellos mensajes
que cuestionan los incrementos salariales. Cuando en
realidad, como lo demuestran cada vez más estudios, los
bajos niveles salariales se correlacionan con elevados
niveles de desocupación. Una dinámica política salarial,
integrada en una política económica que tenga presente que
"todo comienza y termina en la gente" -como escribió Diego
Borja, flamante ministro de Economía, el cuarto con que
concluyó el año 2005-, mejora las condiciones de vida de la
población, reduce la pobreza, reactiva la demanda y potencia
la productividad de las empresas, generando condiciones
adecuadas para la generación de empleo.
No se sostiene el argumento de
que -considerando el creciente peso de la informalidad- son
pocas las personas que se benefician con mayores salarios,
pues, en realidad, los sectores marginados obtienen ventajas
de un mayor poder adquisitivo de los trabajadores, en tanto
éstos demandan gran cantidad de bienes y servicios ofertados
por el sector informal. Tampoco es sostenible depredar más
los salarios para buscar mejoras en la competitividad,
cuando en realidad lo que pesa en demasía en los costos de
producción, entre otros factores, son las elevadas tasas de
interés. Si los salarios siguen deteriorándose, la economía
no logrará incrementos efectivos en su competitividad y la
sociedad seguirá lejos del equilibrio macrosocial,
indispensable para su desarrollo.
Alberto Acosta
Convenio La Insignia / Rel-UITA
4 enero del 2006.
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