España
Lo hacen por nosotros
La desaparición de las cajeras |
Hace apenas
unos días se han inaugurado en un hipermercado de Madrid,
con gran eco mediático, cajas de cobro automático. O lo que
es lo mismo, cajas sin cajera. Se trata, en realidad, de un
ordenador de pantalla táctil que, siguiendo la lógica del
"hágalo usted mismo", lee el código de barras de cada
producto que hayamos elegido, calcula su peso, realiza la
suma total del valor de la compra, cobra y da el cambio.
Seguro que también da los buenos días y las gracias y a los
fumadores nos enciende el cigarrillo. Puede incluso que a
quienes paguen con tarjeta les salude por su nombre de pila,
archivado en la banda magnética, al mismo tiempo que los
sablea con una sonrisa electrónica. En definitiva, y según
los responsables de la empresa, estas máquinas suponen todo
un avance en la permanente búsqueda de ideas orientadas a
mejorar el servicio que le ofrecen a sus clientes. Eso sí,
lo de calcular el peso sirve en realidad para asegurarse de
que nadie robe, que la tecnología también puede luchar
contra los cacos. Esta es la mejor. Teóricamente, a medida
que se pasan los productos, la máquina va calculando lo que
tienen que pesar las bolsas, situadas sobre una balanza
electrónica. Si el peso final de las bolsas no coincide con
el de los productos marcados, nos dicen que un "asesor"
vendrá a informarnos del modo correcto de uso de la
tecnología. Buena prostitución del lenguaje para terminar la
explicación.
Primero se cargan a las cajeras de toda la vida, que tendrán
que buscarse otro modo de pagar la hipoteca del piso o la
letra del coche, y además convierten a los vigilantes en
"asesores" para no herir en ningún momento la sensibilidad
de quien sólo puede ser féliz en un mundo en el que, como no
existen los problemas, nadie roba y nadie vigila. Sólo
existen las equivocaciones y los amables empleados que las
resuelven. Es probable que, con el paso del tiempo, estos
asesores que ahora velan por la seguridad de los
supermercados y que a partir de ahora lidiarán con las
máquinas de cobro automático, se conviertan en "asesores
tecnológicos bilingües" y también sean responsables de su
mantenimiento. Lo de bilingües se debe a que, como las
máquinas están en castellano e inglés, será necesario que
hablen idiomas para comprenderlas y al mismo tiempo que
tengan estudios para repararlas. Tiempo al tiempo. Que la
Universidad no ofrece muchas salidas más y las que ofrece
cada vez son menos interesantes.
Perdonen que me ría. Y no es para no llorar que me río. Me
río para no armarme con un martillo y salir corriendo a
reventarlas a golpes, a ver qué pasa. Me dirían, si lo hago,
que soy un violento, un paria de la democracia, un
inadaptado que no acepta el progreso. Antes existían los
anarquistas expropiadores. Ahora quienes ocupan su lugar en
el imaginario de los "desviados" de cada generación son "los
violentos", que actúan sin motivos, movidos por algún tipo
de desarreglo mental, según la corriente ideológica
dominante. En todo caso, tanto antes como ahora, quien se
preocupa de dar un paso hacia delante para desenmascarar la
mentira no está más que condenado al fracaso, la
incomprensión y la criminalización. De hacerlo (romper las
máquinas a martillazos) se trataría únicamente de restituir
una mínima sensación de justicia, seguramente comprendida
por todas las mujeres que engrosarán las filas del paro en
cuanto las máquinas sean aceptadas por los clientes. Podría
sumársele, si fuese necesario y para llegar a cierto
público, la distribución previa de folletos explicando las
verdades del movimiento de los ludditas (obreros ingleses
que atacaban, en el siglo XIX a las máquinas que les
quitaban el trabajo) y un llamamiento a la población para
que se sumase a próximas acciones, que habría catálogo de
máquinas por destruir. Podría, podría, podríamos hacer
tantas cosas que no hacemos por más que sabemos que ningún
motivo realmente digno nos impide a dar el paso...
Teóricamente la aparición de estas cajas automáticas
agilizará el pago de la compra y descongestionará las colas.
Al menos eso es lo que dice una joven que aparece en los
telediarios como portavoz de la empresa. De verdad que, o me
hago el tonto sólo para escribir este artículo o a mí me lo
tienen que explicar para que lo entienda. ¿Por qué es más
rápido que yo rebusque el código de barras de cada envase,
lo encaje en el lector de la máquina, busque billetes y
monedas para introducir por las ranuras de pago y al mismo
tiempo empaquete las bolsas? ¿No se trata, en realidad, de
lo mismo que hacen las cajeras en la actualidad? Agarran los
productos, los pasan por un lector óptico, aprietan una
tecla que suma el importe total y cobran. Incluso cuando
algo falla, como seres humanos que son, tienen la capacidad
de preguntarle a una compañera o compañero: ¿a cuanto está
la leche, que no me lo lee la máquina? Y su compañero le
dice: a 0,65 euros. Y todos tan felices. Y lo más
importante. Se ganan la vida haciendo eso. Viven de cobrarle
a la gente en los supermercados. Alimentan a sus hijos, se
visten, ríen, duermen, tienen una casa y pagan el recibo del
teléfono trabajando. Por si alguien se le olvidaba. Y dentro
de poco, a este colectivo social tan nuestro, tan de toda la
vida, ya no le quedarán más modos de ganarse el pan que
salir una vez más a la calle a buscar trabajo, algún nuevo
trabajo más precario y menos motivante aún que el que hasta
ahora les ocupaba. Y trabajarán más tiempo por menos dinero.
Y en peores condiciones. Pero nadie dirá nada. Como nadie
dice nunca nada.
Pero las empresas dicen que lo hacen por nosotros.
Deberíamos estar tan contentos por la aparición de estas
máquinas en los supermercados que los comentarios que pueden
ocurrírsele a cualquiera ante tan innovadora propuesta
tecnológica no pueden ser más que producto de mentes
perversas, antimodernas y aburridas. Nos ponemos la gasolina
del coche nosotros mismos. Compramos las entradas del cine y
las de los espectáculos de cualquier tipo a través de
internet, resolvemos nuestras dudas respecto a los servicios
telefónicos a través de números en los que ya sólo responde
una máquina y sacamos los billetes de metro a través de un
ingenio que reposa contra la pared y tampoco cobra un
sueldo. Las máquinas de cobro automático sirven para
precarizar el trabajo de los precarios. Para asfixiar aún
más a los de abajo. Para dejar sin trabajo, en nombre de la
minimización de costes, a quien realiza tareas mecánicas y
repetitivas de baja cualificación como cobrar en un
supermercado, vender billetes de metro o entradas para el
cine. Son el fruto del I+D (Investigación y el Desarrollo)
del que hablan nuestros políticos, alimentan el mito del
incremento de la productividad con el que pretenden
engañarnos y dejan finalmente a mucha gente sin trabajo para
que se enriquezcan un poquito más los de siempre. Punto. Es
así de simple. No podremos hacer nada. Nada concreto. Pero
sí podemos expresar que no nos creemos nada de lo que nos
cuentan. Eso sí, podemos seguir gritándolo. Y cuando las
empresas nos digan que hacen lo que hacen por nosotros,
tenemos que reírnos en su cara, como poco. Por ahora podemos
reírnos, que es gratis y puede hacerse en solitario. Luego
ya veremos qué es lo que se nos ocurre.
Alberto Arce
Convenio Rel-UITA / La Insignia
30 de setiembre de 2004
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