En
los últimos treinta años, la participación de los
trabajadores europeos en la riqueza producida se redujo del
70 al 58 por ciento, según datos de la Comisión Europea.
Así, los asalariados, autónomos y profesionales de ese
continente reciben una porción cada vez menor de la
producción.
En España la participación es menor, del 54,5 por
ciento. Y con porcentajes inferiores al de la península se
ubican Italia, Luxemburgo, Irlanda y
Finlandia. El informe destaca también que este descenso
de la participación en el ingreso en las últimas tres
décadas se repite en otras grandes economías del mundo: en
Japón y en Estados Unidos, ahora apenas supera
el 60%.
La contracara de este declive social es el mayor ingreso de
las empresas, que han visto multiplicar sus ganancias en
detrimento de los asalariados. Esto significa que el nivel
de vida de los trabajadores no acompaña el progreso
experimentado en este último tiempo analizado.
Lo sugestivo es que todo esto se produjo en un período de
crecimiento de la economía global, de avances tecnológicos
sin precedentes, de fuerte desregulación económica y de
globalización financiera. Los expertos del viejo continente
explican, en parte, esta declinación de los ingresos por la
globalización, que incluye la competencia de países con
salarios mucho más bajos y con precariedad laboral
doméstica.
No dejan de aludir, también, al "progreso tecnológico", que
ha desplazado la tarea del hombre, cuando no la anuló. La
conveniencia o fracaso de la introducción de robots en las
líneas de producción sigue ganando los debates académicos
El informe evidencia que España continúa a la cabeza
de la precariedad laboral, sobre todo entre los jóvenes. Más
del 45 por ciento de los trabajadores españoles entre 25 y
29 años tienen tan sólo un "contrato temporal". Representan
el doble que la media europea. La precariedad abarca otros
elementos relacionados con las condiciones de trabajo:
relaciones jerárquicas abusivas; ausencia de expectativas de
continuidad o de ingreso cumpliendo con las formas; mayor
cantidad de accidentes y salarios en baja.
Además detalla la existencia de amplias franjas de trabajos
precarios, del mismo modo, en Portugal y en
Polonia. En cuanto a los jóvenes de entre 16 y 24 años,
en Polonia y en España dos de cada tres de
ellos, alrededor del 66 por ciento del total, tienen un
contrato de duración determinada.
Los que admiten el esquema de precariedad, políticos,
funcionarios y burócratas de la Comunidad Europea,
consideran que las formas de trabajo más flexibles son
vitales para poder afrontar "los efectos de la
mundialización y el envejecimiento de la población".
Además, existe una persistente tendencia inflacionaria que,
es sabido, erosiona con más fuerza los ingresos de los
asalariados. Un buen número de trabajadores y de
profesionales de clase media corren el riesgo de perder su
vivienda por el encarecimiento de las cuotas de las
hipotecas.
El debate sobre la distribución del ingreso tiene, por lo
que está pasando, una dimensión internacional. Porque los
modelos donde suelen compararse los países latinoamericanos
muestran sus flaquezas, atraviesan los mismos problemas
clave (la precariedad laboral, por ejemplo). Y hasta en
cierto punto los europeos se están latinoamericanizando, a
juzgar por los nuevos guarismos de participación.
La Argentina
no está exenta de estos dilemas. Por el contrario los tiene,
los carga e incluso se producen más agravados que en otras
regiones del mundo. Con una cuarta parte de la población que
vive por debajo de la línea de pobreza y con un alto
porcentaje de trabajo no registrado ("en negro"), a pesar
del crecimiento económico de los últimos años.
Daniel
Muchnik
Clarín
6 de
diciembre de 2007
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