25 de noviembre, Día Internacional para la
Eliminación de la Violencia contra las Mujeres
La
mujer nicaragüense supera el miedo
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La historia de
violencia sufrida por Aurelita, con 3 hijos y apenas 26
años, comenzó cuando siendo niña recibió maltrato físico y
psicológico por parte de sus padres. Siendo muy joven se fue
de casa para escapar de la situación que vivía en el hogar,
pero su matrimonio fue aún peor. Harta de palizas y de los
abusos sexuales a las que éste le sometió durante diez años
dejó a su marido.
Ahora sufre el ostracismo de sus vecinos por denunciar a uno
de ellos que abusó de su hija de cuatro años. "Me amenazan
con quemar mi casa si el hombre acaba en la cárcel. Por las
noches lloro, tiemblo y tengo pesadillas, pero animo a las
mujeres a que tengan valor y denuncien", afirma con valor.
El caso de Aurelita no constituye un hecho aislado. Según la
encuesta de demografía y salud realizada por el Instituto
Nicaragüense de Estadísticas y Censos en 1998, en Nicaragua
una de cada tres mujeres casadas sufre o ha sufrido abuso
sexual o físico alguna vez y el 33% de las mujeres víctimas
de abuso sexual o físico estaba embarazada en el momento del
acto de violencia.
De acuerdo a los datos de la Policía Nacional nicaragüense,
en 2003 más de 51.000 mujeres y niñas nicaragüenses fueron
víctimas de violencia intrafamiliar y abusos sexuales
cometidos en su mayoría por padres, padrastros o cónyuges.
Este dato contrasta con las 50.088 denuncias presentadas en
España con ocho veces más población. Sólo en 2004, se
notificaron 50 mujeres muertas a manos de sus compañeros
sentimentales, siendo siete de ellas niñas menores de 15
años.
Además, la violencia de género también tiene consecuencias
económicas. Para las mujeres que la sufren significa miedo,
depresión y pérdida de la autoestima. Para la sociedad, en
tanto, la violencia contra las mujeres compromete recursos
destinables a otros fines. Así lo demuestra un estudio del
Banco Interamericano de Desarrollo (BID) que estimó en 1996
que la violencia doméstica reducía los ingresos de las
mujeres nicaragüenses en 29,5 millones de dólares (1,6% del
PIB) debido a las lesiones que sufrían a manos de su pareja.
El propio estudio del BID mostraba que, en Managua, el 63%
los hijos de familias con violencia intrafamiliar repetía
años escolares y, en promedio, abandonaba la escuela en el
noveno año, frente a una escolaridad de doce años de los
hijos de mujeres que no sufrían maltrato.
Un problema
público
Antes, la violencia era concebida como un asunto privado
dentro de las familias. La dependencia económica y
emocional, la vergüenza, el miedo, el desconocimiento de sus
derechos y de los recursos existentes o la propia
desconfianza en la justicia eran algunas de las barreras que
impedían que las mujeres se atrevieran a denunciar su
situación.
En la actualidad y gracias al esfuerzo y al activismo de
mujeres a nivel mundial, la misma ha llegado a considerarse
como un problema de salud pública de gran envergadura, así
como un problema de derechos humanos, en el cual, los
gobiernos tienen la obligación y el derecho a intervenir. A
este esfuerzo contribuyen organizaciones como Fundemuni y
Ayuda en Acción Nicaragua que trabajan conjuntamente en el
departamento de Nueva Segovia.
En colaboración con esta organización local, Ayuda en Acción
impulsa un programa para la atención psico-social y legal a
mujeres y niños víctimas de violencia intrafamiliar y
sexual. Dentro de este programa promovemos la formación de
grupos de autoayuda y facilitamos el acompañamiento a las
personas víctimas de malos tratos a las instancias
pertinentes para ejercer la defensa de sus derechos como
establece el nuevo Código Procesal Penal nicaragüense. Para
ello, se realizan consultas y evaluaciones de las lesiones
sufridas por víctimas de violencia doméstica para
facilitarles el acceso a la justicia.
“La policía dice que somos su mano derecha porque recogemos
pruebas para llevarlas a juicio”, comenta Yorlin Zelaya,
trabajadora social de Fundemuni. Sin embargo existen otros
obstáculos como los jurados de conciencia, “Estos tribunales
populares –afirma Yorlin– están formados por miembros de las
propias comunidades, que suelen fallar en favor del agresor
ya que lo conocen; además, las leyes de protección como el
alojamiento son difíciles de dictar porque, al fin y al
cabo, los jueces son hombres”.
Por eso, otro de los aspectos contemplados en el programa es
todo el proceso de de formación jurídica. Esta formación se
dirige a sectores importantes de la población como son los
promotores de derechos humanos, los cuerpos de Seguridad del
Estado, las autoridades del Poder Judicial y los integrantes
de la Comisaría de la Mujer y la Niñez, una dependencia de
la policía especializada en la tramitación de este tipo de
casos.
El objetivo de este tipo de talleres es concienciar a
agentes claves en la defensa y el respeto de los derechos de
las mujeres así como difundir información sobre reglamentos
jurídicos y legales entre aquellos que tienen que hacer
cumplir la ley.
Es el caso del taller de Macuelizo. En la casa comunal se
reúnen veinte personas que escuchan atentamente las
explicaciones de la educadora de Fundemuni. El objetivo del
taller es eliminar la concepción de la violencia
intrafamiliar como un problema de las mujeres y que sólo
compete al ámbito familiar sino que es algo que incumbe a
toda la comunidad (policía, comité de desarrollo rural,
gobierno municipal, cooperativas…). Poco a poco lo está
consiguiendo como reconoce Doris Padilla, jueza asistente al
taller. “El primer cambio ya se ha producido y es que la
gente participa en estos talleres, expone su problema, eso
no es fácil y ya ocurre. Es el primer avance”.
El otro lado
del maltrato
Esos cambios tienen rostro y nombre como el de Francisco
Cáceres. Golpeado en su infancia, Francisco concebía la
violencia como algo natural y cotidiano en sus relaciones no
sólo con su mujer sino también con sus vecinos. ”Yo
maltrataba porque era lo que había aprendido en casa, pero
llegó Fundemuni a darnos charlas y me di cuenta de que el
fin de la violencia tenía que empezar por mi mismo. Ahora he
dejado de fumar y de beber y he aprendido que no es posible
vivir instalado en la cultura de la violencia", afirma
convencido.
Francisco se ha convertido en un ejemplo para otros hombres
y para la comunidad. Otro modelo de comportamiento y de
denuncia es Nubia una activa promotora de derechos humanos
de la comunidad de Quemazón que sufrió los golpes de su
pareja con tan solo quince años y que ahora organiza grupos
de autoayuda para mujeres víctimas de violencia.
Su ejemplo es determinante en el cambio de actitudes de los
hombres de la comunidad, poco a poco ella ha hecho que su
nuevo compañero respete sus decisiones, que comparta la
responsabilidad de los niños y que le cuente a otros hombres
su experiencia.
Guillermo Algar
Agencia de Información Solidaria
25 de noviembre de 2005
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