Las mujeres pueden
cambiar África
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Wangari Maathai es una pionera. Fue la primera mujer en
obtener un Doctorado en toda África central y oriental. La
primera mujer jefe de un departamento de la Universidad en
su país, Kenya. La primera en dirigir un Ministerio. Y,
desde el pasado septiembre, la primera africana en obtener
un Premio Nobel. Sin embargo, ciertas noticias
extraordinarias, como el que Maathai haya sido galardonada
con el Nobel de la Paz en 2004, arrojan pesadas sombras.
Aquí la sombra es casi la mitad de las mujeres africanas
incapaces de leer o escribir. Es en estas mujeres donde se
depositan las esperanzas para el continente negro.
A la cabeza del movimiento “Cinturón Verde”, la keniata ha
promovido la plantación de más de diez millones de árboles
en el país, iniciativa que servirá para frenar la erosión
del suelo, la deforestación, y proveer de leña a miles de
familias. Pero los beneficios ecológicos son sólo una parte
de lo conquistado por la organización. El “Cinturón Verde”
aporta un modelo de articulación a la desarticulada sociedad
civil africana, vuelve a sus usuarios, principalmente
mujeres autosuficientes, y pone en sus manos los
instrumentos para participar como individuos en la mejora de
su existencia y la de los suyos.
Una larga
lucha
Pero antes de ser reconocida por su labor con el premio Nobel
de la Paz, Maathai ha recorrido un duro camino. Nacida en
1940, se graduó en el extranjero, para después volver a
Kenya, donde se doctoró a pesar de la resistencia presentada
por ciertas jerarquías universitarias. Activa en todos los
frentes, tras hacerse con la dirección del departamento de
Estudios Ambientales en la Universidad de Nairobi probó en
la política y se presentó a las elecciones presidenciales de
1997, que perdió cuando su partido le retiró el apoyo días
antes de los comicios. Aún así, su contendiente Daniel Arap
Moi, en el poder desde 1978, venció por tan solo un escaño.
Cuando, en 2002, Kenya apostó por el relevo de Moi, y eligió
a Mwai Kibaki como presidente, Maathai fue nombrada ministra
de Medio Ambiente, Recursos Naturales y Vida Salvaje.
Durante todos estos años, no faltaron los episodios de
represión, las estancias en la cárcel, barreras y más
barreras. Con el Nobel de la Paz, el mundo ha reconocido la
lucha de Wangari.
Este premio reincide en algo que ya es obvio a ojos de
muchos: el destino de África pasa por sus mujeres. En
efecto, como dice Maathai: “las mujeres son responsables de
sus hijos, no pueden sentarse, perder el tiempo y verles
morir de hambre”. La revolución de los microcréditos, las
numerosas cooperativas auspiciadas por organizaciones no
gubernamentales de desarrollo, por las agencias de las
Naciones Unidas, o por último el “Cinturón Verde” de Maathai
se fundamentan en este sencillo principio: son las mujeres
las que toman la responsabilidad última de las familias, y
esto se refleja en su modo de trabajar donde la
responsabilidad se traduce en eficiencia. Éste no es un
tópico recurrente: las estadísticas señalan que las horas de
trabajo no renumerado de las mujeres duplican a las de los
hombres, circunstancia que no impide que también empleen más
tiempo en trabajos renumerados. En cuanto a la eficacia, el
mismo Banco Mundial ha señalado que las empresas en cuya
directiva se encuentran mujeres funcionan mejor. Por último,
la gestión de los microcréditos por parte de las mujeres se
demuestra eficiente, con un 97 por ciento de tasa de
devolución en Kenya.
Cambio de
perspectiva
Aquello que la experiencia de “Cinturón verde” nos enseña no
se agota en la perspectiva de género. Las macro estrategias
aplicadas a una sola faceta del subdesarrollo se han
demostrado ampliamente insuficientes. Millones de ayuda se
han despilfarrado queriendo actuar a través de unos estados
que levitaban sobre la realidad de sus pueblos EN cambio, el
buen funcionamiento de este proyecto, en marcha desde 1977,
pone en relieve la intrínseca relación entre todos los
factores a tener en cuenta para un posible crecimiento de
África. La organización funciona a través de un enfoque
local y a través de la integración de distintas temáticas
busca un mejoramiento global en la vida de las familias. Y
esto es posible, en gran medida, porque son las mujeres
quienes proveen, administran y se convierten en los actores
principales del movimiento. Es el localismo, la actuación
directa sobre la comunidad, la que se ha demostrado más
eficiente. Centrar los esfuerzos de desarrollo sobre las
mujeres y las comunidades es encarar directamente la
realidad africana, donde los estados no son los
interlocutores adecuados.
Si las mujeres africanas son la esperanza del continente
también son las que soportan sobre su espalda la carga del
conflicto entre globalización e identidad. Consideradas, en
las sociedades tradicionales, como seres intermedios entre
el niño y el hombre, el control sobre su autonomía en todo
lo que afecta a la “producción y reproducción” es un
fantasma que preocupa a muchos hombres que temen perder la
única parcela de poder que les quedaba: su propio hogar. En
las reivindicaciones identitarias, la mujer suele ser
utilizada voluntaria o involuntariamente como recipiente de
lo tradicional, lo que mantiene la “esencia” de la sociedad:
así el feminismo a menudo es combatido como disgregador
social, o intruso cultural por sociedades que se resisten a
cambiar a expensas de sus mujeres.
Por estas razones los microcréditos, las cooperativas, deben
acompañarse de otros cambios. No es suficiente que la mujer
provea si es el hombre es el que conserva el poder simbólico
en la familia. Al mismo tiempo tampoco es suficiente que
sean las mujeres las que levantan un continente si en las
altas esferas están los hombres para mal gobernarlo.
Numerosos estudios coinciden en que, si no fuese por la
tenacidad de las mujeres, el continente se habría venido
abajo ya hace tiempo. Tal vez, para que el continente no
solo no se venga por abajo sino que empiece a despegar,
sería necesario que las mismas mujeres que gestionan sus
casas eficazmente, que cuidan de sus comunidad sin olvidarse
de nadie, fueran las mismas que dirigieran sus países,
ahogados por años de expolio exterior y de corrupción
interior, curiosamente protagonizados masivamente por
hombres. Porque no olvidemos que Maathai no es solo una
señora que ha dado a miles de mujeres la oportunidad de
cuidar de sus familias. Es alguien que aspira a algo más que
a aliviar la vida de pequeñas comunidades, es una política
que apunta a cambiar África.
Sarah
Babiker
Agencia de
Información Solidaria (AIS)
25 de
octubre de 2004
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