Nicaragua
Con
Carla Manzanares
Una
ex-trabajadora de la maquila
Me
muero si no trabajo, y si
trabajo me matan
|
Mientras que para las transnacionales las zonas francas (maquilas)
son paraísos fiscales, para miles de trabajadores constituyen un
verdadero infierno. Las maquilas son centros de explotación
intensiva en los cuales se confunden trabajo y padecimiento, donde
el lucro justifica una máquina de picar carne humana, donde el
capitalismo le da la mano a la vieja esclavitud.
-Carla, ¿cuántos
años tenías cuando comenzaste a trabajar en la maquila?
-Tenía 18 años. Mañana,
casualmente, cumplo 19.
-¿Fue tu primer
trabajo?
-Sí.
-¿Cómo llegaste a la
maquila?
-Escuché que en las
maquilas, en la zona franca, estaban dando empleo. Entonces fui, un
11 de febrero, y ese mismo día comencé en la empresa John
Garment. Trabajé 3 meses y medio.
-¿Estabas contenta
por el empleo?
-Me sentía bien, porque ya
estaba empezando a trabajar y eso es algo bueno.
-Y ese primer día,
¿cómo fue el trato? ¿Te explicaron lo que tenías que hacer?
-Más o menos, sólo me
dijeron que no tenía que comer adentro, que el horario era de las 7
de la mañana hasta las 5.15 de la tarde. Me preguntaron si estaba
dispuesta a hacer horas extras, pues de lo contrario no me daban el
trabajo.
-Si uno quería hacer
una pausa durante la mañana, o después del almuerzo, ¿podía?
-No. Había media hora de
receso para comer al mediodía y luego “para adentro”. Sólo me podía
levantar una vez para ir a orinar, nada más. Si uno se levantaba los
chinos se enojaban: “Tu para casa, mucho problema”, decían.
-¿Cuál era tu labor?
-Era operaria, trabajaba en
una máquina. Hacía un trabajo que le llaman “la jota”, cocía el
zipper de los pantalones.
-¿Ya sabías cocer?
-Sí, ya sabía.
-¿Cómo eran las
condiciones de trabajo?
-Era bien feo porque estaba
sentada sobre una banquita que no tenía respaldo. La gente queda
enconchada de tanto estar así, y el calor es tremendo. Sólo había
tres ventiladores comunes de techo por cada línea, que tiene más de
200 trabajadores. Se pasaba mucho calor. Podías levantarte sólo una
vez por día para tomar agua. Uno no podía ir al baño, y mucho
trabajo y mucha presión sicológica de los supervisores chinos y de
los supervisores nicas, que a veces también se ponían como los
chinos.
-Mucha presión,
¿cómo es eso?
-Trabajar, trabajar rápido.
Uno tiene que trabajar lo más rápido que pueda porque sino te echan.
Los chinos lo tratan a uno con mucho grito. La gente aguanta por
necesidad, pero el trato que reciben los trabajadores no es justo,
lo que hacen con uno es inhumano.
-¿La mayoría de los
trabajadores son mujeres?
-Si, más mujeres que
varones. En toda la empresa éramos como 3.000 trabajadores.
-¿Qué tipo de ropa
hacían?
-Pantalones y shorts. Todo
para la exportación, para dos o tres marcas americanas.
-¿Cuándo pensaste
que ese no era un buen trabajo?
-Después que tuve el aborto,
el 7 de mayo. Ese día, al ratito de haber entrado a trabajar le pedí
a la supervisora Berta Palacio permiso para ir al baño, pero me lo
negó. Me dijo que si me lo daba la china me echaría. Entonces seguí
trabajando. Después salí a almorzar y de regreso los dolores eran
más fuertes. Me sentía muy mal, volví a pedir permiso, y me
respondió que me lo daba sólo si me estuviera muriendo. Entonces no
aguanté y me fui al baño… allí fue donde se me vino el niño que
esperaba, con tres meses de embarazo. La señora del baño lo agarró y
lo tenía en las manos, cuando llegó el jefe, un chino, la sacó de
allí y también a las muchachas que me estaban atendiendo,
amenazándolas con que las iba a despedir. Después llegaron dos
muchachos que me cargaron hasta la recepción, y de allí a una
camioneta.
-¿Adónde te
llevaron?
-A mi casa. Tuve una semana
de reposo, y cuando volví a trabajar, la china me corrió gritando
que yo creaba muchos problemas, que la había denunciado en todos los
medios de comunicación. Pero no era cierto: “Tú para casa”,
me dijo.
-No hay problema
-respondí-, pero te demando.
-No problema para mí
-dijo Wan Chen-.
Fui con las compañeras del
Centro Nicaragüense de los Derechos Humanos (CENIDH),
y pusimos dos casos, uno laboral y uno en los juzgados penales. Uno,
por el aborto, y el otro por haberme despedido.
-¿Y qué pasó?
-El penal lo perdí, pero
apelamos, y gané el laboral, pagaron los salarios caídos y me
reintegraron. Volví a trabajar, pero renuncié porque me presionaban
mucho, no me daban trabajo.
-¿Puedes explicarlo
mejor?
-No me daban trabajo, y no
tenía derecho a levantarme para nada. Los chinos se ponían a mi
lado, me miraban y hablaban entre ellos. Todo ese montón de chinos
alrededor de mi máquina, me ponía mal, muy nerviosa. Aguanté una
semana.
Marcial
1:
-El CENIDH realizó un escándalo público por el caso
de Carla. Se denunció el maltrato, la falta de humanismo, el aborto
y el despido. Aquí se respeta mucho al Centro, por el trabajo que
realizan, por su seriedad y profesionalismo.
La empresa no tuvo más
remedio que reintegrar a Carla, pero una vez en la empresa, comenzó
una presión brutal. Ya ha ocurrido con otros casos, cuando se les
gana, los empresarios buscan la forma para que las personas
abandonen el trabajo. El caso de Carla fue analizado en la Comisión
Laboral de la Asamblea Nacional, y se nombró una comisión
investigadora especial. La presión nacional e internacional hizo que
se ganara en lo laboral.
Carla:
-A los compañeros de trabajo que me hablaban también los corrían.
Echaron a un muchacho, Igner Ojeda, porque almorzaba conmigo, era mi
amigo. Como él sabía todo lo que me había pasado, almorzaba conmigo.
La china lo corrió y le dijo: “Tu para casa, porque tu almorzar
con Carla, y Carla mucho problema”. Y lo corrieron al muchacho,
pues. Fue tremendo, me sentía mal porque pensaba que por mi culpa
iban a correr a todos los trabajadores. Mejor me voy yo, pensé, y
renuncié.
Marcial:
-Los chinos tienen esa particularidad, cada vez que hay un problema
similar u otros conflictos laborales chantajean al gobierno y a los
trabajadores. Por ejemplo, cuando Carla andaba con las denuncias en
los juzgados, la empresa amenazaba a los trabajadores con cerrar,
con que se irían del país. “Por culpa de Carla van a quedar
todos desempleados”, les decían. Es una forma de chantajear al
trabajador, aprovechándose de la necesidad de empleo. También
chantajean al gobierno y a la justicia.
-¿Cuánto ganabas?
-Me pagaban poco menos de
100 dólares. Trabajando de lunes a sábado. Los sábados trabajaba
medio día, pero a veces, también de 5 a 7 de la tarde. El salario ya
incluía el tiempo extra, te pagan por producción. Yo hacía 1.500
piezas por día, cuando hacía menos no me daban el estímulo, como
ellos le llaman.
-¿Me imagino que
terminabas muy cansada?
-Sí, bien cansada, con mucho
dolor de espalda.
Marcial: -Hay
casos en los cuales las mujeres terminan con enfermedades
profesionales. Algunas que soportaron por más tiempo esas
condiciones de trabajo, quedan con su salud muy comprometida.
-¿Era tu primer
embarazo?
-No, tengo un niño de 4
años.
-Dijiste que la
empresa te llevó a tu casa, y allí te dejaron.
-Sí, y después por mi cuenta
fui al Berta Calderón (hospital de mujeres) donde me hicieron un
legrado para limpiarme.
-Y con el bebito que
abortaste, ¿que pasó?
-Lo llevé conmigo. Era un
varón y lo enterré en mi casa.
Gerardo
Iglesias
© Rel-UITA
17 de diciembre de
2002
NOTA
1
Secretario General de la Federación de Trabajadores Hoteleros de
Nicaragua (UITA-CST) y Secretario de
Prensa y Propaganda de la Central Sandinista de Trabajadores (CST).
|