15 de octubre
Día Internacional de la
Mujer Rural
Mujeres campesinas en batalla
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Representantes
de varias comunidades rurales, muchas de ellas aborígenes,
pidieron la continuidad de un plan oficial de apoyo y
capacitación a familias pobres. Historias de mujeres de
campo.
Para
ellas, el horario laboral empieza cuando despiertan, antes
de que aparezca el sol, y termina cuando se quedan dormidas.
Así lo explicó Isabel Guggisberg, de Chaco: “Llegamos a
trabajar hasta diecisiete horas, yendo de una cosa a otra.
Arreamos, cuidamos las vacas, cortamos la leña, hacemos
todo. Somos las últimas en acostarse. Y el trabajo no
termina ahí”. Las mujeres alrededor estallaron en
carcajadas. “Buena la acotación”, consideró la entrerriana
Susana Gaitán. Mujeres campesinas, aborígenes, que en las
profundidades del país se dedican a tironearle frutos a la
poca tierra que tienen, muchas veces sin reconocimiento del
Estado. Una delegación de 18 productoras agrícolas volvió el
lunes de México, adonde había viajado para participar del II
Encuentro de Mujeres Trabajadoras Rurales de América latina
y el Caribe. Entre ellas, en ronda larga de mate, se
repitieron las comparaciones: “Antes no participábamos. No
teníamos decisión. Ahora queremos hablar”. Atribuyen sus
bríos al Programa Social Agropecuario, que desde 1993 brindó
capacitación técnica y financiamiento a 50 mil familias
rurales pobres. “Vivíamos ciegas. Ahí recién empecé a ver”,
contó Gaitán, convertida en líder comunitaria. La defensa
que las mujeres hacen del programa responde a la posibilidad
de que no lo tengan más, ya que la Secretaría de
Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentos analiza
eliminarlo. En un documento, ellas pidieron participar en
“las definiciones de las políticas de desarrollo rural” de
este organismo.
La voz
del pueblo indígena es el nombre del programa que María
Rojas, integrante de la comunidad wichí, conduce en Radio
Nacional de Salta. Estudió Comunicación Social en la
universidad local, donde ahora cursan dos de sus cinco
hijos. Escribió un libro de memoria étnica en el que
documenta el modo de vivir que tuvieron “nuestros abuelos.
Hay muchas cosas que quedaron en el olvido, como los
remedios caseros o los avisos de los pájaros”, dijo Rojas,
que destila “mucho orgullo por todos los hermanos
indígenas”. La hazaña que más la inflama es la acontecida
hace un año en Calaparí, donde una mañana los wichí vieron
llegar obreros y caños de un gasoducto que pasaría por el
medio de su pueblo. Una oportuna medida judicial hizo que
los caños “ahí estén”, oxidándose en la intemperie.
“Llevamos un año de lucha. Al principio el cacique se sentía
solo, pero vimos la necesidad de organizarnos”, indicó
María. Todavía esperan que les den los papeles que
oficializarán su titularidad sobre las tierras. Para la
comunicadora, la pereza del trámite responde a la
prodigalidad de esos suelos. “Los funcionarios provinciales
se enojan cuando les vamos a protestar. Dicen que los
aborígenes son problemáticos”, comentó María, alimentando su
orgullo.
“Por
suerte tenemos título de la tierra”, consideró Eva Vivanco,
pobladora de Aguada del Overo, en el sur de Neuquén. “Nunca
me he acordado de sacar fotos. Todo es piedra. En vez de
edificios hay columnas altas de piedra.” En ese páramo viven
160 familias, unas quinientas personas. “Nuestras
generaciones crecen y la tierra no”, evidenció Eva. El
trabajo unánime es la cría de machos cabríos para venderles
el pelo. “Este año fue malo, bastante seco. No hay pasto.
Por eso es la peor zona”, dijo Eva.
Otra es
la situación de Nina Pereyra, que tiene junto a su esposo
“una fabriquita” de comestibles en la localidad de Alem, en
Misiones. “Nina” es la marca que ostentan sus sachets de
leche y sus bolsas de “mandioca hidratada lista para
hervir”. La mujer tiene un supermercado artesanal: verduras,
animales, pollos, dulces, pescados criados en una laguna y
hasta yogur bebible de litro. “También tengo un quesito
fundido, invento mío. Le busco una tacita para venderlo bien
presentado.” Según esta productora, “nos vino muy bien que
los programas nos hayan capacitado”.
Antes de
partir a México, la delegación escribió “Hacia un enfoque
integral del Desarrollo Rural”. En esta declaración,
manifiestan su preocupación ante la posibilidad de que el
PSA y el Proinder (Proyecto de Desarrollo para Pequeños
Productores Agropecuarios) dejen de funcionar. Las mujeres
consideran que desde su instauración, hace doce años, “no
sólo mejoró lo productivo y el ingreso de las familias, sino
que la capacitación, el acompañamiento técnico y el trabajo
en grupos han fortalecido los lazos de solidaridad entre
familias y se han aumentado las capacidades organizativas
para alcanzar nuevos mercados”. Sostienen que esto promovió
“que las familias de pequeños productores pobres se hayan
hecho visibles ante la sociedad y las autoridades. Así
podemos reclamar por nuestros derechos como ciudadanos de
este país que, hasta no hace mucho, nos ignoraba”.
“Antes,
ni me peinaba. Me ponía el sombrero y a la chacra. Los
programas son de mucho valor para la mujer: me han enseñado
a valorarme”, contó Isabel, de General San Martín, Chaco.
“No estudié mucho, pero siempre me preocupé por superarme”,
dijo esta madre en seis ocasiones. En México, como en
cualquier parte del país adonde la lleva su militancia en la
Asociación de Mujeres Campesinas y Aborígenes, usó su voz
para “elevar nuestras necesidades, nuestros derechos, para
que sepan quiénes somos y a qué vamos”.
Sebastián Ochoa
Página 12
14 de octubre de 2005
Foto:
www.lademajagua.co.cu
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