La violencia contra las mujeres
en sus diversas modalidades es una de las manifestaciones más agudas e
indignantes de la discriminación machista. Su denuncia estuvo presente desde el
nacimiento de los primeros grupos feministas y movimientos de mujeres de las
últimas décadas. El reclamo por políticas generales y medidas concretas que
prevengan, contengan y castiguen esa práctica, así como las dirigidas a proteger
a las agredidas y asegurarles el disfrute de su derecho a una vida digna,
figuraron y continúan apareciendo en todas las plataformas y pautas
reivindicativas de las mujeres organizadas en todo el mundo.
Mucho se ha logrado, desde el
reconocimiento social de la existencia del problema hasta leyes, pasando por
espacios concretos de elaboración y aplicación de políticas específicas. Como lo
señala Virginia Vargas*, autora del informe que aquí presentamos, el tema
ingresó en los ámbitos de debate internacional “a través de recomendaciones de
la CEDAW (Comité para la eliminación de la discriminación contra la
mujer, por sus sigla en ingles), las Plataformas y Programas de Acción de las Conferencias
mundiales, entre ellas la de Viena sobre Derechos Humanos; la del
Cairo, sobre Población; y especialmente la IV Conferencia de la Mujer en
Beijing, en 1995. Desde 1993, existe la Declaración sobre la Eliminación de
la Violencia contra la Mujer. Desde 1994, existe una Relatora especial sobre
violencia. También desde esa fecha, existe la Convención de Belem do Pará,
contra la Violencia hacia la Mujer, y en la OEA hay una Relatora especial sobre
derechos humanos de las mujeres”.
En la mayor parte de los países
latinoamericanos existen leyes contra la violencia hacia las mujeres, pero a
pesar de tanta lucha, de tanta letra escrita en negro sobre blanco, de tantas
energías y recursos invertidos en debates y declaraciones, nada de esto es aún
suficiente para producir cambios sustanciales en la raíz del problema.
La violencia contra las mujeres
continúa siendo un flagelo social y moral de esta sociedad, los avances
alcanzados, aún siendo claramente insuficientes, llaman a prolongar y
profundizar el esfuerzo, a redoblar la lucha no sólo en los ámbitos colectivos,
sino también, y especialmente, en el fuero interno de cada una y cada uno, en
ese territorio de la subjetividad donde la autocomplacencia suele sabotear los
cambios que la reflexión demanda.
En la inminencia de un nuevo 8
de marzo, Día Internacional de la Mujer, nos permitimos sugerir la lectura del
informe elaborado por Virginia Vargas
“Violencia contra las mujeres y
estrategias democráticas en América Latina”. Por su riquísimo contenido
recomendamos, además, su utilización como material de base en trabajos
colectivos, grupos de estudio o debates referidos al tema.
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